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Deja vu político

Casi sin querer, hurgando en viejos arcones bibliográficos, llegaron a nuestras manos añejas revistas de la década del ’70 y ’80. Ávidos por redescubrir la constante presencia conflictiva del pasado en la vida actual del país, reafirmamos en buena medida, cuánta trascendencia tienen los hechos y dichos políticos que concluyeron dominando los ritmos de la vida social argentina. Proponemos a partir de hoy, tributarles fragmentos de antiguos discursos otorgando significación, descifrando los momentos del pasado, persistentes en el presente.

 

Propendemos así, a que cada uno de nuestros lectores logren analizar el cómo se articulan memoria e historia, tratando de esbozar una respuesta a la interpretación del pasado como desafío político y el pretérito presente como un campo en construcción.

 

 

La interpretación del pasado adquiere el carácter de desafío político cuando sus conclusiones interpelan no sólo la concepción oficial del mismo, sino también la acción política del presente que pretende legitimarse en función de ese pasado.

 

El pretérito presente puede concebirse como un campo en construcción cuando, como consecuencia del paso anterior, reconocemos aquellas señales del pasado que perviven en el presente.

 

Hay una virtud que no se pude negar de quien fuera el político más influyente del siglo XX en la Argentina, Juan Domingo Perón, y es su capacidad de oratoria, acompañada por un carisma que poseen sólo los grandes líderes y una dialéctica equilibrada que le permitía llegar al corazón de quienes eran, directa o indirectamente, los destinatarios de sus discursos: los más humildes.

 

Era, además, poseedor indiscutible de una capacidad intelectual prodigiosa, junto a una verba equilibrada que podía amoldar según el auditorio, ya sean políticos, sindicalistas, militares, periodistas y, especialmente, la masa de trabajadores.

 

Producto de esta cualidad, fueron sus memorables frases, que aún hoy perduran en el tiempo, como por ejemplo lo que a continuación evocamos:

 

“Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro Movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No creo que haya un argentino que no sepa lo que ellos significan. No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología.

 

Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos. Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan banderas revolucionarias.

 

Los que pretextan lo inconfesable aunque cubran sus falsos designios con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas no pueden engañar a nadie. Los que no comparten nuestras premisas si se subordinan al veredicto de las urnas tienen un camino honesto que seguir en la lucha que ha de ser para el bien y la grandeza de la patria y no para su desgracia. Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro y que está animado por una firme voluntad de vencer.

 

Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional; cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables. Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los años, el dolor y el sacrificio han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre.

 

Tenemos un país que a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes. Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de él dependa que pueda haber sufrido depredaciones u olvido. Esa será la principal tarea del gobierno. El resto lo hará el pueblo argentino, que en los años que corren ha demostrado una madurez y una capacidad superior a toda ponderación.

 

En el final de este camino está la Argentina potencia, en plena prosperidad con habitantes que puedan gozar del más alto standard de vida, que la tenemos en germen y que sólo debemos realizarla. Yo quiero ofrecer mis últimos años de vida a un logro que es toda mi ambición. Sólo necesito que los argentinos lo crean y nos ayuden a cumplirlo.

 

La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir por lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes.

 

Los científicos, los técnicos, los artesanos y los obreros que estén fuera del país deben retornar a él a fin de ayudarnos en la reconstrucción que estamos planificando y que hemos de poner en ejecución en el menor plazo. Finalmente deseo exhortar a todos mis compañeros peronistas para que obrando con la mayor grandeza echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en la futura grandeza de la patria que bien puede estar en nuestras propias manos y en nuestros propios esfuerzos.

 

A los que fueron nuestros adversarios que acepten la soberanía del pueblo, que es la verdadera soberanía. Cuando se quieran alejar los fantasmas del vasallaje foráneo siempre más indignos y más costosos.

 

A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento. Dios nos ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo, guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para no percibirla. Un grande y cariñoso abrazo para todos mis compañeros y un saludo afectuoso y lleno de respeto para el resto de los argentinos”.