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Elecciones 2015: ¿crece la tendencia del Voto en Blanco?

Cada campaña electoral queda en la historia por algo. La 2015 luce amarreta de propuestas y flaca de proyectos, pasando a la historia como la de mayores denuncias, ataques y “operaciones”. Los candidatos, imposibilitados de generar propuestas en temas que realmente le interesen a la gente o tal vez amordazados por los especialistas, abundan en generalidades y aportan escasas precisiones sobre todo en economía. La fuerza ascendente del Voto en Blanco constituye un mensaje muy claro sobre las tensiones que se están presentando en la dinámica electoral y sobre las grietas crecientes entre los políticos y los ciudadanos.

 

Hay recorridas por todo el país, un acto detrás del otro, pero no pasa nada que logre salir del microclima de la política. En tiempos de redes sociales y de inmediatez de la noticia, los candidatos olvidan, omiten, que no pueden repetir en cada escenario lo mismo que enunciaron el día o la noche anterior.

Esta inercia debería romperse abriendo una discusión en temas serios y urgentes explicando cada candidato lo que cree que debería hacerse.

 

Da la sensación que todos están convencidos de que si algo no “debe” decirse en una campaña electoral es la verdad. O mostrarla, a través un gesto.

Y respecto a la verdad oculta, es menester recalcar que se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.

 

La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad. Lamentablemente, engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga, como es innegable que la verdad mal intencionada es peor que la mentira. Y con tanta confusión, crece en el seno del Pueblo la tendencia al Voto en Blanco.

Algunos lo consideran como un simple gesto de abstención: el que vota en blanco en una consulta electoral, según esta concepción, opta por no comprometer su opinión respecto de los candidatos propuestos por los distintos partidos y se atiene al derecho que le asiste a todo ciudadano de no pronunciarse en favor de ninguno de ellos.

 

Otros conciben, en cambio, que el voto en blanco es mucho más que una abstención. Los sostenedores de este segundo punto de vista consideran que quien vota en blanco, en realidad, asume una actitud activa, combativa y cuestionadora, pues al no a elegir a ninguno de los contendientes está expresando un rechazo a la totalidad de las ofertas electorales que se le presentan en el cuarto oscuro, y ese rechazo equivale a un severo cuestionamiento al sistema político en bloque: expresa la enérgica protesta del votante por la ausencia de opciones electorales renovadas, serias y responsables.

 

Al no otorgar su preferencia a ningún partido, el votante en blanco está denunciando que existe una crisis de representación política generalizada y profunda, y está reclamando, por una vía indirecta, que el sistema político se renueve y que los partidos se abran a nuevas ideas, alternativas y propuestas.

 

La principal interpretación que se le puede dar a esta tan particular tendencia sólo puede asociarse con un fuerte desencanto con una dirigencia política que no ha respondido a las expectativas de la ciudadanía.

Tiene que ver con un sentimiento imperante en la sociedad según el cual la corrupción no es algo que afecte mucho más a un partido que a otro, sino que es vista como un problema cada vez más estructural.

 

Se relaciona con una visión pesimista de acuerdo con la cual hoy no hay buenos y malos políticos, sino tan sólo políticos algo más o menos deshonestos que otros, con contadas excepciones. También, con una clase política que se resiste a desprenderse de viejos privilegios y que les teme a reformas renovadoras tales como la eliminación de las listas sábana.

Por consiguiente, resulta fundamental que los candidatos hagan una correcta lectura de este fenómeno signado por el voto negativo para que la fuerte desconfianza de la ciudadanía en sus dirigentes políticos no se extienda a un sistema democrático que debe seguir teniendo como eje a los partidos políticos como canales de representación.

 

En el hipotético caso de que la opción del voto en blanco resultara mayoritaria en las próximas elecciones, se produciría una sacudida de efectos incalculables en la historia electoral del país.

Diversos analistas consideran que esta opción, que hace algún tiempo viene haciendo su propio camino -promovida desde las redes sociales y páginas web y por grupos significativos de ciudadanos- representa una expresión de inconformidad, de desinterés o de falta de credibilidad en la clase política tradicional actual y la no renovación ideológica que presentan los movimientos políticos actualmente lanzados a las contiendas electorales que se aproximan.

 

Bajo nuestra óptica entendemos que el voto en blanco constituye una valiosa expresión de disenso a través del cual se promueve la protección de la libertad del elector.

Pese a ser una opción legítima, en términos de libertades políticas, un triunfo del voto en blanco no dejaría de constituir una mala noticia. No solo por el trastorno práctico y económico que provocaría el resultado, sino porque supondría la constatación de que el engranaje de representación popular del país, que ya de por sí nunca ha gozado de gran prestigio entre los ciudadanos, ha tocado fondo.

 

Ahora, en realidad, esto nunca puede ser considerado una buena noticia, por mucho que los partidos actuales merezcan un castigo por su desafección con los intereses de los ciudadanos.

Lo ideal sería que la actual dirigencia política del país, que suele actuar confiada en sus votos cautivos, se tomara muy en serio el protagonismo que puede tomar en la cercana cita con las urnas este fenómeno creciente de indignación que representa el voto en blanco.

 

Aunque están muy próximas las elecciones, siempre hay tiempo, si existe la voluntad política, para renovar estrategias y aclarar su ideología, abandonar las viejas prácticas de manipulación electoral y recuperar la credibilidad perdida de la población.