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Día del Trabajador: que desde los gremios surja el ejemplo

ESPECIAL.- Aunque no hurgamos en estadísticas, el crecimiento de sectores más radicalizados y antiburocráticos se puede constatar en gremios y en comisiones internas, en tanto, los conflictos laborales decididos sin participación de estructuras sindicales van en aumento, lo que da una idea de este fenómeno en ascenso. En tan complejo marco, conmemoramos otro 1° de Mayo, Día Internacional del Trabajo, con gremialistas argentinos mostrando, como nunca, un rostro surcado por fuertes contrastes. Galería de fotos registradas ayer en la celebración religiosa.

 

Por un lado, una estructura tradicional, dominada por dirigentes que llevan décadas en sus puestos, que cruje, se agrieta y sigue mostrando cómo le cuesta superar sus peores costumbres, reafirmando algunas tradiciones lamentables asociadas con nuestro modelo sindical, como la de la violencia.

 

No logramos recaudar estadísticas oficiales ni privadas que acrediten el avance de sectores combativos en los sindicatos o en las comisiones internas. Pero basta salir a la calle para saber que las medidas de fuerza se multiplican en sectores clave, sobre todo en el transporte, porque allí hay cuerpos de delegados indomables.

 

Es decir, se siguen suscitando una sugestiva cantidad de medidas de fuerza que fueron decididas sin ningún aval orgánico de quienes manejan los sindicatos. Es el primer indicio de que existe una brecha entre los trabajadores y las entidades que los representan.

 

Podría decirse que hay mucho ruido de superficie, o que el conflicto base-dirección es casi constitutivo en la historia de los sindicatos en la Argentina, resumiéndose en la irrupción de trabajadores nuevos y sindicalistas viejos que no los necesitan para sobrevivir (apuntalados, además, por elecciones con olor a fraude, con maniobras poco claras, y actitudes espurias, como estatutos que desalientan todo tipo de oposición interna).

 

Allí, en ese caldo en que se cocinan hoy las tensiones del mundo laboral, es donde ramificaciones de la izquierda y sectores combativos independientes encuentran el mejor escenario para multiplicarse.

 

Debería promoverse un modelo de dirigente, de delegado, de activista antiburocrático que reclame más participación, más pluralidad, y que se plante en defensa de las reivindicaciones de los trabajadores, concretamente, ejecutando un contrato sencillo con la gente, que es defenderle los porotos: salario y condiciones de trabajo.

 

Hoy, algunos “capos” del gremialismo parecen contagiados del espíritu del sindicalismo combativo, y la ebullición en las bases, al calor de los nuevos trabajadores y la inacción del viejo andamiaje sindical, está lejos de la revolución, pero más cerca de consolidarse como un fenómeno aún indescifrable, no interpretándose que la atomización perjudica a los trabajadores porque tienen menos fuerza para sus derechos, y esa fragmentación social solo respalda el poder de la clase política que sigue dividiendo y reinando, ¿con la complicidad de los sindicatos, quizás?