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Ilegalidad que crece día tras día: Walmart no garantiza seguridad

La periodista Marta Marozzini sufrió en plena playa de estacionamiento de Walmart Paraná un asalto, siendo víctima principal del mismo su hija al padecer el violento arrebato de una mochila. Como respuesta, la empresa le ofreció el libro de quejas. Grotesco.

La colega Marta Marozzini, junto a sus tres hijas de 23, 18 y 5 años, se aprestaban a efectuar una compra en el hipermercado Walmat, cuando en el sector de estacionamiento a unos 40 metros de las puertas de ingreso al local, custodiado por personal de una empresa de seguridad, le fue arrebatada a una de sus hijas una mochila.

Tras la sustracción, el motochorro armado, salió sin ninguna dificultad. La empresa solo le ofreció el libro de quejas. La policía, por su parte, aseguró que el caso quedará “archivado”. La sociedad, cada día que transcurre MAS INDEFENSA.

Relato pormenorizado

En su muro de Facebook, Jorge Reato, esposo de nuestra colega y amiga Marta Marozzini relató lo ocurrido en la playa de estacionamiento de WalMart y describió los sucesos posteriores al durísimo trance sufrido. Hete aquí la exposición textual:

“Nos robaron a punta de pistola en el Walmart. Quiero compartir el relato hecho por mi esposa de lo que le ocurrió:

el viernes 3 de Mayo a las 15:00 Hs en el estacionamiento de Wal Mart Paraná. Espero sirva de alerta para que tomemos precauciones para evitar que ocurran hechos similares en un lugar que considerábamos seguro.

Fue en la tarde del viernes 3 de mayo pasado, a eso de las tres, cuando paramos el auto en el estacionamiento del supermercado Walmart de Paraná, en el primer sector, a unos 40 metros de la entrada principal del edificio. Bajaron mis tres hijas, de 23, 18 y 5 años, mientras yo me quedé unos instantes dentro del auto buscando tarjeta de crédito y documento.

Esos instantes bastaron para que un muchacho saltara de una moto sobre mi hija Virginia (18), parada a la altura de la parte trasera del auto, y con una mano le tirara la mochila mientras que con la otra le apuntara con un revólver.

Fueron segundos, como un flash, que Virginia forcejeó y finalmente –por suerte- se desprendió de su mochila. Mis otras dos hijas (23 y 5) fueron testigos “privilegiadas”: estaban al lado, a centímetros del muchacho y el arma. La mayor quedó paralizada, aterrada por el revólver -“chiquito y plateado”, según describió después- y la nena no entendía qué pasaba. También fueron testigos otros clientes del supermercado que estaban a escasos metros y enseguida corrieron a auxiliarnos. “Tenía un arma, le apuntó”, me decían estas personas, tan conmocionadas como nosotras. Mis hijas mayores no podían contener la angustia, el llanto y los nervios.

Enseguida llegó a socorrernos una agente de Policía de Entre Ríos perteneciente al 911, contratada por el supermercado, pero del muchacho con la mochila y su acompañante ya no había ni rastros. Se habían esfumado por la puerta ubicada sobre calle Larramendi donde había un hombre de seguridad privada. La chica policía nos tomó los datos, escuchó los detalles del suceso aportados por todos –nosotras y los otros clientes-, llamó a otros policías y me informó –como algo alentador- que en el sector del ingreso al súper (sobre Larramendi) había una cámara, de esas que dicen que lo ven todo.

Mientras, yo pensaba y confirmaba otra vez que este sistema de “seguridad” -a través de cámaras- no previene nada y volvía sobre esa desafortunada afirmación de representantes del gobierno de que la inseguridad es una sensación.

A los pocos minutos llegaron dos patrulleros, uno de la comisaría 11 y otro de no sé qué repartición. Pero así como llegaron se fueron haciendo chillar las cubiertas y a fondo. Es que –según alcanzaron a explicar a las corridas – se había desatado una balacera feroz en la Cortada 141, a metros de Larramendi y a poquísima distancia de Walmart y de nosotros. Para todo esto, mi hija menor era todo asombro, preguntaba por qué le habían quitado así la mochila a la hermana y qué era eso de que estaban “armados”.

Pasado el primer momento, resolvimos ir a plantear la situación al supermercado. En el área atención al cliente nos ofrecieron el libro de queja, que rechacé enojada. Le plantee a la empleada que lo que queríamos exponer no era lo mismo que el reclamo por el funcionamiento lento de una caja o por la falla de un sachet de leche.

Entonces, la chica resolvió llamar al gerente. Esperamos y esperamos hasta que llegó el señor. Nos pidió mil veces disculpas (¿disculpas?), dijo que aunque quisiera no iba a poder ponerse en nuestros zapatos y habló de lo que era el problema de la inseguridad en el país, de que nuestro caso era el primero en lo que del año y de las muchas medidas que había instrumentado el supermercado para proteger a sus clientes. Respecto de este último punto, intenté decirle que el resultado estaba a la vista, al menos para nosotros. Al final, sentí que perdíamos el tiempo.

Entre medio, la chica policía me iba informando lo que habían logrado ver en el 911 con la cámara: dos muchachos que se iban en una moto de tales y tales características, el color de las remeras que llevaban puestas, que uno llevaba gorro y el otro no y casi nada más. Le pregunté por la utilidad de esos datos y me contestó que era para otra vez, para evitar que volvieran a entrar al súper, etc., etc.

Como fondo de la conversación, el lamento de Virginia porque había perdido toda su indumentaria de danza y sus apuntes de la facultad. Y mi cabeza que no podía parar de pensar si ese arma se hubiese disparado y en la función preventiva de las benditas cámaras que nos cuestan a todos miles y miles de pesos.

El paso siguiente fue hacer la denuncia en la Comisaría 11, en Bajada Grande. Fuimos hasta allá y mis hijas –una como víctima y otra como testigo- le contaron los hechos al oficial. Estuvimos un rato largo, mientras entraban y salían agentes con armas en las manos, por lo que ocurría todavía en la Cortada 141. “Acá, esto es así”, nos quiso tranquilizar un vecino de la zona.

Finalmente hicimos la denuncia caratulada Robo calificado en su perjuicio c/ autores desconocidos, causa que iba a ser comunicada al Juzgado de Instrucción N° 1 a cargo del Dr. Eduardo Ruhl.

Pero ante la pregunta respecto de qué pasos siguen ahora, una vez hecha la denuncia, la sorpresa fue grande: “Estos casos se suelen archivar porque tienen autores desconocidos”, se nos dijo.

“La inseguridad es una sensación”, volví a pensar.

Y el tema no es menor para nosotros, no es un suceso casual. Es que somos vecinos del barrio Consejo, donde hace un mes murió un chico en plena tarde en una esquina, después que otro le descargara seis tiros. Convivimos, como tantos otros ciudadanos, con el estampido de los disparos por las noches y con la preocupación por lo que viene, por los chicos del barrio que manipulan armas como antes, gomeras. En medio de eso y de las policiales de la tele, tratamos de preservar de esa realidad a la nena. Pero ella, después de lo del viernes, insistía con la pregunta: “Qué te hacen las armas, para qué son?”.

En estos días, y a partir de que otra gente fue conociendo lo que nos pasó en el estacionamiento del WalMart, empezamos a encontrarnos con testimonios de otras personas que habían sufrido robos y arrebatos en el estacionamiento de este supermercado”.

Leído atentamente lo narrado por Jorge, es inevitable preguntar: ¿carece Wal Mart de un personal de Seguridad capacitado para vigilar estratégicamente esa área, estando enclavada dicha empresa en una zona o área de serias dificultades con la inseguridad?

Amén de la incertidumbre que genera el crecimiento de la ola de delitos en la capital entrerriana, y de los esfuerzos indudables de la Policía de Entre Ríos, debería Wal Mart ofrecer mayores garantías a sus clientes EN TODO SENTIDO.

Días atrás publicamos una Columna Editorial acerca de productos vencidos que se mantienen en góndolas, especialmente en zona de alimentos refrigerados. Recibimos una sola llamada de un Representante de la firma que solo ofreció sus disculpas, pero NO hubo el más mínimo resarcimiento como era cambiar el producto. Es harto elocuente que algo está fallando, y GRAVEMENTE por cierto, en materia de ATENCIÓN AL CLIENTE y GARANTÍA DE SATISFACCIÓN DEL CLIENTE.