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¡Perdón Emanuel!

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- La de ayer fue una de las jornadas más aciagas, tenebrosas, tristes en el fútbol argentino. El Día del Futbolista comenzaba con la amarga noticia de la muerte del jugador de San Martín de Burzaco, Emanuel Ortega, y anoche, el Superclásico de vuelta por los Octavos de Final de la Copa Libertadores entre Boca-River fue suspendido antes del comienzo del segundo tiempo por una execrable agresión a los jugadores “Millonarios” e innumerables absurdos en cuanto a garantías de Seguridad.

 

Todo se precipitó cuando los jugadores visitantes transitaban por la manga para regresar al campo del juego. Hinchas perfectamente individualizables lanzaron a través de la cola del túnel elementos pirotécnicos, aplicándose arteramente un gas a través de manos anónimas, sufriendo los deportistas el consecuente efecto en piel, ojos y sistema respiratorio.

 

La sintomatología exhibida con irrebatible elocuencia por los jugadores, con casacas manchadas por los productos tóxicos que se les arrojara, remarcaba que era imposible pensar en la continuidad del encuentro. No obstante, en una postura incomprensible, las autoridades dilataron en demasía la resolución mientras los profesionales no podían ser examinados en especial por peritos especialistas en oftalmología, habida cuenta de la seriedad de los cuadros evidenciados.

 

En una postura repudiable, condenable en extremo, técnico y plantel de Boca no ocultaban su actitud para nada solidaria con sus colegas que, lógicamente, solo deseaban irse, en especial los más afectados a los cuales lisa y llanamente se abandonó no solo como atletas sino como personas.

 

Simultáneamente, un grupúsculo de energúmenos, celebraba el poner en vuelo un dron con un trozo de tela blanco que lucía una B mayúscula, dispuesto con el perfil de un fantasma. Una provocación innecesaria a un grupo de por sí violentado, agredido, dañado en lo físico y en lo anímico.

 

Informada la suspensión, la mayoría de los espectadores abandonó el estadio, pero precisamente en la zona donde por donde debían dejarr el campo los protagonistas, ni policías ni custodia privada desalojó el sector de hinchas desde donde no solo partían burlas, abucheos de todo calibre, sino también proyectiles de toda índole.

 

No más de doscientos inadaptados gritaban “Aserrín, aserrán, de la Boca no se van” y NADIE hacía nada para sacarlos. Patético. Mil policías y NADA. Zona liberada.

Solo se les ocurrió a los encargados del Operativo disponer de un pasadizo improvisado con escudos para que River se retire a los vestuarios, mientras sus colegas miraban todo sin el más mínimo amague de calmar a sus deplorables ¿hinchas?

 

Peor aún… Previo a dejar la cancha, el arquero Orión incitó a sus compañeros a disponerse como si se reiniciara el cotejo y posteriormente les ordenó saludar a esos imbéciles violentos. Una falta total de respeto por sus camaradas de profesión, más allá de colores de camisetas.

 

La Policía, la dirigencia de Boca, la Conmebol, los árbitros, cuerpo técnico y plantel “Xeneize” plasmaron uno de los papelones más grotescos del fútbol mundial. Todo por NO PREVENIR y NO ACTUAR de manera RESPONSABLE.

 

¿Se había fallado en cuanto a la PREVENCIÓN? ¡Sí!!! ¿Falló el operativo de Seguridad policial e institucional? ¡Sí!!! Pero luego, los directivos de Conmebol y los árbitros NO TUVIERON cojones para adoptar la máxima medida de modo OPORTUNO, y la conducta de Arruaberra, Orion y Cia. terminó de colmar el vaso. Un espectáculo lastimoso.

 

La jornada había comenzado con una madrugada trágica luego de la muerte de Emanuel Ortega, un jugador de un club de la 4ª División de nuestro fútbol que falleció tras varios días de agonía tras haber golpeado su cabeza con un paredón que no debía estar tan cerca del campo de juego en el que disputaba un partido.

 

La AFA decidió suspender la fecha del fin de semana por un tema delicadísimo, sin embargo el drama pasó a segundo plano por la demencia, por la insania de unos facinerosos-fundamentalistas, por la impericia de quienes deben otorgar garantías de Seguridad, por la incapacidad y cobardía de dirigentes y árbitros, como por una falta de solidaridad PLENA de quienes tal vez, si se les da el partido por perdido reaccionen con la coherencia que anoche no esgrimieron.

 

Hasta Arruabarrena, un jugador que se caracterizó por sus agallas y por su moderación como técnico, se dio el lujo de lucir gestos, ademanes irónicos/histriónicos en distintos diálogos en plena postergación del match, y no tuvo la mejor idea que intentar sacar “por las malas” a un presidente que LÓGICAMENTE se inquietó por sus hombres, más allá de equivocarse en el ingreso al Campo.

 

Más de mil policías no supieron manejar la situación. Toda la custodia de Boca no supo controlar a SUS PROPIOS SOCIOS. En verdad, INCONTRASTABLE, las imágenes televisivas DEMUESTRAN PALMARIAMENTE que un personal auxiliar de la entidad observa IMPAVIDAMENTE a quien pretende causar daño en la cola de la manga por dónde saldría River.

 

Una postal IMBORRABLE que trasciende el país. Y como si fuera poco… Berni y sus declaraciones, quitándose el sayo. Un sayo cada vez más pesado que tiene incontables sucesos, episodios GRAVES en los últimos años, y él sigue INCÓLUME, impertérrito en su puesto haciendo de la SEGURIDAD en la Argentina, una ABERRANTE INSEGURIDAD CONSTANTE.

 

El dolor por Emanuel Ortega duró MUY POCO. Unos minutos de TV, radio, unos centímetros de gráfica, gestos de demagogia previos al choque en La Bombonera y chau pibe… Nadie más se acordó de él, paradójicamente, muerto por falta de PREVENCIÓN.

 

Unas bestias que se dicen hinchas volvieron a poner en terapia intensiva al fútbol argentino, pero LOS DEJARON, LES PERMITIERON que hagan lo que quieran como si TODO hubiese estado preparado.

 

¿Le tiraron un muerto a Macri mediante Angelici? ¿Se puso al borde del ridículo al contradictorio Berni? ¿Tendrá que ver con la crisis interna, plena de espurios intereses, en AFA?

 

“Todo pasa…” decía Don Julio, el personaje más nefasto en la historia del deporte argentino. Y pareciera que tenía razón. Mientras, el poder del fútbol, de la política, de los negociados turbios, alienta el proceder vergonzoso de los barras que no son disueltos pues SIRVEN a esos poderes donde se encarna nada más y nada menos que la mafia en un siniestro vínculo de beneficio mutuo sostenido a partir de un tejido inquebrantable.

 

Nos consterna reafirmarlo: la violencia es negocio. ¿Quién va a querer terminar con el negocio? La maquinaria mueve fortunas con reventa de entradas, narcotráfico, “trapitos”, ventas de choripanes/panchos/bondiolas, etc, y es de ingenuo suponer que sólo facturan los forajidos, que en ocasiones proceden con autonomía y en otras obedecen directivas.

 

Hay quienes no se manchan con sangre pero están detrás de la barbarie a través de la mano de obra rentada que la ejecuta. Como en la mayoría de las estructuras, existe un organigrama y una cadena de mandos. También una logística.

 

Las barras están, no se las contiene ni limita, estudian el terreno, operan, aprietan, y propagan el terror y el horror. Les temen en los clubes, en las canchas y en las calles. Sin embargo, tienen jefes, y operan desde otros sectores solapadamente, sórdidamente.

 

La violencia en el fútbol terminará, cuando el Poder Judicial de Argentina, deje de mirar al costado y ordene -como corresponde- una investigación SIN EXCEPCIONES, CAIGA QUIEN CAIGA.

 

Además, es sabido que desde el Congreso Nacional, Casa Rosada, Casas de Gobierno, municipios, etc, “trabajan” integrantes de barras, con obvia e innegable protección jurídica y económica.

 

La ÚNICA solución es parar el futbol ARGENTINO y desmontar la trama creada en 25 años, un contubernio en el cual participan también siniestros personajes del Estado y una gran parte de la sociedad.

¿Alguien se animará a concretar lo que NADIE se animó a desactivar? Nos apena afirmar que la respuesta es NEGATIVA.

 

Por todo lo descripto, lo único que se me ocurre para cerrar esta Columna es pedirte perdón Emanuel… Al menos hoy, ALGUIEN te recuerda y reza porque tu alma descanse en paz, esa paz que día a día se pierde inexorablemente en la Argentina.