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Rítmica conversación en el Contrafestejo: cuerda de tambores, matizadas con violín y trompeta más sensuales danzas

Hace varios años que ha vuelto a escucharse, a sentirse, a gozarse el ritmo del candombe en nuestra ciudad, merced a la interpretación de algunas cuerdas que con su arte nos deleitan en distintas zonas de la capital provincial y cuando se reúnen en el marco del Contrafestejo generan un clima ultra particular.  Tan sensual ritmo rioplatense va fortaleciéndose, creando su propia identidad, nuevos espacios para comunicarse, para compartir experiencias y formas de resistencia de manera solidaria en un espíritu comunitario de fraternidad. Segunda galería del Contrafestejo 2018.

 

De paseo por Plaza Alvear de Paraná, percibimos ayer éste ritmo, enraizado en la cultura rioplatense por más de doscientos años, supervivencia del acervo ancestral africano de raíz Bantú traído por los negros llegados al Río de la Plata, evocando el ritual de la raza

 

Su espíritu musical trasunta las añoranzas de los desafortunados esclavos, que de súbito se vieron transplantados a América del Sur, para ser vendidos y sometidos a duras faenas. Eran almas doloridas, guardando incurables nostalgias del solar nativo.

 

El ritmo, cotidianamente, nos acompaña desde el latido del propio corazón, la respiración, el andar, el idear. Reflejamos en él nuestro sentir y hacer, pensar, aprender.

 

Y apreciando esos círculos de músicos, descubrimos que, amén del desarrollo técnico de la melodía en cada toque o la unidad del ensamble, se puede percibir un aprendizaje que nos remite al más antiguo modo de reunión, de conversación, de encuentro del ser humano.

 

La sabiduría en este caso musical pone a todos en un mismo nivel, los acerca, los descubre y les da la posibilidad de potenciarse, produciendo la integración de las individualidades en una comunidad cooperante, celebrante y respetuosa.

 

Es algo más que una clase de percusión o el uso de ritmos culturalmente específicos. No es solo un círculo de tambores improvisando a modo tradicional. No es solo un ensamble musical dirigido. Es música espontánea siguiendo un pulso.

 

La vivencia más allá de la estructura métrica, nos subyuga, nos atrapa. No pensamos en las líneas divisorias de compás, en corcheas o semicorcheas.

Es inevitable pensar que el ritmo es para el africano la arquitectura del ser, la dinámica interior que le da forma, la pura expresión de la energía vital.

Es insoslayable reflexionar que el tambor, convoca lo más genuino de cada individualidad. Posibilita la expresión espontánea, facilitando en el mismo accionar descubrir nuevos talentos, dejar de lado estereotipos y ofrecer lo mejor de cada persona para la construcción común.

 

Y por unos minutos nos contagiamos de ese shock que produce la vibración o fuerza que sensiblemente nos toma en nuestras raíces y comprendimos que los tambores forman ritmos secundarios de lenguaje.

 

Míticamente, el candombe es un alegre ritmo de carnaval que bailan mulatas esculpidas en ébano y hombres fibrosos que percuten tambores, creando un aura sensual y lasciva a puro desenfreno. Pero el asunto es bastante más complejo.

Los mitos indican que el candombe es distintivo de Uruguay, aunque su origen estaría en una danza ritual muy extendida entre las culturas africanas que fueron diezmadas por las incursiones de los barcos negreros.

 

Con la repetición de un ritmo sincopado hasta el paroxismo, en las aldeas africanas se hacía una “llamada” a los espíritus de los dioses, los que no estaban presentes a través de una imagen adorada, sino que llegaban desde su mundo de manera invisible para ingresar al cuerpo de las personas.

Estas se sumían en un profundo trance místico poseídas por uno de los muchos orixas (antiguos antepasados que son invocados por los encarnados en la religion umbanda), entregándose a un baile frenético que quedaba fuera de su propio control.

 

Cuando los negros encadenados en la bodega de un barco cruzaban el océano, no tenían otro consuelo que los rituales percusivos, esa pertenencia inmaterial que trajeron consigo al Nuevo Mundo. Guardaron en su mente el ritmo y en Uruguay construyeron tambores con barricas que llegaban en barcos desde Cuba, porque en África los construían con troncos ahuecados.

La mayoría de quienes llegaron a orillas del Río de la Plata venían de la región Bantú: el Congo y Angola. Allí había unos 450 grupos étnicos que hablaban una veintena de lenguas y muchos más dialectos. Muchos ni siquiera podían hablar entre ellos y la única forma que tenían de comunicarse era la música que salía de los tambores.

 

Durante la colonia cada “nación” africana tenía su toque de tambor, que con los siglos se fueron fusionando en el actual compás de 4×4 del candombe.

El alboroto, el colorido y el baile desenfrenado, fueron este sábado la cara más visible de este Contrafestejo. Pero lo más curioso de la fiesta fue lo subyacente, ese sincretismo cultural surgido de una extraña carambola de la historia, cuyo rebote múltiple hizo que a orillas del Río de la Plata confluyeran el desenfreno pagano de la antigua Roma, el carnaval callejero del “vulgo” medieval europeo, el culto a los dioses negros travestidos en santos católicos y los repiques rituales de tambor salidos de la fibra más profunda y lejana del África negra. El resultado es el candombe, a puro tambor, recreando bailarinas un despliegue notable de sensualidad que algunos relacionan íntimamente con una danza ritual de la fertilidad africana.

 

El complejo entramado rítmico del candombe se teje con tres tipos de tambores: el chico, el repique y el piano. A simple vista difieren apenas en el tamaño, pero lo cierto es que sus funciones y sonidos son muy distintos. El tambor se cuelga con una banda cruzada sobre el hombro derecho y al avanzar es empujado con la pierna izquierda, lo que marca el tempo de la comparsa. Se supone que el movimiento es el reflejo del caminar de los esclavos y que “hasta que un candombero no camina bien, no puede tocar bien”.

 

Para algunos el tambor es una nostalgia del África, porque al ser arrancados de cuajo de su mundo y ver prohibidas sus creencias, las historias familiares de cada afro-uruguayo se fueron borrando. Su religión originaria es hoy una intuición, la mayoría no tiene cómo saber de qué zona proviene y el único nexo que les queda con ese paraíso perdido donde fueron libres es el tambor, esa recóndita vibración que atravesó el África entera, cruzó el Atlántico y sigue arraigada en ellos como una resistencia, un acto de rebeldía y reafirmación de identidad. La onomatopeya del candombe -borocotó chas-chas- está queriendo decir “aquí estamos, esto somos”.