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Prensa en crisis: precarización, pérdida de ética, internet, malos negocios…

No hay duda alguna que el periodismo gráfico argentino atraviesa por una crisis inconmensurable en lo inherente a deber, compromiso, obligación, lealtad y el DERECHO que le asiste a cada trabajador con relación directa o indirecta de dependencia. Los medios y su falta de contenido como credibilidad hacen la otra parte para que aumente la influencia de la prensa ciudadana. Sin embargo, no todo está perdido. Los empresarios deberían torcer el rumbo, hurgando en lo que el lector desea consumir.

 

Se cita de modo constante la palabra “precarización”, sin embargo sobran ejemplos respecto al rol multifacético de tantos colegas a quienes se puede leer, oír, ver en distintas tribunas como hasta cumpliendo labores para el Estado.

No es de HOY. Hace décadas se contempla ello. El punto es indagar acerca de si se trata de un “Vedettismo” o de una insoslayable búsqueda de mayores ingresos, o de ambas tendencias.

 

Bajos salarios, pagos irregulares y condiciones poco ideales en materia tecnológica, son temas que a diario se refutan desde grupos “insurrectos”, sublevados por una crisis financiera indudable que soportan la mayoría de los medios privados.

 

Algunos hasta se animan a mencionar la palabra “explotación”, sin embargo, así como se debe lamentar un silencio patronal execrable, los propios periodistas incurren en un mutismo particular que se aviva o se extingue por fugaces ráfagas de acuerdo a los acuerdos que se instrumentan con la Patronal, muchos de los cuales se cristalizan parcialmente, beneficiando a los más sagaces y postergando a una mayoría.

 

Tan compleja situación, insistimos, proviene de décadas y basta repasar legajos para verificar historial de tantos profesionales del periodismo, que supieron ser férreos caudillos de la protesta por reivindicaciones diversas, y hoy lucen una “abnegada” trayectoria, habiendo excitado, incentivado, arengado con ideas “revolucionarias”, cargando de rebeldía a compañeros que terminaron afuera de redacciones, despedidos o renunciando y siendo olvidados por estos “cráneos” en pseudo-sublevaciones.

 

Ocurre desde hace muchos, pero muchos años, más allá que podemos admitir tan marcada y descontrolada problemática actual.

 

Las relaciones laborales entre propietarios de medios y trabajadores siempre tuvieron marcados lapsos de amor-odio, y allí hubo pícaros que tomaron cuantiosos beneficios, usufructuando a su vez el posicionamiento ambiguo sindical que enarbolaba la bandera de la defensa del trabajador sin embargo -al cabo de cónclaves formales- convenían siempre a favor de la Patronal con acuerdos absurdos logrando preservar sus propias fuentes de sustento y las buenas relaciones con la cúpula empresarial

 

Así, con este obrar espurio muchos se atornillaron a sus puestos. Lo consiguieron desorganizando y fomentando en otros el aislamiento, la indiferencia, la auto-censura, el auto-silenciamiento, o de lo contrario el destino final inexcusable: el despido sin ningún tipo de pudor.

 

Pese a semejante cuadro de pérdida de ética, de valores, de moral profesional, es imperioso discernir que el corazón del negocio periodístico no debería derrumbarse.

La crisis económico-financiera, la confusión sobre el modelo de negocio no es nueva ni irreversible.

 

Los ciudadanos siguen queriendo saber qué ocurre, esperan explicaciones, demandan debate público con respeto a los hechos y espacio amplio y diferenciado para las opiniones.

 

A eso llamamos periodismo, viejo y nuevo, periodismo de siempre. Y hay más consumo de espíritu crítico que nunca y, también, más materias para evaluar, para estudiar, para tratar con erudición periodística.

Steve Jobs decía no hace mucho: “Necesitamos el criterio editorial más que nunca… Cualquier democracia depende de una  prensa fuerte y sana”.

La pregunta no es si el papel se acaba, si la Red lo ocupa todo. La pregunta es: ¿Hacemos el periodismo que reclaman los ciudadanos?

 

Los soportes son importantes, la propiedad intelectual también, la gratuidad, un problema…, pero sin contenidos no hay futuro. Y los contenidos necesitan artesanos, profesionales preparados, experimentados, independientes y libres, es decir, PERIODISTAS con mayúsculas, no meros propagadores de noticias o de crónicas sin el más básico grado de opinión, de tratamiento.

Consumimos mucho tiempo en las excusas, en buscar culpables de la decadencia, evitando las preguntas centrales.

 

El rescate del periodismo, como institución de la cultura democrática, está en la base de una estrategia social y política que no siempre se corresponde con el determinismo de los modelos de negocio.

La lógica que alimenta la ruptura generacional se asienta en una tendencia global hacia la transparencia y la disolución de los diques de desinformación, censura y propaganda que aún levantan los viejos muros de la historia.

 

Cuando se habla de modelos de negocio periodístico y de cómo aumentar los ingresos, los expertos raramente se detienen en el elemento central: la credibilidad.

Si todo el andamiaje de los diarios está construido sobre la base de que alguien pague por la información, ¿qué sentido tiene pagar por información producida por un medio que ha perdido la credibilidad, ha despedido a muchos de los mejores periodistas y su línea editorial ha pasado a ser cortar y pegar gacetillas, redactar crónicas básicas, publicar entrevistas que se ven por tele o escuchan en radios y hasta se contemplan en la web?

 

El problema no es que el modelo de negocio se derrumbe porque los lectores no quieren pagar, sino que a los lectores les cuesta pagar por información que la aprecian en internet gratuitamente y con mayor espontaneidad.

 

Y aquí algunos grandes medios han contribuido aún más al haraquiri regalando en el ciberespacio los mismos contenidos por los que cobran en el quiosco, dificultando aún más que alguien sea tan extravagante como para comprarse el periódico por información que lleva horas circulando gratuitamente en la red.

 

El panorama de los medios tradicionales es desolador y todo indica que la agonía va a seguir inexorablemente. Pero ya no hay que confundir a los medios tradicionales con el periodismo. Paradójicamente, la descomposición de las empresas tradicionales combinado con la revolución tecnológica que abarata muchísimo todos los costos de producción dibuja un terreno en el que nunca ha habido tantas oportunidades para los nuevos medios que deseen hacer viejo periodismo: es decir, el periodismo independiente de toda la vida. Con mayor o menor acierto, pero más o menos independiente.

 

Todo el mundo aspira a innovar y a sentirse parte de grandes revoluciones que cambiarán el curso de la historia, lo cual contribuye a exagerar la importancia que se da a muchos fenómenos que solo la perspectiva del tiempo pondrá en su lugar. En el periodismo, todos los gestores quieren dar un salto de modernización para adecuarse al siglo XXI centrándose en temas tecnológicos que no entienden y ninguneando su principal activo: los periodistas, el contenido y la credibilidad editorialista.

 

Debemos volver a las fuentes, al periodismo que busca activamente la verdad, que practica la verificación más que la aseveración, la precisión antes que la velocidad; que hace un relato interesante, apasionante, de hechos relevantes; que rectifica diligentemente cuando se equivoca; que practica la transparencia y muestra su trabajo; que evita los agujeros negros del partidismo político o ideológico; que se comporta con imparcialidad y huye de la equidistancia; que cuida la independencia respecto a las fuentes y evita la tentación de las modas y de sus propios intereses o preferencias para no enturbiar el buen juicio.

 

Los cambios técnicos y de comercialización no cambian la línea editorial de un medio. Las empresas periodísticas, para ser rentables, deben transformarse en cuanto a la suma de procesos intelectuales y a la interacción con la ciudadanía.

Para ello, es vital que los periodistas se conviertan en verdaderos editores honestos de las expresiones ciudadanas.

No podemos dejar al periodismo honrado, libre, profesional, como una ilusión, como una utopía.

Los ciudadanos no dan la espalda al buen periodismo, a ese que analiza, que opina, que critica con total libertad, sin condicionamientos, caiga quien caiga. Llegó la hora que los empresarios comprendan sabiamente este ineludible postulado. Solo así podrán salir de tan oscura coyuntura.