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Vivir al límite en una Nación en crisis

¿Qué nos pasa a los argentinos que vivimos encerrados en disputas que nos enfrentan y alejan de los grandes ideales y valores que nos unirían?… ¿Tanto nos hemos acostumbrado a mordernos y devorarnos mutuamente, ciegos ante nuestra progresiva autodestrucción como Nación?…Si de algo está el Pueblo convencido es del hartazgo que tiene por tanta división e intolerancia en la política, desoyéndose reclamos de vieja data que ponen a la sociedad al borde de una dramática crisis.

El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad. Por ello necesitamos líderes con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad.

No habrá cambios profundos si no renace en nuestros gobernantes una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político.

Para ello es imprescindible que nuestros líderes destierren cualquier síntoma de omnipotencia de Poder, para así no conformarse con la mera gestión de las urgencias.

No tengamos temor a hablar de crisis moral en nuestra Patria. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia. Es una forma sublime de reconocer  nuestra identidad, de tener memoria.

Tal vez no nos hemos dado cuenta todavía que muchos aspectos de la estructura política y del funcionamiento de las instituciones podrían funcionar mejor con el compromiso del ciudadano.

¿Dónde está la participación inteligente, que no solo contiene críticas, sino que aporta ideas y ofrece la contribución de que cada uno es capaz?…

¿Dónde está la reflexión, la iniciativa, el diálogo, la concertación de esfuerzos, para hacerse cargo de lo que el Estado no puede, -no quiere- o no debe ocuparse, y así colaborar con él?…

¿Hacemos todo lo que sabemos y podemos, como ciudadanos?…

Pero, esencialmente, ¿cuánto colaboramos para propender a fortalecer un núcleo tan esencial como la Familia?…

La Patria espera nuestra contribución generosa, creativa, fundada en valores y no en instintos, orientada hacia el bien y no hacia una felicidad superficial y engañosa.

Ver tanto Celeste y Blanco cuando juegan nuestras selecciones representa legítimamente el orgullo de ser argentinos, pero comprometámonos también para tomar con seriedad en nuestras manos el destino de la Patria.

Necesitamos un clima social distinto. Es imperioso recrear las condiciones políticas e institucionales que nos permitan experimentar que somos una Nación.

Es insoslayable que en nuestra Argentina no decaiga la búsqueda del bien común, y así se pueda  celebrar la inclusión de todos, se priorice la Educación,  se robustezca el aparato de Salud, y se promueva la protección de los valores intrínsecos de la Familia.

Los atentados contra la vida, la inseguridad, la violencia, la prepotencia van en una dirección contraria al del respeto por la vida, y representan ya no una amenaza sensible sino una cruenta transgresión a los Derechos Humanos.

Ante ello debemos ser concientes de nuestra responsabilidad en la vida pública; que estemos presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias que se están padeciendo en todos los ámbitos, muy especialmente en el terreno laboral lo cual implica un estado de convulsión permanente por las angustias que se viven a diario.

La situación actual requiere una actitud de grandeza de quienes conducen los tres poderes de la Nación y nuestras instituciones representativas aunque bien vendría una honda autocrítica también de todos esos empleadores que no saben dirigir si no es con una actitud dominante, despótica, dictatorial, absolutista. Es imposible obviar cuántos necios, tiranos, opresores, devastaron sociedades enteras a partir de aniquilar ideas o ideales de vida!!!…

Haciendo valer nuestros derechos a partir del respeto de las leyes, la equidad, la moderación, la paciencia, y la capacidad de diálogo podremos crecer en una fraterna conciencia federal, comprometiéndonos en la acción por construir una sociedad mejor que tenga memoria para saber discernir con sabiduría las luces y las sombras en estos dos siglos de vida como Nación libre, con sus logros y frustraciones, con sus conquistas y sus “materias pendientes”, asumiendo que todos somos protagonistas y responsables de nuestro presente y constructores de nuestro futuro.

La Argentina que amanece a la vida independiente en 1810 es todavía hoy un proyecto inacabado que intenta plasmar este estilo de convivencia. Alguien ha dicho que el siglo XIX ha sido para los argentinos el de la búsqueda de la libertad; el siglo XX el de la búsqueda de la igualdad y nos corresponde a los argentinos del siglo XXI avanzar en la construcción de una Patria auténticamente fraterna.

Más allá de lo excesivamente simplista de toda mirada de síntesis, es evidente que nuestra gran deuda pendiente es reconocernos como hermanos y vivir en consecuencia.

Una fraternidad que comienza con la superación del individualismo arraigado en personas y grupos, y que se manifiesta de tantas formas, sutiles y escondidas o manifiestas y agresivas.

Una fraternidad que reconoce que sólo podremos salir adelante tomados de la mano, sin exclusiones ni descalificaciones, buscando juntos el bien común, que es mucho más que la mera suma de bienes individuales.

Estar a la altura de este desafío histórico, depende de cada uno de los argentinos. La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. ¿No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer?…

Claro que cuando nos referimos a “deuda” no se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano.

En definitiva, construir una Patria fraterna supone en todos la disposición a avanzar decididamente por el camino del diálogo, el respeto irrestricto a la ley y a las instituciones, el compromiso perseverante por garantizar una educación a la altura de los tiempos, salud al alcance de TODOS, y un trabajo digno y estable que propenda a desterrar la angustia y evitar tanto despilfarro asistencialista que se traduce en propaganda partidaria y en un indisimulable “pan para hoy y hambre para mañana”, ejerciendo ese aborrecible voto cautivo al usufructuar la necesidad de los más desposeídos.

Y esa Patria fraterna de la cual enunciamos reclama, amén de HONESTIDAD Y ÉTICA, la disposición de TODOS a la reconciliación. Sin el reencuentro de quienes están enemistados no es viable una Nación que es siempre proyecto común, sueños e ideales compartidos, luchas y esperanzas llevadas adelante mancomunadamente.

Sin perdón, que es el don supremo, no habrá nunca Nación. Mucho más en una Patria que en sus doscientos años de historia ha conocido tanta violencia,  muerte y desencuentro.