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El hijo del glorioso “Turco” Jacobo fue el “Caso 1” de coronavirus en Concordia y cuenta su verdadera historia

Amir Jacobo es hijo de Eduardo, aquel escolta del seleccionado entrerriano que a fines de la década del ’80 brillara en el Más Argentino de Todos los Campeonatos. Hace pocos días vivió una experiencia tan asombrosa como delicada al volver en un vuelo de repatriados desde los Estados Unidos. En su ciudad natal, Concordia, fue acusado de evadir controles y perseguido por Redes Sociales de modo aberrante. “Yo no sé de qué película salí pero el guión está interesante”, ironiza el joven aislado desde el lunes en una habitación del Hospital Masvernat, de la Capital Alternativa.

Si bien -deportivamente- Amir no llegó a tocar el cielo con las manos como su papá, ídolo de aquel combinado que obtuviera por primera vez el título de campeón nacional CABB, también se ha destacado en el básquet pero de carácter universitario, jugando el World Tour 3×3 en Río de Janeiro, representando a la UTN, donde estudia Ingeniería Civil.

El lunes se enteró de que su test de coronavirus había dado positivo. ¿Cómo? Primero le escribió un amigo para preguntarle si era verdad ese rumor que ya se había echado a rodar, con nombre, apellido y dirección, por la ciudad. Recién después recibió el llamado oficial.

El hijo del siempre recordado “Turco”, había viajado el 12 de diciembre a hacer un “work and travel” a Estados Unidos. La idea era aprender inglés, vivir durante 4 meses la experiencia de conocer parajes extranjeros, trabajar y ganar algo de dinero.

Su destino fue Ketchum, una pequeña ciudad de Estados Unidos que tiene menos de 3.000 habitantes. Desde aquel entonces trabajaba de barman en un hotel de montaña y su regreso a la Argentina estaba previsto para el 12 de abril. La casa que compartía con otros siete jóvenes argentinos, sin embargo, había cambiado desde que el coronavirus se había convertido en preocupación mundial. Algunos tenían miedo y otros no; todos querían volver y no sabían cómo.

“El miedo venía también de nuestras casas en Argentina. Estaban muy preocupados por nosotros”, cuenta Amir. La angustia de los familiares creció cuando se anunció que quedaban pocos días para volver antes de que se suspendieran todas las repatriaciones. Amir trabajaba en un hotel que queda a unas 10 horas en coche de Las Vegas, en un lugar al que muchos ricos y famosos van a hacer snowboard y sky. “No sólo cerró el hotel: cerró la montaña”.

Sucedió muy rápido: mientras todos buscaban cómo volver, en el supermercado ya no había leche, huevos, papel higiénico. Y todos se habían quedado sin trabajo. Quienes tenían pasajes de Aerolíneas Argentinas lograron adelantar los vuelos e irse pero Amir tenía vuelo con American Airlines.

“Me pasé horas tratando de cambiarlo y fue imposible. El número que daba Cancillería estaba colapsado”. Los vuelos aparecían y se cancelaban una vez comprados o mostraban un precio y, unas horas después, costaban el doble. En esa búsqueda encontraron un vuelo para el 27 de marzo desde Miami, que terminó siendo el último vuelo de repatriación de Aerolíneas Argentinas tras el cierre de las fronteras dispuesto por el Gobierno nacional.

“Fue una odisea”, recuerda Amir. Estaban a más de 3.500 kilómetros de Miami y el día del vuelo, cuando se levantaron, se enteraron de que las conexiones internas se habían atrasado tanto que no iban a llegar al único vuelo que les quedaba. Perdieron las conexiones que ya habían pagado, salieron a la ruta en un auto que alquilaron, manejaron siete horas hasta Salt Lake City (la capital de Utah) y de ahí, compraron otros dos vuelos internos para llegar a Miami.

Esperaron 20 horas en el aeropuerto pero empezaron a hacer la fila 9 horas antes de que saliera el avión porque empezó a correr el rumor de que el vuelo estaba sobrevendido. En ese caos de argentinos había pasajeros con asientos asignados, otros sin asignar, otros en lista de espera. Amir y los otros cuatro argentinos que viajaron con él usaron barbijos propios durante todo el viaje y alcohol en gel, aunque muchos pasajeros no tenían.

Se emocionó Amir cuando escuchó a la tripulación decir por altavoz esas tres palabras, seguidas de “respeten la cuarentena”. No era obligatorio hacer los 14 días de aislamiento en un hotel para las personas del interior, por lo que su papá fue a buscarlo a Ezeiza en auto desde Concordia con la declaración jurada que le permitía hacerlo. Lo pararon siete veces a la ida y, con ese papel, pudo seguir circulando.

“En el aeropuerto nos hicieron mantener la distancia y pasar por la cámara que detecta la temperatura corporal: no salió nada, yo no tenía fiebre”, cuenta. Amir se sentó en el asiento de atrás con barbijo, y emprendieron el camino a casa.

“Pero cuando estábamos llegando empiezo a ver en el celular que habían empezado a correr datos como si fueran ciertos: que me había dado positivo el test en Estados Unidos y traía el virus a Concordia, que venía esquivando los controles de fiebre con paracetamol, que trabajaba en Tribunales, que habían salido a buscarme por el acceso a la ciudad hasta por debajo de las ruedas de los autos, con esas palabras”. Amir no lo podía creer: iba en un auto con su propio padre, ¿cómo iba a ser cierto que sabía que tenía el virus y estaba disimulando?

Fue una especie de llamado al linchamiento, porque los siguientes mensajes que Amir leyó decían: “No dejemos que entre, vamos todos a buscarlo, hay que prenderlos fuego a los dos”, enumera. “Efectivamente, cuando llegamos al acceso nos estaban esperando autoridades, como 30 personas. Nos sentimos un poco intimidados; yo me sentí ET. Nos tomaron la temperatura a los dos y otra vez: ninguno tenía fiebre”.

Los escoltaron hasta el hospital para que Amir se hiciera el hisopado: “Fuimos escoltados por personal de Gendarmería, eso quiere decir que tampoco es cierto que estuvimos deambulando por la ciudad. Nos acompañaron también a la vuelta a casa. Yo mismo les dije que pidieran un patrullero y se quedara en la puerta porque nos agarró miedo de que vinieran a hacernos algo. No tenía claro si nos querían venir a cagar a palos, a prender fuego la casa o eran solo palabras”.

Después, cerró sus redes sociales seguro de que la espuma iba a bajar cuando llegara el resultado del test. Pero dos días después, recibió el rumor y después la confirmación: había dado positivo. “No entendía nada, no había tenido un solo síntoma”. Le dijeron que se preparara que en media hora lo iban a buscar.

“Era una montaña rusa. Había bajado y ahora volvía a subir. Me explotó el celular de mensajes: gente querida preguntando si era cierto y si estaba bien y agresiones, un montón de agresiones. La ambulancia llegó con las sirenas prendidas, todos los vecinos en las ventanas mirando, un policía me filmaba con su celular. Era el show del día, la novela de las 8 de la noche. Me costó convencer al que manejaba la ambulancia de que apagara las sirenas, que respetara la privacidad, que estaban generando una psicosis”.

Dice que hay una imagen que recuerda de cuando entró al hospital: “Las miradas, todos los del hospital salieron a mirarme a través de las ventanas. Estaba enojadísimo y sentía terror por mi familia, pánico. No era miedo a la enfermedad, para nada, sino la presión de toda la ciudad encima. Pánico porque mi abuela leyera alguna de esas amenazas y se muriera del susto, de que fueran a atacar a mi papá por haber estado conmigo, por que sufriera represalias mi mamá, que vive en un pueblo”.

Amir sigue internado y sin síntomas y sólo podrá irse a seguir el aislamiento a su casa después de que el test le dé dos veces negativo. “Lo que quiero es que la gente que difunde información recapacite y vea el caos y la confusión que se genera. El miedo no nos deja lúcidos para hacer lo que hay que hacer. Lo importante, y lo digo para cuando empiecen a haber un montón de casos positivos, es enfrentar la situación con responsabilidad, no promover una barbarie. Si siguen con los escraches, ¿quién se va a animar a decir que tiene síntomas?”.

Y el hijo de Eduardo, se despidió de los colegas de Infobae dispuesto a promover lo otro, el gesto positivo que también existe: “Los profesionales de la salud que me cuidan acá, la gente que sí empatiza y me escribe para decirme que le podría haber pasado a cualquiera, que sabe que cumplimos con la ley: todos los que no se suman a quienes salieron a decir que soy el que trajo la peste a Concordia”.