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Navidad, tiempo de reflexión y reconciliación

Navidad: palabra que engloba alegría, paz, amor. Sin embargo, miramos a nuestro alrededor y vemos al mundo enloquecer, andar atribulados, atolondrados, sensibles, irascibles. Nos miramos al espejo y lucimos extenuados, inquietos, consternados. ¿Cuándo extraviamos el verdadero sentido de lo que significa esta celebración? ¿En qué momento perdimos esa maravillosa armonía de un tiempo pleno de reflexión y reconciliación?

 

El mes de Diciembre supo tener la connotación amorosa, la representación del renacer del ser inmutable y sereno, pero en las últimas décadas el individuo humano se ha dado a la tarea de hacer de este tiempo un tiempo de mercadeo, de desenfreno, de ansiedad, de perturbación, de conflicto, y hasta de tristeza, de dolor por no poder dar a los nuestros una representación tangible del afecto que no sea exclusivamente a través de lo material.

Realmente esto no es así. El amor se entrega a través de un abrazo, de un beso, de una caricia, de una palabra, de cuidado, de protección, de auxilio, de asistencia, de PRESENCIA . Sin embargo, hemos etiquetado el amor en ropas, calzado, joyas, accesorios, juguetes, tecnología, viajes… Es por ello que la Navidad ha perdido su sentido.

 

La unión familiar pareciera no expresarse de la manera adecuada. Estamos en unión pero no lo estamos. Nuestros niños tienen los juguetes pero no tienen los padres que jueguen con ellos porque están ocupados en sus conversaciones de adultos, en sus profesiones, en sus trabajos, en sus abatimientos, o mortificaciones.

Los niños se meten en sus mundos de juegos y sus padres en sus mundos de adultos y la familia va tomando una connotación de tú en tu mundo y yo en el mío. Una separación, una división.

 

Luego, se les otorga a los críos ya adolescentes o jóvenes, todo lo mejor a nivel material, se les organiza fiestas descomunales y hasta viajes al exterior, pero no se los educa en el amor, no se habla con ellos, no se los asesora, no se los guía en sus labores educativas y hasta se considera común que beban o fumen sin control y no se visualizan a tiempo casos de adicciones a drogas o ingesta de alucinógenos o “desinhibidores”.

Creemos mantener una vida perfecta y en el momento menos oportuno nos damos cuenta que ya no tenemos nada.

 

Todo esto es parte del deterioro del nosotros mismos. Vinimos a un mundo a crearlo en amor y, nos hemos perdido en una destrucción de valores. No existe el respeto de los espacios entre nosotros, la libertad se ha confundido y el niño como luego el adolescente se siente abandonado y recurre a algo que llene su tiempo.

¿De qué nos vale trabajar tanto, llevar tanto dinero a casa, si nuestros hijos están derrumbándose ante las drogas, el alcohol y los videos juegos?

 

¿De qué nos vale dedicar tanto tiempo a generar recursos, si en nuestros corazones nos endurecemos y dejamos de percibir la belleza del amor y la unión familiar?

Que en esta Navidad sea nuestro propósito esencial el comenzar a construir una verdadera Familia, que el tiempo sea compartido entre nuestras responsabilidades laborales y la responsabilidad de nuestro hogar, que nuestra vida deje de ser tan monótona y fría y se llene de paz y calor a través del amor incondicional a los nuestros y a los que nos rodean.

 

Volvamos a concebir la Navidad como algo que va más allá del materialismo mercantil, del bullicio o de un período para descansar. Pensemos en que es la oportunidad perfecta para ofrecer unas disculpas, pedir perdón y hacer borrón y cuenta nueva.

Las discusiones, las discordias, los malos entendidos y las ofensas son palabras que suelen doler y quebrantar relaciones. Nada mejor que ésta época para animarse a una introspección, un auto análisis, una auto crítica, una profunda evaluación de nuestros procederes, y cambiar a tiempo.

 

No hay nada más bello en este tiempo que revisar esos procederes agraviantes, esas palabras ultrajantes, esas conductas humillantes alguna vez consumados, proferidas o ejecutadas, para entregar amor fraterno, y reconciliarse mediante el perdón respectivo.

Es necesario que desarrollemos más habilidades para relacionarnos, que podamos aprender a conciliar y buscar acuerdos, a fomentar el hábito de dialogar presentando explícitamente lo que gusta o disgusta, lo que causa dolor emocional, etc.

 

La mediación y el diálogo son los principales medios para iniciar la construcción de la paz, tanto en los grandes conflictos armados, como para los pequeños conflictos de la vida diaria.

La construcción de la paz no es “te perdono, pero no te olvido”, ni siquiera borrón y cuenta nueva”, se trata de no repetir los errores que han desencadenado violencia entre las comunidades y las personas.

 

Ello promueve la sana convivencia. El perdón es un acto de liberación emocional, sobreponerse a la influencia de los recuerdos dolorosos es quedar libre de una carga emocional del pasado, pudiendo obtener el beneficio de la sanación interior, especialmente si se trata de un ser que apreciamos y hasta amamos, por consiguiente, debemos evitar la tendencia a ser extremistas, rígidos o perfeccionistas, dejar el orgullo y mostrar un corazón abierto y disposición al diálogo.

 

Debemos ahondar nuestro compromiso de encauzar los disgustos y mostrar la importancia de perdonar. Despojémonos del concepto inherente a interpretar a la disculpa como que se trata de un acto de debilidad o vergüenza, sino como una forma de afianzar la relación y darse la oportunidad de dar a conocer que se ha venido sintiendo y como se afectó al prójimo, al vecino, al compañero, al familiar; y de la misma forma obtener el beneficio de dejar ir los sentimientos negativos, dejar de recordar continuamente con ira o rencor lo sucedido, dejar de desear vengarse y dejar atrás el pasado para centrarse en el presente con estabilidad y tranquilidad.

 

En la Navidad se conmemora el nacimiento de Jesús, símbolo de amor, es quien nos enseña la compasión y el perdón, El que da paz, en esto se fundamenta el verdadero significado de esta época como la mejor del año para dejar el rencor atrás.

Reconciliémonos primero con nosotros mismos, sintamos en el ambiente algo diferente, una energía maravillosa que nos movilice, que nos haga más alegres y que despierte en nosotros el deseo de compartir con los demás, paz y unión familiar.

 

Insistimos… La Navidad es la fecha propicia para la reconciliación y el perdón, para estar en paz consigo mismo y los demás, porque la gente no puede estar mensajeando buenos deseos y bendiciones cuando está enojado con el prójimo cualquiera sea su condición o relación.

En este tiempo de Navidad dejémonos tocar por el espíritu de la paz y por la alegría de un pueblo que se reconcilia con su Dios. Se trata de un Dios que dignifica al hombre y a la mujer en su sentido más profundo de humanidad. Al hacerse persona, somos capaces de verlo a la cara en los demás y pasar de las diferencias y enemistades, a construir juntos un cuerpo social integrado en el que se superen inequidades y violencias.

 

La reconciliación es algo que pasa entre los seres humanos y viene de la necesidad de restaurar las relaciones que antes existían entre ellos, pero que habían sido rotas. Es así que asumiendo nuestra realidad como sociedad, la que hemos expuesto a situaciones de injusticia concretadas en las múltiples maneras de inequidad existentes, vivimos un tiempo en que la exigencia se vierte hacia la construcción de una sociedad en paz y reconciliada.

Equidad y reconciliación comparten un mismo sentido, el de volver a reunir a quienes se habían distanciado por motivaciones egoístas, que no favorecen el reconocimiento de la dignidad del otro.

 

Que en este tiempo de Navidad todos podamos abrir nuestros corazones al amor con el que Dios se manifiesta entre nosotros. Este amor que no tiene envidia ni es egoísta y tampoco se alegra de la injusticia; un amor que todo lo perdona, lo cree, lo espera y lo tolera.

Dios quiere darnos la esperanza, la paz y la reconciliación, pero un don, un regalo sólo puede ser tal si llega a destino, si hay quien lo reciba. Por otra parte, la esperanza, la paz y la reconciliación son dones, pero también implican un trabajo de nuestra parte.

 

Abrirnos a la esperanza implica un trabajo por alcanzar lo que se nos ofrece. Recibir la paz significa que estamos dispuestos a cultivarla en nuestros corazones y comunidades. Aceptar la reconciliación nos compromete a hacerla madurar por medio del perdón del corazón y de la escucha, del diálogo, de la apertura a lo diverso.

En lo profundo de nuestros corazones y más allá de nuestros problemas, los argentinos queremos vivir con esperanza, en paz y reconciliados.

 

Les propongo que reflexionemos un poco y veamos de qué modo concreto en el aquí y ahora de nuestra vida podemos abrirnos a los dones que se nos ofrecen.

Sólo así el signo de la Navidad tendrá sentido en nuestra bendita tierra.