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¿Debe alarmar la caída de la imagen presidencial?

El proceso de pérdida de imagen no depende siempre ni exclusivamente de un vaivén político puntual, un revés comunicacional o una tragedia que pueda sufrir la gestión. Tampoco sólo de las suertes o desgracias de sus ministros o de la habilidad opositora. A veces son apreciaciones desafortunadas y absolutamente innecesarias. En el fondo de la caída de imagen de Cristina Fernández de Kirchner subyacen dos cosas: la irritación que en mucha gente provoca la sensación de estar ante un permanente “yo te lo explico”, una maestra “sabelotodo”, impenetrable a todo cuestionamiento; por otro lado, una incipiente sensación de malestar económico/ financiero que pareciera querer consolidarse en la opinión pública.

 

Poco tiempo atrás, muchos sectores vivían una etapa de evidente bienestar. Tenían plata en el bolsillo, podían ahorrar, viajar en un fin de semana largo e incluso proyectar el crecimiento familiar. El “cómo llegar a fin de mes” no era tema amenazante para la mayoría de los sectores medios. Ese bienestar que aportó el poder adquisitivo construyó una gran masa que valoró positivamente a Cristina, y la votó, aun autodefiniéndose como “apolíticos” o “independientes”. Ahora “parecería” que aquel contrato se empieza a resquebrajar, se reduce el poder adquisitivo, y cae también la imagen de quien “representaba” esa bonanza.

 

Se admita o no, el Gobierno no está en su mejor momento; comenzó un proceso de deterioro difícil de explicar, porque es autogenerado. Los errores diarios, que a veces son innecesarias groserías, no las produce la presión de nadie, porque no hay rivales externos que obliguen. Hay una serie de torpezas en los últimos tiempos que promueven el suponer una aparente ausencia de conducción, o que el resto acompaña muy mal.

 

Peor aún… no hay oposición, ni siquiera hay relevo como la sociedad, desde cierta perspectiva creció y aquello que antes nos conformaba, hoy no. Si no, parecería que la culpa de que no haya oposición es de los actores. Pero hay un crecimiento social y no nos conformamos tan fácil. Como está claro que la sociedad toma decisiones sin retorno respecto de la dirigencia y la fábrica de dirigentes no tiene producción tan rápida. Por ende, el problema no es que se caigan los de hoy, sino que no hay recambio para mañana. Nunca Argentina absorbió totalmente a su dirigencia como la está devorando ahora.

 

Es tan grave ello como que el gobierno nacional habla más del ayer que del mañana, se terminaron las metas, las utopías, no dicen hacia dónde vamos sino lo que ya hicieron; hablan del pasado y miden los aplausos.

 

Lo interesante es que no hay intención de que el Gobierno tenga problemas en su mandato, más allá del deterioro; por ende está garantizada la democracia. Es un escenario tranquilizador si se mira a la sociedad, tolerante, preocupada por lo económico y la inseguridad, pero capaz de esperar.

 

Frente a un electorado cada vez más maduro y pragmático, se torna más difícil para los políticos desviar artificialmente la atención cuando existe un tema más complejo de fondo. Si la gente no llega a fin de mes, cada “detalle” será un problema en su relación con la presidenta. Si el bolsillo está bien, la opinión pública tiende a ser más indulgente.

 

Introduciéndonos al porqué Cristina bajó sensiblemente en su “popularidad” o confianza del ciudadano, de acuerdo a lo que se observa en la última encuesta de Cuestión Entrerriana,  http://cuestionentrerriana.com.ar/encuesta-urribarri-se-afianzo-cfk-un-pasito-para-atras/, no hay dudas acerca que se padece o soporta estoicamente:

-una INSEGURIDAD cada segundo más acentuada con una dramática escalada criminal,

-la casi nula política migratoria, registrándose segundo a segundo entradas ilegales al país de “mano de obra barata” mutada en ladrones, asesinos, violadores, okupas-intrusos, “soldados” en marchas sindicales o avanzadas socialistas,

-la deuda cada vez más profunda a nivel Justicia Social, en cuanto a distribución de la riqueza y ahora en lo que se refiere a un descuido, una indiferencia notable por la clase media hoy cada vez más baja,

-la exacerbada conducta asistencialista a determinados sectores sociales puntuales,

-la falta de empleo estable,

-el descuido creciente por las necesidades de los Jubilados, en especial ignorando sentencia de juicios de vieja data y/o demostrando una indiferencia absurda en lo relativo a actualizarles haberes y mejorar los servicios del PAMI,

-la indisimulable inflación,

-el alza de precios permanente,

-el estancamiento de los salarios,

-la quita de subsidios a servicios,

-el cuestionamiento hacia la credibilidad y/o confiabilidad que despiertan algunos de sus ministros,

-el Caso Schocklender,

-el Caso Ciccone-Boudou,

-el recelo a determinadas coyunturas con tufillo a maquillada corrupción,

-la tragedia ferroviaria de Once y el colapso de Transporte Público,

-la falta de claridad en el mensaje inherente a la “Cruzada” por recuperar YPF,

-el nuevo encontronazo con el segmento rural,

-el “cepo” al dólar y la pesificación instalada como tema principal de agenda por indisimulables problemas “de caja”,

-los constantes y costosos viajes internacionales o Misiones Comerciales de dudosos resultados,

-las fracciones sindicalistas demandando abiertamente un cambio en la política de “ajuste”…

 

Todo ello y aún mas, produjeron una fuerte caída de la imagen positiva presidencial.

 

Desde hace muchas décadas la política argentina experimenta una crisis caracterizada por la baja calidad de las instituciones, inestabilidad en las reglas del juego, rápida erosión de sus liderazgos y la fragilidad de los acuerdos políticos.

 

Se trata de un problema sistémico, no coyuntural: no son las personas, la cultura o los valores, sino fundamentalmente las instituciones, que reflejan y reproducen la cultura y generan incentivos perversos que explican y condicionan los comportamientos de las personas.

 

La Argentina está cada vez más dividida entre el electorado (y obsecuentes de turno…) fervientemente oficialista y que apoya todas y cada una de las medidas realizadas por el gobierno, y entre aquellos que jamás votarían al kirchnerismo y no ven la hora de que se vaya aunque no encuentren un sustituto confiable.

 

Lo que resulta innegable por más que lo maquillen es el desgaste de la figura presidencial, y de hecho que los gestos adustos que se ven hoy en día en el oficialismo mucho tienen que ver con la personalidad de la actual Jefa de Estado, y el vacío de poder que implicó sucesivamente la falta de Néstor Kirchner a su lado, algo por lo cual los asesores de imagen del gobierno fracasan día a día por los gestos de Cristina, sus expresiones, sus rasgos, su retórica con tono soberbio.

 

Por más que lo quieran negar, Cristina Fernández de Kirchner padece un terrible año 2012, con elocuentes fisuras en su administración y ausencia de creatividad ante la crisis por falta de dinero suficiente.

 

Es cierto que no solo ella luce desgastada sino que también sus contrincantes, ante una sociedad que reclama un liderazgo novedoso que no aparece. Pero Cristina es la presidente en un sistema institucional presidencialista, que ella llevó a un extremo de verticalidad.

 

La situación es compleja, y muy preocupante para los intereses de la sociedad en su conjunto. Las ansiedades e impaciencias en la Casa Rosada tienen su razón de ser, si se mira un dato: no sólo las encuestas privadas, independientes, creíbles al no ser “compradas”, sino las que elabora el propio Estado a través de “amigos del poder” muy bien pagos, registran una caída en materia de popularidad de la jefa de Estado, pese a que algunas se las disimule hasta ridículamente.

 

El malhumor social parece sofocarse con la apasionante definición del Fútbol de Primera, con el final “incentivado” del Nacional B, con la violencia eterna y jamás disipada de los Barras en medio de una perenne incertidumbre sobre si existe una connivencia con la Policía, o con las disputas en los “Soñando…”, los dimes y diretes de Rial, las denuncias de Lanata y Grupo Clarín, el recuerdo muy manipulado -a pura euforia nacionalista- por Malvinas, los culebrones entre CFK y Macri, los hipotéticos roces con Scioli y Moyano, o la vuelta de Marcelo a la TV.

 

Por ello, con el mega-anuncio del plan crediticio para la construcción de viviendas a tasas subsidiadas por el Estado, la presidenta vuelve a apostar fuerte. Y elige instalar un tema que está en el centro neurálgico de las preocupaciones sociales.

 

Una vez más, deja demostrada su capacidad del “relato” para transformar las crisis y los defectos propios en luchas épicas, corriendo a un costado -al menos temporalmente- otros títulos de los medios de comunicación y calma un poco el nerviosismo generado en el mercado, apareciendo al frente de una política Federal pro-vivienda, un aspecto que en los nueve años de gestión kirchnerista había dado resultados discretos.

 

De éste modo, refuerza el discurso de la “inclusión social”, arrebatándole una de las banderas principales a la CGT de Hugo Moyano, que venía enfatizando la necesidad de un mayor acceso a la vivienda como una de las principales reivindicaciones del movimiento sindical, y astutamente hace aparecer insignificante la iniciativa del Banco Ciudad, que opera en la órbita de Mauricio Macri, implicando solapadamente una justificación retroactiva de la re-estatización del sistema jubilatorio y la captación de los fondos de las AFJP, que serán los principales financiadores del sistema con tasas subsidiadas.

 

Por otra parte,  promueve que se rotule a los bancos privados como principales responsables de la falta de crédito hipotecario, tras expresar que en los últimos años habían logrado rentabilidades excepcionales, destacó que no habían logrado -o no habían querido- canalizar estos fondos hacia la vivienda.

 

Asimismo, consolida su argumento en el sentido de que sólo un Estado decidido a intervenir en la economía es capaz de dar respuesta a las demandas sociales.

 

Claro que, ahora sobrevendrá otro debate. Y es el de si los fondos de la ANSES resultan suficientes como para financiar un programa tan ambicioso como el presentado por el Gobierno. Y ya empiezan a surgir las visiones escépticas pues está claro que pretender que el país se reactive por un plan de créditos hipotecarios es como que un paciente tenga un problema del corazón y le hagan una cirugía estética, cuestionándose insoslayablemente el hecho de que se haga este uso de los fondos en un momento en que las provincias están en emergencia fiscal.

 

El interrogante ahora es si la iniciativa logrará un efecto duradero, tanto a nivel de imagen presidencial como desde el punto de vista de la actividad económica o si, tal como ocurrió con YPF y con otras medidas, apenas cumplirá una función “distractiva” y sólo inyectará al Gobierno un oxígeno político de corta duración.

 

En buena medida, la respuesta a esa pregunta dependerá de qué tan eficientemente esté diseñado el programa, para cumplir su promesa de tener una implementación rápida y sin burocracia.

 

El importante componente de astucia política evidenciado un año atrás en sus anuncios provocó que incluso la gente a la que no le gustaba el Gobierno percibiese que Cristina era la única que podía dar soluciones. Mostrándose en movimiento y haciendo esfuerzos, o hasta despertando ternura con su recuerdo por su marido esa estrategia le dio resultados halagüeños en términos de imagen, sin embargo, aunque sigue luciendo hiperactiva hoy está claro que debe cuidarse del exceso de anuncios porque ha provocado un efecto cansancio en la población y hasta de duda, de desconfianza.