Maran Suites & Towers

Una fecha muy especial…Un pedido muy especial…

Pasaron ya 9 años desde el estallido popular del 19 y 20 de diciembre en Argentina, el cual prometía poner fin a un modelo económico y político que dejó al país en un aberrante estado.

Estallido social, un Pueblo mayoritario que reclamaba a viva voz pero sin violencia. Ciertos grupos activistas expresando su disconformidad mediante una virulencia exagerada. Represión tan desmedida como demencial. Incendios. Saqueos. Crímenes. Imágenes imborrables.

Hoy, a 9 años, muchas cosas siguen igual, en especial cierta representatividad política. Maquillada, aggiornada, o con mutaciones de banderías y hasta con divisiones intestinas. Pero de aquel “que se vayan todos…que no quede, ni uno solo…” quedaron CASI TODOS con enroques de cargos/funciones/poderes.

Es verdad; hubo un cambio elogiable en algunos aspectos, pero la deuda sigue siendo enorme a nivel Justicia Social, en cuanto a distribución de la riqueza, con una Educación que sigue siendo deficitaria, con una INSEGURIDAD cada segundo más acentuada, con notorias carencias en materia de salud, con una inflación que pone en jaque la economía de todos los hogares de clase media/media baja y que deja al borde del hambre a millones de argentinos en línea extrema de marginalidad, con una cada vez más acentuada, digamos gravísima coyuntura, en materia de política inmigratoria.

Peor aún, más aberrante, resulta la dramática escalada criminal, la incipiente consolidación de una ingobernable red de narcotráfico, la sucesiva desaparición de niños y adolescentes, la progresiva pérdida de valores, la hegemonía de grupos sindicales tan prepotentes como belicosos, la alevosía de desposeídos que ocupan, intrusan sin pudor y resisten de manera facinerosa siendo muchos de ellos arengados por punteros políticos que hacen sus negocios deshonestos, la triste evolución de fuerzas de choques conflictivas, provocadoras, beligerantes y la paupérrima actitud de grupos policiales que deshonran sus uniformes con cobardes actitudes a la hora de disuadir diversos actos intimidatorios de falanges cargadas de odio o preparadas para sembrar el caos.

No podemos ser indiferentes a lo que nos está ocurriendo. Muchos padecemos una sensación paulatina de desamparo, sin embargo pese a una honda decepción, a sentirnos defraudados, engañados, queremos renovar la fe, la ilusión, la esperanza, sin llegar a ser receptores de planes o dádivas preelectoralistas.

Solo deseamos trabajar honradamente, recuperar fuentes de trabajo, ganar lo que realmente merecemos y vivir en paz. Sin lujos, sin ostentaciones, solo vivir dignamente y que nadie amenace nuestras vidas.

Desde hace dos semanas, una execrable y creciente oleada de violencia y de vandalismo intenta llevar al país a los abismos del miedo y el dolor. Nada, ni siquiera el síndrome de exclusión social y de pobreza que afecta a los sectores más postergados de la sociedad, puede justificar el desenfrenado estallido que deja inadmisibles secuelas de víctimas y destrozos.

¿Quién arrojó la primera piedra, tanto en sentido figurado como en la cruda realidad?. Es harto elocuente que orquestados grupos de activistas políticos y de marginales, detrás de los cuales se movilizan interesados promotores de la anarquía.

Una vez más quedó demostrado que la brutalidad, en este caso manifestada a través de sus matices más oscuros, sólo sirve para agravar las dificultades, para tornar más preocupantes las contingencias de por sí críticas que afronta la Argentina y para volver a exacerbar disensos que se suponían superados desde que el Estado de Derecho volvió a tener plena vigencia.

Todas esas razones, e incluso el mero sentido común, tornan aún más imperiosa la necesidad de que todos los argentinos de bien, sin excepciones, se pronuncien masiva y explícitamente por el más rotundo rechazo del ejercicio de la violencia y de su inevitable consecuencia, el predominio de la irracionalidad, sea cual fuere su origen.

Enfatizamos nuestra convicción en lo inherente a que es posible disentir en paz y concordia, sin provocar o admitir actitudes agresivas.

Solamente la sensatez, el entendimiento, la firme ideología de acatar el imperio de la ley y el repudio de toda forma de intimidación permitirán que los argentinos convivamos pacíficamente y nos encaminemos hacia un futuro próspero.

En los últimos días, un perverso y arrollador proceso ensangrentó las calles de Buenos Aires y nos retrotrajo, como sociedad, a épocas sombrías que se creían superadas. El desmán, la barbarie salieron a ocupar el centro de la escena.

El país no podrá hacer frente a los desafíos que una abultada agenda le plantea en el campo político, económico y social si previamente no consigue desterrar los choques y los desórdenes que vienen empujándolo hacia el desbarajuste y el terrorismo.

Para ello, por la complejidad y la gravedad de las dificultades que la Nación debe afrontar, se requerirá que el amplio espectro de la dirigencia se aboque a construir consensos y a profundizar coincidencias, de modo que en la nueva etapa política que se inicia prevalezca el espíritu de unidad que hasta ahora estuvo ausente.

Hay que poner fin a la pesadilla que ha convertido a la República en teatro de un irracional y absurdo combate, en el que unos sectores sociales se enfrentan con otros, en un entrecruzamiento de enconos y furias absurdas.

Tal vez haya llegado el momento de demandar a quienes tantas veces juraron sus reiteradas promesas sobre La Biblia o la Constitución y nos mintieron o nos abandonaron.

Quizás sea el momento de exigirles a algunos políticos que resignen sus mezquinos intereses, sus codicias, sus ambiciones desmedidas.

Pero paralelamente, debemos encontrar juntos caminos de paz para solucionar tantos problemas que nos aquejan, que nos perturban, que nos conmueven, y peticionar a nuestros gobernantes, que vuelvan a jurar un compromiso irrenunciable en profundizar el cumplimiento de medidas plenas de justicia, equidad y solidaridad. Que genuinamente, SIRVAN A LA PATRIA de una buena vez por todas. El Pueblo sabrá agradecerlo.