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Murió Mariano Mores, el último gran maestro del tango

A los 98 años, Mariano Mores decidió acompañar a su compañera de toda la vida, Myrna , que había muerto el 14 de marzo de 2014, la mujer que le dio el apellido artístico, la que fue la madre de sus dos hijos, Nito y Silvia, la abuela y bisabuela de sus nietos y bisnietos. Desde entonces, el maestro ya había perdido buena parte de su conciencia.

 

Porteño de pura cepa, Mores había nacido como Mariano Alberto Martínez el 18 de febrero de 1918. Por cuestiones familiares, pasó parte de su niñez en Tres Arroyos y en Salamanca, España. Como todo pianista de entonces, se formó -aunque con irregularidades por razones de sus mudanzas- en la música clásica. Y, curiosamente, fue en Europa donde tuvo su primer contacto con el tango. Allí conoció a Lucio Demare, Agustín Irusta y Roberto Fugazot, y al regresar a Buenos Aires, siendo un adolescente de 14 años, rápidamente se convirtió en pianista de cafés y locales bailables.

 

Fue luego músico acompañante de cantantes en la escuela de Luis Rubinstein, y ese lugar tuvo consecuencias muy fuertes en su vida. Allí conoció a las hermanas Myrna y Margot Morales -“las Hermanas Mores”-, a las que se sumó como pianista para constituir el Trío Mores. Con una de ellas, claro, se casaría poco después y para toda la vida, y le tomaría prestado un apellido que hizo popular en todo el mundo.

 

A los 20 años escribió una milonga, “Estampa de varón”, que estrenó la orquesta de Juan D’Arienzo. Y con eso daría comienzo a la que fue una de sus vetas más importantes, la de compositor. Muy joven aún se relacionó con Rodolfo Sciamarella, Mario Batistella e Ivo Pelay e hizo música para cine y teatro. Y rápidamente, sus obras encontraron eco en intérpretes consagrados como Ignacio Corsini y Osvaldo Fresedo.

 

Pero su segundo gran espaldarazo llegó cuando, en 1940, ingresó a la agrupación de Francisco Canaro. Con él compartió numerosas comedias musicales, y no sólo fue el pianista principal durante mucho tiempo, sino además compositor y arreglador. De esa década son la mayoría de las obras que lo convertirían en una de las figuras más importantes del género. Con José María Contursi escribió “En esta tarde gris”, “Gricel” y “Cada vez que me recuerdes”. Con Enrique Santos Discépolo, el inigualable tango “Uno”. Y Canaro le estrenó su muy popular “Adiós Pampa mía”.

 

Sobre el filo de la década siguiente, decidió independizarse y armar su propia orquesta. Siguió en esa línea aprendida con Canaro, de trabajar en la música mezclada con la escena. Escribió para comedias musicales y siguió componiendo tangos; con Cátulo Castillo, Rodolfo Taboada, León Benarós y Silvio Soldán, entre otros. Poco después, hacia 1953, amplió su conjunto, y la típica pasó a ser una formación con instrumentos que hasta ese momento eran ajenos al género, como el órgano, los vientos de lengüeta y la guitarra eléctrica; pero además sumó coros -ya en el final reproducidos con teclados electrónicos- y adoptó un lenguaje internacionalizado y un sinfonismo propios del romanticismo del mundo clásico. De algún modo, esa decisión que le valdría la crítica de los puristas durante el resto de su historia, lo puso a la vez en el lugar de un precursor que supo unir el tango con la espectacularidad del show artístico integral.

 

Viajó hasta el cansancio por América Latina, Japón y Europa. Se convirtió en un personaje popular y muy conocido en la televisión cuando el tango ya no tenía la vigencia de tiempos anteriores. Constituyó, en los ’70, lo que se llamó el “Clan Mores”, con su mujer, sus hijos y su nuera Claudia.

 

La vida artística de Mores tiene dos tiempos bien definidos. El primero es el que va desde sus comienzos hasta que abandonó la orquesta de Canaro, durante el que entregó la parte más sustancial de su obra monumental. Además de los citados, de esos tiempos son, por ejemplo, “Cuartizo azul”, “Cristal” (letra de Contursi), “Sin palabras” (letra de Discepolín), “Una lágrima tuya” (letra de Manzi), “Cafetín de Buenos Aires” (Discépolo), etc. La segunda, fue la sobrevino después de 1949. Entonces siguió componiendo: “Tu piel de jazmín”, “El patio de la morocha”, “La calesita”, “Taquito militar”, “El firulete”, “Tanguera”, “Luces de mi ciudad”, “Frente al mar”, etc. Pero su tarea se centró más en su función como director de grandes agrupaciones, que bautizó de distintos modos: Gran Orquesta, Orquesta Sinfónica del Tango, Orquesta Lírica Popular. Siguió desarrollando su pianismo, su lenguaje arreglístico tan personal y, claro, el personaje de sonrisa radiante y smoking infaltable con que se lo vio hasta su última actuación.

 

Simbólicamente, en 2012, Mores, ya con su salud bastante deteriorada, decidió entregarle la batuta de su orquesta a su nieto Gabriel en un concierto de despedida que hizo en el teatro Auditórium de Mar del Plata. Sin embargo, no resistió la inactividad y al año siguiente hizo una nueva aparición en el festival de tango de Junín.

 

Del primero al último tanguero, de Luis Miguel a Andrés Calamaro, del escenario más importante al más pequeño, todos conocieron e interpretaron su música. Genial e irrepetible como compositor, inspiradísimo como pianista, controversial en su modo de mostrarse, atrevido en su heterodoxia tanguera, inteligente administrador de un marketing que le permitió llegar a todos los públicos, Mores fue una de las figuras más trascendentes que ha dado la música de nuestro país. Afortunadamente quedan allí sus obras para seguir teniéndolo entre nosotros.