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Malvinas: a 30 años de una guerra irracional

Argentina recuerda hoy, no sin tristeza, la invasión a las Islas Malvinas, en reclamo de la soberanía, hecho que terminó en una guerra insensata. Pasaron 30 años y hay heridas que aún no cierran… Fue el 2 de abril de 1982 cuando la dictadura militar, ordenó el disparatado desembarco de las Fuerzas Armadas esperando con esta acción recuperar su fortaleza frente al descontento popular y a una gravísima crisis económica.

 

Los militares en el poder planearon una acción sorpresiva y de pocos días que obligara a los británicos a negociar. Pero terminaron en una guerra, con una respuesta inmediata de la primera ministra británica, Margaret Thatcher, y la capitulación argentina 74 días después.

 

Las pérdidas de vidas humanas resultantes en ambos bandos son una fuente de pena permanente. El 2 de abril de 1982 es, en el sentimiento y en la memoria de los argentinos, una fecha signada por implicancias y emociones tan dolorosas como contradictorias.

 

Hoy, sentimos la ineludible necesidad de tributar nuestro emocionado reconocimiento a los combatientes argentinos que ofrendaron su vida por la Patria en esa oportunidad y que dieron una lección silenciosa de coraje y de heroísmo al cobarde general Leopoldo Fortunato Galtieri quien confortablemente desde un sillón y ebrio de soberbia y despotismo, puso en marcha, sin ningún realismo y con una aberrante irresponsabilidad, el irracional operativo militar destinado a recuperar por la fuerza las Islas Malvinas, ocupadas sin derecho alguno por Gran Bretaña desde 1833.

 

Un diferendo internacional que durante más de un siglo había sido canalizado por nuestro país por la vía formal y pacífica de los reclamos diplomáticos fue transfigurado por un trastornado, de la noche a la mañana, en un conflicto bélico que no podía augurarnos nada bueno a los argentinos, dado que nos arrastraba a un enfrentamiento armado con una de las máximas potencias militares del mundo desarrollado, a la vez que nos exponía a un peligrosísimo choque de hostilidades con sus principales aliados históricos y estratégicos.

 

Se cumplen hoy 3 décadas del día en que un grupo de maniáticos adoptó la absurda decisión de involucrarse en una guerra para la cual no estaba militarmente preparado. Desde el primer momento se hizo evidente que los argentinos llevaríamos la peor parte en la disparatada aventura bélica que un puñado de dementes jefes militares estaba desatando.

 

Sin poner en duda la legitimidad de los derechos que siempre había invocado la Argentina para extender su soberanía sobre las islas -derechos que se fundan en razones históricas de incontrastable valor-, la perspectiva del tiempo transcurrido desde 1982 no ha hecho otra cosa que confirmarnos la idea de que la desequilibrada decisión del gobierno de facto presidido por Galtieri contrajo una deuda moral nunca saldada con quienes fueron convocados a morir por la Patria en las Malvinas.

 

En esa deuda hay que abarcar no sólo a los que cayeron en la lucha, sino también a quienes, al volver de la guerra, no recibieron del Estado nacional la atención que merecían, ni en términos de reparación moral ni en lo relativo al cuidado de su salud física y de su reinserción laboral o económica.

 

Si la movilización militar había sido acompañada por patéticos errores, la posterior “desmalvinización” del conflicto incluyó omisiones no menos graves. Por supuesto, en la conmovida evocación a quienes ofrendaron su vida no puede faltar el recuerdo de los tripulantes del crucero General Belgrano, víctimas de un ataque tan alevoso como reprobable, perpetrado por el gobierno británico en un escenario decididamente alejado del teatro de la guerra.

 

Al cumplirse 30 años de aquel 2 de abril, ninguna de esas vivencias debe ser silenciada ni ocultada. Los argentinos tenemos el deber de asumir y revivir la Guerra de las Malvinas en toda su dimensión y en todo su desarrollo.

Si hubo sombras indisimulables detrás de los trágicos acontecimientos que se desencadenaron en el Atlántico Sur, hubo también, aun en medio de la derrota y del dolor inconsolable por las vidas perdidas, señales individuales de grandeza y de heroísmo que es justo y necesario reivindicar.

 

La vida de las naciones, como la de los seres humanos, está escrita con sangre y dolor, pero también con gestos nobles y generosos, grandes o pequeños, que a menudo pasan inadvertidos en la vasta complejidad de las acciones humanas.

 

La historia deja enseñanzas -insistimos: grandes y pequeñas- que los pueblos y los hombres deben asumir en toda su proyección y en todo su significado. Esa es la deuda que los argentinos todavía no hemos saldado. En definitiva, una deuda con muchos de nuestros compatriotas y con nosotros mismos. Debemos reconocer nuestros errores para afrontar nuestro provenir. No puede ser que el deseo de olvidar culpas borre la memoria.