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Mama Antula, patrona argentina de las Misiones

La Santa Sede aprobó que santa María Antonio de Paz y Figueroa, más conocida como Mamá Antula, sea declarada patrona argentina de las Misiones. El nuncio apostólico, monseñor Miroslaw Adamczyk, confirmó la novedad mediante una carta  quelleva la firma del secretario del Dicasterio de Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

“Su vida de entrega y su incansable amor por llevar el Evangelio a todos son inspiración para nuestra misión. Que ella nos guíe y fortalezca en el camino de anunciar a Cristo con pasión y fe”, expresaron desde Obras Misionales Pontificia (OMP).

¿Quién fue Mama Antula?

María Antonia de Paz y Figueroa nació en Villa Silípica, actual provincia de Santiago del Estero, en el año 1730. Perteneciente a una familia con un alto poder adquisitivo, recibió la educación que se les daba a las mujeres de las familias acomodadas, la cual acentuó en ella su inclinación a la vida religiosa.

A los 15 años, decidió dar un giro a su vida y abandonó su casa, para acompañar a los jesuitas como “beata” de la Compañía de Jesús, para lo cual hizo sus votos y vistió el hábito correspondiente, consagrándose a la oración y al apostolado. Luego, comenzó a asistir a los ejercicios espirituales en un convento jesuítico, donde aprendió a organizarlos.

Muy comprometida con la evangelización de los pueblos originarios santiagueños -a punto tal de que les enseñó la Palabra de Dios, a leer, a escribir y a perfeccionar técnicas de ganadería y agricultura-, la futura santa fue bautizada por los indígenas como “Mama Antula” (expresión quechua equivalente a “Mamá Antonia”). También, mantuvo un gran compromiso en la defensa de los derechos y la dignidad de las personas afroamericanas, que eran esclavizadas y vendidas como mercancía, luchando también por la dignidad de los otros pueblos y etnias más relegados.

Cuando los jesuitas fueron expulsados de América en 1767, Mama Antula sintió que debía continuar con la práctica de los ejercicios espirituales que ellos realizaban, en pro de la salvación de las almas. Fue entonces cuando empezó su “misión en salida”, para lo cual eligió el nombre de María Antonia de San José y reunió a un grupo de mujeres jóvenes, que pasaron a hacer vida en común, rezando, ejerciendo la caridad y colaborando de forma más bien clandestina con los padres jesuitas.

De hecho, la amistad con los miembros de la Compañía de Jesús la siguió manteniendo a través de cartas, mientras continuaba su tarea evangelizadora en las parroquias de Salavina, Soconcho y Silípica. Su figura ya era familiar, siendo ya popularmente conocida también en su pueblo de origen como “Mama Antula”.

Llevando a Jesús por los caminos

Con autorización del obispo del Tucumán, Juan Manuel Moscoso y Peralta, Mama Antula realizó una gran caminata evangelizadora, predicando por todo el territorio diocesano. Así, recorrió las actuales provincias argentinas de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja.

En 1777, llegó a Córdoba y, finalmente, arribó a Buenos Aires en septiembre de 1779. La provisión episcopal concedida le permitía solicitar limosnas, pudiendo fundar casas de recogimiento y organizar ejercicios espirituales.

A lo largo de su peregrinación por los caminos y lugares que iba visitando, la actual beata se esmeraba en convocar a los lugareños a realizar los ejercicios espirituales. Como rasgo característico, Mama Antula adoptó un estilo de vida austero y sencillo, adaptándose a las realidades de cada lugar que visitaba, peregrinando descalza y viviendo de limosnas.

Luego de un tiempo en Buenos Aires, logró que las personas de la nobleza y, en general, de alto poder económico y social, no tuvieran que ocultarse para concurrir a los ejercicios espirituales, por ser estos de origen jesuita. También, obtuvo donaciones para poder realizar la construcción de la actual santa Casa de Ejercicios Espirituales, en los mismos terrenos de la avenida Independencia al 1100 donde hoy siguen en pie.

María Antonia falleció, en esa Casa que había fundado, el 7 de marzo de 1799, a los 69 años de edad. Sus restos fueron inhumados en la basílica de Nuestra Señora de la Piedad, de la ciudad de Buenos Aires, por haber sido el primer templo al que entró al término de su larga peregrinación a pie desde Santiago del Estero.

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