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Seguiremos evocando la gesta de Malvinas, pero Gómez Fuentes y Kasanszew, hubo, hay y habrá amparados por medios manipuladores

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Hubo un tiempo en que los medios de comunicación exaltaron la guerra. No fue uno ni dos, sino muchos. Demasiados. Hace tan solo tres décadas y pico, en la Argentina tuvimos la conflagración de Malvinas. Con el advenimiento de la democracia, la sociedad toda condenó  al destierro mediático de José Gómez Fuentes y Nicolás Kasanszew. Habían cruzado cierta raya ética de manera evidente. Y “pagaron” por eso. Pero… ¿Y el resto? ¿Y hoy? ¿Y ayer? ¿Cuántos Gómez Fuentes y Kasanszew ha tenido y tiene nuestro país? Aunque redoblamos la apuesta… ¿Y los diarios qué? ¿Y los canales? ¿Y las radios? ¿O por qué no hablamos de la actual formación de opinión a través de Redes Sociales?

 

“En la guerra, la primera baja es la verdad.” La frase, dicha en 1917 por el senador estadounidense Hiram Johnson, ha atravesado indemne el Siglo XX y sus sucesivos conflictos bélicos, incluida la Guerra de las Malvinas. Y si hubo un vocero de esa guerra fue la televisión.

Todas las emisoras estaban en manos del Gobierno de Facto y así como fue a través de la pantalla chica que la Junta Militar emitió sus comunicados de cada día, fue allí también donde más expuesta y a disposición de la memoria social quedó la censura periodística, anunciada, incluso, oficialmente.

 

“Todos los informes y noticias del exterior, cualquiera sea su procedencia y medio utilizado y toda información relacionada con aspectos que hacen al desarrollo de las operaciones militares y de la seguridad nacional, quedan sujetos al control del Estado Mayor Conjunto, previo a su difusión por los medios informativos, sean éstos orales, escritos o televisados”, dispuso la Junta Militar (Boletín Oficial, 30 de abril de 1982).

 

Los canales capitalinos, como cualquier órgano periodístico, estaban obligados a tener como única fuente de información el Estado Mayor Conjunto, y de allí no sólo emanaban las noticias oficiales, sino que también era en sus dependencias donde en alguna ocasión se citaba a periodistas televisivos para proveerlos de comunicaciones oficiales.

 

Los canales del Interior apenas podían reproducir el informativo del canal de Buenos Aires con el que había convenio y llenar huecos con noticias de la radio o el teletipo.

La censura era, por lo tanto, la moneda corriente en todo el país. No obstante, ATC fue, de todos, el canal que más hizo para ganarse el mote de “vocero oficial”. En verdad, con ventajosa perspectiva, tres décadas después parece obvio reconocer por qué esa emisora ocupó tal lugar neurálgico.

 

Primero, porque como cabeza de la cadena oficial ATC era origen de transmisión de todos los comunicados de la Junta Militar. Segundo, porque allí se dispuso que los corresponsales extranjeros tuvieran su sala de prensa (incluso Entel había dispuesto en el control central del canal las cabinas de telefonía, medio de comunicación por excelencia en tiempos en que el satélite no era lo que es hoy).

 

Tercero, porque ATC fue el único en tener un corresponsal propio, Nicolás Kasanszew, en las Islas. Cuarto, porque “60 Minutos”, su programa de noticias, era el de mayor audiencia. Quinto, porque en ATC se realizó la maratón solidaria “Las 24 horas de Malvinas”, conducido por Pinky y Cacho Fontana, para un fondo patriótico que quedó en la memoria popular como “fraude patriótico”.

Quinto, porque esa emisora montó una repetidora en Puerto Argentino. Sexto, y menos conocido, porque con personas de ese canal fue que la inteligencia militar montó Radio Liberty, hecha en inglés y para disuadir al enemigo.

 

“Vamos ganando”, decía en ATC José Gómez Fuentes, el conspicuo periodista de “60 Minutos”, que llegó a informar que se había averiado al portaaviones británico Invencible que volvió, de hecho, sano y salvo a Gran Bretaña.

Gómez Fuentes falleció a fines de junio de 1992, días después del décimo aniversario de la derrota argentina. En vida, alguna vez, a modo de revisión histórica, declaró: “Mi país estaba en guerra, y si me pedían que dijera que Gardel estaba vivo y eso contribuía al triunfo yo no tenía ningún inconveniente en decirlo”.

 

De Nicolás Kasanszew se dijo, incluso, que había hecho algún dinero con las necesidades de los soldados. Luego, pasaría al exilio residiendo en Miami. Allí trabajó 17 años en varios medios hispanohablantes, como Univisión y la NBC.

 

Después de Malvinas, incluso antes de la llegada de la democracia, todos los medios de comunicación protagonizaron una purga y renovación acelerada por las circunstancias.

A la renovación de cúpulas le siguió el nacimiento y muerte de títulos y programas, con idéntica lógica.

Pero quienes “pagaron” el descrédito no fueron los medios en general, sino los periodistas en particular. Porque la carne del cañón mediático es -como la ética- una cuenta personalizada.

 

Y aun hoy millones de argentinos siguen quebrando la autoestima de tantos héroes al esgrimir con notable ligereza “fue una guerra absurda resultado de los vahos alcohólicos de un general que se despertó una mañana y decidió tomar las Malvinas”.

Pasaron 36 años… El Estado, en sucesivas gestiones, poco espacio -no “operado”- ha otorgado a los combatientes para que den testimonio.

 

El Estado podría investigar, analizar en profundidad la teoría inherente a que en el 82 el gobierno de Margaret Thatcher y el almirantazgo inglés estaban en crisis y que una victoria frente a un gobierno militar sudamericano les ayudaría a levantar su imagen. Incluso, se asegura que por eso la mandataria ganó más tarde las elecciones.

 

Y hubo una guerra en la que se destacaron por su estoicismo, por su coraje, su temple, su valor los oficiales jóvenes, los suboficiales y los soldados.

Lo triste es que después esos mártires volvieron escondidos, entre gallos y medianoche. La población argentina, exitista, no los recibió como héroes y hubo feroces imbéciles que se atrevieron a catalogarlos como “cagones que entregaron las Malvinas perdiendo una guerra que tenían ganada”.

 

Mayor escarnio sufrieron Gómez Fuentes y Kasanszew. Millones de dedos acusadores los condenaron. ¿Y hoy?

Desde el 14 de junio de 1982 a hoy, ¿qué hizo la democracia por nuestras víctimas, por nuestros inmolados?

 

¿En el devenir de esta democracia paradójica, qué hace o qué hizo la sociedad argentina con Rodolfo Walsh, Bernardo Neustadt, Mariano Grondona, Julio Ramos, Santo Biasati, Joaquín Morales Solá, Magdalena Ruíz Giñazú, Silvia Fernández Barrios, Víctor Hugo Morales, Jorge Fontevecchia, Néstor Ibarra, Daniel Hadad, Horacio Verbitsky, Jacobo Timerman, Mónica Gutiérrez, Nelson Castro, Guillermo Andino, Mauro Viale, Jorge Lanata, Samuel Gelblung, Oscar González Oro, Fernando Niembro, Jacobo Timerman, Rolando Graña, Marcelo Zlotogwiazda, Alfredo Leuco, Diego Leuco, Luis Majul, Luis Novaresio, Antonio Laje, Luciana Geuna, Nicolás Wiñazki, Hugo Alconada Mon, Gustavo Sylvestre, Ernesto Tenenbaum, Edgardo Alfano, Adrián Ventura, Guillermo Lobo, Marcelo Bonelli, Fernando Carnota, Florencia Etcheves, Lorena Maciel, Sergio Lapegüe, Roberto Navarro, Eduardo Feinmann, Carlos Pagni, Jorge Rial, Santiago Del Moro, Alejandro Fantino, Baby Etchecopar, Reynaldo Sietecase, Daniel Tognetti, Jonatan Viale, Julio Blanck y Eduardo van der Kooy, etc, etc… La lista es interminable…

 

¿Cuánto nos han mentido? ¿Cuánto nos han engañado? ¿Cuánto nos ocultan? ¿Cómo cambian de discurso de retórica con tanta simpleza? ¿

Por qué investigan a una gestión y no a la otra? ¿Por qué atacan a tal o cual facción política y cubren de modo tan evidente a otra?

 

Nadie se resiste al Archivo… O procuren activar la memoria. Repasen el listado.

 

Como todos los 2 de abril, los medios de comunicación, preparan notas especiales para recordar la Guerra de Malvinas. Se difunden informes de todo tipo, con textos emotivos, de recuerdo, de contenido político o de revisión histórica. Algunos incluso envían periodistas al archipiélago.

La industria cultural tampoco se queda atrás y lanza novedades editoriales sobre el tema.

 

Sin embargo, son escasas o nulas las producciones que ponen en el centro del debate el rol que los propios medios de comunicación cumplieron en la cobertura de la guerra.

Allí descubriríamos la clave para comprender cómo fue posible que millones de argentinos creyeran el Gran Engaño del “Estamos ganando” y “Hundimos al Sheffield”.

 

O las tapas de revistas donde Margaret Thatcher salía con colmillos como si fuera la novia de Drácula. Volvió a repetirse la alianza entre los generales y los propietarios de los medios de comunicación que tan bien había funcionado durante la represión.

Todos ellos supieron todo, siempre. Pero nunca dijeron nada.

 

Así se “perdieron” innumerables cassettes, rollos de fotos y hasta libretas con apuntes. Todo material periodístico se interceptaba y se incautaba, revisándose de pies a cabeza a enviados especiales y hasta a quienes los trasladaron. La requisa era rigurosísima.  Se utilizó sistemáticamente el control extremo de toda la información que salía de Puerto Argentino y del teatro de operaciones.

 

Lo curioso fue que muchas de esas fotografías, que nunca se publicaron en nuestro país, las vimos luego en las páginas de los principales semanarios del mundo: Stern, Newsweek, Time, Cambio 16, Paris Match y otros por el estilo. Las seguimos viendo…

Ese material, cuya obtención casi costó la vida en muchos casos, quizás algunos sagaces militares argentinos lo comercializaron y si así lo hicieron se forraron en dólares.

 

Hubo “desinformación” y “manipulación informativa” que diarios, revistas, radios y canales de la época avalaron con genuflexión, reverencia resignada, o intereses creados (¿?).

Con el retorno de la democracia, cada año, aprovechando los aniversarios y las declaraciones más o menos altisonantes de autoridades civiles y militares, los medios vuelven a “contar” la Guerra de las Malvinas.

 

Salvo muy honrosas excepciones, siempre falta un personaje en el recuento de esa tragedia nacional: los mismos medios y los periodistas que fabricaron esa guerra, y, al hacerlo, influyeron en la forma en que los argentinos nos pensamos, nos sentimos y nos recordamos desde entonces.

No es un olvido fortuito, por supuesto. Los medios de hoy y muchos de los más respetados periodistas participaron en la euforia de Malvinas.

 

Hoy cuentan los errores de la guerra recortando prolijamente de la foto la figura del periodista. Ellos (los medios) se despojan de toda responsabilidad.

Pero sí que estaban. El 14 de junio cuando los medios anunciaron que se había producido un “alto el fuego” (nunca se mencionó la palabra “rendición”), una multitud desesperada llenó Plaza de Mayo sin haber sido convocada por nadie para gritarle al general Leopoldo Galtieri que por qué no seguían peleando si hasta ayer estábamos “ganando”.

 

Fue en ese momento –como tal vez en ningún otro de la historia de la relación de los argentinos con nuestros medios- que los periodistas se hicieron visibles. Los periodistas habían ido como siempre y cumplían con profesionalismo su trabajo. El pueblo, entonces, se dio vuelta y los increpó: “Ustedes también nos mintieron”, gritó una señora. Los fotógrafos y cámaras no tuvieron otra alternativa que registrar los gritos y los puños en alto de los manifestantes dirigidos a ellos.

 

Por ello volvemos a José Gómez Fuentes, a Nicolás Kasanzew  o podríamos citar a Diego Pérez Andrade y Carlos García Malod, ambos de la agencia estatal Télam. Sus historias fueron fascinantes, pero muy poco de lo que averiguaron llegó a los argentinos durante la guerra.

La historia se escribió en Buenos Aires. Desde las islas provenían declaraciones, fotos, imágenes, personajes, todo previamente censurado. Los editores ponían la guerra.

 

En Buenos Aires, el oficial a cargo de la censura de los medios reunió el 2 de abril a los directores de diarios para anunciarles que trabajarían a partir de entonces en el esfuerzo patriótico para ganar la guerra y que ya sabían lo que tenían que hacer.

El director del diario centenario en idioma inglés, The Buenos Aires Herald, James Neilson, contó años más tarde que ese día le dijo al oficial que lamentablemente no sabía lo que tenía que hacer y que por favor le pusiera un censor en la redacción. “Los demás entendieron perfectamente. Hacía seis años que ellos mismos cumplían el triste papel de censores en sus propias redacciones”, terminó Neilson el relato.

 

Durante Malvinas no se inventó nada. Se siguió el mismo método de apoyo entusiasta que venía proponiéndose como contenido y tono en los medios durante toda la época de Videla, Viola y Galtieri.

En algunos casos, el medio se hacía eco de las opiniones y posturas del Gobierno proponiéndolas como propias (es triste volver a leer en ese sentido los editoriales y los adjetivos editorializantes usados para asegurar que “los argentinos somos derechos y humanos”).

 

Revistas como Gente, Siete Días, La Semana, Somos y Diez Minutos llenaron el 90 por ciento de sus páginas con fotos, noticias y reportajes de Malvinas. Ninguna tenía ni un reportero ni un fotógrafo en las islas, ni mucho menos en la flota británica.

El análisis de esas revistas es una fuente inagotable de maravillas para el estudioso del discurso de los medios.

Las tapas de Gente, especialmente, quedaron grabadas en la memoria de las generaciones que vivieron la guerra.

 

6 de mayo: Estamos ganando.

13 de mayo: Gran Bretaña asesina. Las fotos de la guerra que usted nunca vio.

20 de mayo: Respuesta argentina a las agresiones británicas. Vamos a atacar.

27 de mayo: ¡Seguimos ganando!

 

Dos semanas después de la rendición (14 de junio), la tapa de Gente salió en rojo furioso con preguntas dignas de un periodismo opositor y de investigación.

1º de julio: Los soldados que pelearon en Malvinas responden estas preguntas: ¿Había comida? ¿Tenían ropa adecuada? ¿Qué pasó con las armas? ¿Cuántos muertos hubo?

 

Son 98 páginas de la revista, y ni en ese número ni en ningún otro hasta ahora Gente intenta responder, aunque sea con mentiras, por qué no hizo esas preguntas cuando hacía falta.

Se ha publicado mucho sobre la revista Gente y sus formidables títulos de tapa. Pero todos los medios de la época –salvo los ejemplos valientes de la revista Humor y The Buenos Aires Herald- se plegaron al estilo empalagoso que hacía propias las mentiras del gobierno y les agregaba mucho de cosecha propia.

 

Quienes fuimos contemporáneos de la Guerra, podremos recordar y sacar nuestras propias conclusiones. Los más jóvenes también, pero para prevenirse: en una guerra, en cualquier país del mundo, la verdad nace herida de muerte.

¿Podrá explicárseles a nuestros niños que una multitud en Plaza de Mayo vitoreaba por Malvinas frente a un dictador que la arengaba?

 

¿Podrá explicárseles sin precisar el rol que jugó el periodismo?

¿Podrán esos veteranos periodistas seguir escribiendo sin autocríticas? ¿Habrá autocrítica?

 

Habrá que preguntarse por qué en casi 24 años de gobiernos constitucionales asociamos a Malvinas con “abandono”; “chicos de la guerra”; “dolor” y “tristeza”. Y casi nunca con “gesta”; “valientes soldados”; “coraje” ó “heroísmo”.

Igual que en 1982, nunca nos dijeron que podíamos perder. Nadie nos dice ahora qué podemos hacer para ganar. Para recuperar la verdad en forma completa.

 

Pasadas tres décadas y media de la guerra es imperioso abordar Malvinas, desde la perspectiva mediática y su responsabilidad, con más valentía pero al mismo tiempo con menos pasión.

Menos pasión porque nos ayuda a ver con objetividad lo sucedido y con más valentía porque es hora que aquellos que lucraron con la guerra sean desenmascarados, no con la denuncia y el señalamiento impulsivo sino con el análisis serio, maduro, académico y profesional.

 

La Argentina aún no ha superado la bifurcación -o contradicción- política de considerar a la guerra de Malvinas como un hecho apoteósico e inmaculado por un lado, y a satanizarlo como un capítulo vergonzante por el otro.

Ambas posturas no son correctas, pues el oportunismo de la dictadura militar de asirse de una causa nacional, justa y libertaria, devino en un proceso que tuvo vida propia desbordando al régimen y mostrándonos a los argentinos -como en un espejo- la realidad de quiénes eran nuestros enemigos y quienes nuestros amigos y esa realidad nos enfrentó a la desnudez interna política y militar y al colonialismo salvaje que no tiene amigos, aunque éstos hayan tenido relaciones carnales con ellos, sino intereses.

 

Debería partirse de este punto -nunca asumido por el Establishment- para adentrarse en el porqué de la conducta de los medios que en su mayoría eran funcionales al régimen.

El control sobre la información en una guerra convencional es, obviamente, un arma más que puede ser utilizada sin ética periodística alguna. No sorprende pues que hubieran tenido lugar las censuras y los censores.

 

Pero existe una diferencia inquebrantable entre la conducta de los militares y las medidas que de ellos emanaban -aunque reprochables- y la actitud de sumisión oportunista y miserable de los dueños de los medios que especularon con Malvinas amplificando las mentiras, inventando inclusive hechos inexistentes que no pueden endilgarlos a los censores militares, pues éstos seguramente carecían de tan prolífica imaginación.

 

Seguramente razones de mercado impulsaron a los empresarios editoriales a falsificar la realidad. Pero una cosa era aceptar la censura impuesta por el régimen y otra falsificar la noticia.

¿Hasta dónde un medio debe aceptar lo ineluctable -la censura- y dónde empieza la ética y también el patriotismo a dictar la conducta periodística? Sería bueno que los mismos responsables de esos medios tuvieran la valentía de responder.

 

Y retornando al presente crítico de la República, creo que debería tenerse presente es analizar si los patrones de conducta de los medios durante Malvinas, que fue la misma durante toda la dictadura, siguen siendo los mismos, o si han cambiado, ¿cuál es la brújula que determina el proceso de informar a la ciudadanía?

 

Por eso volviendo a la reflexión inicial acerca del porqué de la conducta del periodismo durante Malvinas es necesario ponerse de acuerdo sobre los comportamientos análogos entre los dueños de las empresas, los poderes fácticos y, trazando un paralelo, examinar en la actualidad las “relaciones carnales” entre políticos y medios.

En Malvinas la prensa (léase patronal…) fijó su posición porque finalmente era su interés el que corría -interés de mercado y de connivencia con el régimen- y no la ética profesional y mucho menos el patriotismo. Así de sencillo.