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¿A cuántos millones les interesan los debates?

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Argentina, convulsionada por un clima social tenso a raíz de la sensible coyuntura económica, vive la cuenta regresiva rumbo a las Elecciones Generales del 22 de octubre. En la previa, los candidatos presidenciales debatieron; y el saldo es ostensiblemente negativo.

¿Cuándo llegará ese día en que Oficialismo y Oposición dejen de malgastar tiempos y dineros estérilmente, infecundamente, dando ejemplos patéticos a la juventud con chicaneos, confrontaciones, beligerancias pueriles, manifiestas no solo oralmente sino expresas en espacios de toda índole y costosos?

La gente está preocupada por sus problemáticas particulares. El argentino común, no el que vive del Estado mediante distintos quehaceres profesionales, no el que vive de la dádiva, asistencialismo o clientelismo político, atraviesa por estos días diferentes estados de ánimo inherentes a sus realidades socioeconómicas, en una sociedad agitada y altamente contradictoria.

Unos, estamos inquietos respecto a cómo vivir con mayor dignidad, sin tantos infortunios cotidianos; otros en cómo sobrevivir, superando panoramas sombríos, angustiantes; y están aquellos cuyas profesiones o avatares afortunados les permiten gozar presentes suntuosos y proyectar perspectivas mucho más halagüeñas.

Sin embargo, a los tres segmentos, reiteramos, fuera de la órbita estatal, o en sí de la dependencia partidista/asistencialista, coincidentemente no les interesa lo que sugieran juramentar los candidatos frente a las cámaras y los micrófonos, menos en un debate donde muchos argentinos no entienden ni una palabra de lo que se habla/promete.

Por ende… En verdad… ¿Cuántos argentinos mutarán sus tendencias con miras al 22 de octubre por un debate donde la retórica, la dialéctica, la mayéutica se expresan con libretos cinematográficos, poses, ademanes, gesticulaciones plenamente pergeñadas?

Argentina no necesita de debates para mejorar la salud de su Democracia. Precisa políticos que depongan codicias, ambiciones, pretensiones mezquinas. Que conduzcan al Pueblo con humildad, con sabiduría, con mesura, con prudencia, con paciencia, sin discriminar, sin segregar, que demuestren amor y lealtad patriótica por sus habitantes.

Argentina necesita de políticos nobles, que dejen de vivir de la política, que dejen de enriquecerse con la política. Que no se perpetúen en cargos o funciones.

No puede ser que sigamos teniendo políticos que desde el mismo advenimiento de la Democracia no han dejado un ciclo sin estar ocupando un puesto de envergadura. O sea… se han PROFESIONALIZADO en el rol político, ¡y ya atravesamos cuatro décadas de vida democrática…! Y hete aquí los resultados.

Son 40 años con incontables actores eternizados en la estructura estatal y esporádicas, raras, excepcionales incursiones de jóvenes políticos, obviamente encolumnados tras estos líderes que en tan extenso período (salvo contadas personalidades paradigmáticas) no supieron hacer otra cosa que vivir del Estado y no dar su vida por la Patria como lo hicieron nuestros próceres, andando en carretas, sulkies, a caballo y sufriendo innumerables vicisitudes y carencias, como el flagelo de las guerras internas e invasiones externas.

Son 40 años de exorbitantes sueldos, viajes en avión, en helicóptero, en costosísimos autos últimos modelos, privilegios de toda índole y sabiendo que en sus retiros contarán con pensiones dispendiosas, todo ello sin mencionar operatorias económicas-financieras diversas que se traman en el seno de la política con jugosas operatorias de toda clase (licitaciones, etc, etc…).

Por eso concebimos que mientras el que se presente a elecciones continúe malgastando plata en carteles, folletos, volantes, globos, banderas, remeras, militantes parciales (“mercenarios”), punteros ávidos de beneficios singulares, en pasear por programas donde debe PAGAR para expresar lo que el candidato quiere responder y/o que se le pregunte, en repartir jugosas y hasta escandalosas pautas publicitarias a sus amigos de la Prensa, y prosiga ofendiendo, agraviando, ironizando a sus opositores, la Democracia continuará perdiendo credibilidad, gane quien gane…

En las campañas electorales, el voto es el acto por medio del cual el ciudadano manifiesta una simpatía o antipatía, hacia un determinado partido o coalición de partidos, su programa electoral y sus candidatos, perfilando su propio futuro y el de su Nación,

En este sentido, el voto representa la decisión suprema del elector, incentivado por diferentes factores y motivaciones históricas y circunstanciales, que se manifiestan, concretan y depositan en la urna.

El voto es un acto cargado de significados culturales, que refleja en su orientación costumbres, hábitos, preferencias. Es decir, el voto también es resultado de un proceso sociocultural y político.

En este sentido, refleja al propio votante: su pasado, su presente y su futuro.

Está claro que son varios y distintos los factores que inciden en la motivación y orientación del voto. Y, en profundidad, el saber qué es lo que mueve o motiva el comportamiento de los votantes en una coyuntura o contexto electoral tiene tanta relación con la ciencia política, como con la sociología, la antropología, la psicología pero sobre todo, de los políticos y candidatos que en sus gestiones como durante los procesos electorales provocan efectos en la conducta y comportamiento de los ciudadanos.

Por ello concebimos que el conocer a la gente, saber de sus problemas, necesidades, costumbres y sueños, debe ser prioridad para la clase política en sus pretensiones de ganar y/o conservar el Poder. Es decir, saber qué mueve o motiva a los votantes debe ser parte medular de la estrategia de quienes aspiran a ganarse su apoyo.

Asimismo, hay distintas formas de poder clasificar, agregar o identificar a los electores. Se puede generar, por ejemplo, tipologías tomando en cuenta si viven en zonas urbanas o rurales. Se puede hacer, también, una agregación de votantes por sexo, nivel de estudios, ocupación y edad.

La crisis de la propia política y la evolución y “madurez” de los mismos ciudadanos ha generado una alta volatilidad en sus lealtades político-electorales y una mayor tendencia hacia la personalización de la política.

Como ya citamos, el acto de votar sintetiza y refleja las lealtades político-electorales, los sueños y esperanzas de la gente, así como los temores y, de cierta manera también, los rencores sociales, sus identidades y sus fobias.

En el acto de votar, el elector no sólo se enfrenta y se reencuentra con la urna, sino también con sus problemas, sus necesidades, sus emociones, sus deseos, sus pasiones, sus expectativas y sus sentimientos, entre ellos, el sentirse decepcionados, desilusionados, frustrados.

Es decir, el elector es él y sus circunstancias, en la que múltiples factores inciden en su comportamiento y definen la orientación de su voto.

La teoría racional del voto, también conocida como del voto correcto sostiene que las campañas electorales funcionan como agentes de información, en la que el ciudadano decide de manera libre, individual y racional, la orientación de su voto, de acuerdo a los intereses que están en juego en la elección, a la información que recogen los ciudadanos de las campañas y al cálculo que hacen sobre beneficios, ventajas y desventajas que obtendrían con la orientación de su voto.

Esta teoría, que algunos llaman también la teoría económica del voto apunta que las utilidades esperadas por los votantes de los resultantes de su acción política generan preferencias sobre los diversos cursos de acción.

En consecuencia, los electores prefieren los candidatos y partidos que le generan una real o perceptivamente mayor utilidad sobre una base sustentada en un principio inexorable de confianza.

El ciudadano reconoce su propio beneficio, evalúa a todos los candidatos y partidos, según sus intereses personales y vota por el que mejor valora. En este sentido, las campañas no generan efectos persuasivos.

El voto cultural es, de cierta manera, un voto inercial o de costumbre, que se forma en una perspectiva de mediano o largo plazo, ya sea con la participación del elector en pasados comicios, formándose una continuidad histórica favorable a un determinado partido o formación partidista.

Es decir, al ser el hombre un “animal de hábitos,” se va formando una costumbre o predisposición política a través de los años, de tal forma que si su primer voto fue a favor de una determinada opción político-partidista, en sucesivas elecciones, se verá motivado a seguir apoyando a los candidatos de ese mismo partido.

Este tipo de voto, se denomina inercial porque el elector tiende a votar por inercia, de acuerdo a la forma como tradicionalmente ha votado en el pasado.

Actualmente, se vive una fuerte tendencia hacia la personalización de la política, en la que el electorado decide votar tomando en consideración quién es el candidato que se postula, más que el partido o la plataforma electoral que se propone.

Es decir, la imagen, carisma, arraigo, liderazgo, historia personal y las competencias de los candidatos que son postulados para un cargo de elección popular son factores determinantes para definir el resultado de una elección.

No nos podemos olvidar del voto de ira, del voto bronca. Aquel que se genera motivado por el hartazgo, el descontento, la inconformidad, el malestar y la irritación social en contra de algunos de los partidos contendientes o sus candidatos y/o sus plataformas político- ideológicas. Es el voto de protesta, también llamado voto negativo.

O podemos citar el voto corporativo, ligado a las corporaciones, sindicatos u organizaciones sociales y políticas, el cual juega un papel muy importante en determinar la participación política de los ciudadanos agremiados y la orientación de su voto, recibiendo la consigna de parte de los líderes de esas corporaciones sobre a qué candidato o partido apoyar y cómo se debe votar.

De esta manera, son los líderes sociales, comunitarios, de opinión o de corporación los que inciden en la determinación del voto de los ciudadanos.

A estos ciudadanos, muchas veces, no les importa, por ejemplo, por quién votar, pero si quiere complacer, “quedar bien,” evitar alguna sanción o posible represalia por parte de sus dirigentes organizacionales o autoridades superiores, votando de acuerdo con la consigna que estos líderes les han emitido.

Es triste reconocer el voto de hambre, que se genera por las severas carencias económicas en las que viven muchos de los electores, cuya principal preocupación no es el tipo de gobierno que tienen o de político que es electo, sino que su objetivo principal es la sobrevivencia económica.

Este tipo de ciudadanos, radicados en zonas rurales, en asentamientos aborígenes, en asentamientos marginales o en villas de emergencias ve en las campañas electorales la oportunidad para obtener un beneficio inmediato, como puede ser material para construcción, algún objeto utilitario o, incluso, algún puesto de trabajo en las futuras administraciones estatales para ellos o para sus familiares.

Este tipo de voto, también, se le denomina utilitario, ya que la gente busca obtener una utilidad inmediata por su sufragio, incluyendo, la posibilidad de vender su voto al mejor postor y de esta forma, obtener plata para comer o para emborracharse.

Hete aquí uno de los nichos predilectos de varios políticos. Por ello, se “regalan” productos alimenticios y una variedad de objetos y materiales con el fin de “comprar”, la voluntad de los ciudadanos.

Este tipo de estrategia cruel, impúdica, se apoya en el principio persuasivo de reciprocidad que señala que si alguien recibe algo, moralmente se siente obligado a dar algo a cambio.

En el caso de los programas sociales de apoyo a sectores empobrecidos, generalmente los partidos gobernantes los utilizan como estrategia electoral, señalando, por diferentes vías, que lo que se tiene es porque el partido y su gobierno lo ha conseguido e instituido, pero de perder la elección estos apoyos se pueden terminar.

Y hay uno más execrable. El voto del miedo, el acto de sufragar por parte del elector, compelido o motivado por una serie de temores, amenazas, intimidaciones e incertidumbres sobre el presente y el futuro de una determinada colectividad.

El crear miedo es una estrategia añeja de un amplio sector de la política, la cual, hoy día, es utilizada por diferentes partidos y candidatos durante los procesos electorales, debido a la vulnerabilidad emocional del ser humano y a los efectos que el miedo genera en su conducta.

De hecho, se puede asegurar que las actuales campañas electorales en el mundo se articulan, de una u otra forma, con base en la generación e institucionalización del miedo. Por un lado, miedo a que las cosas empeoren y se pierda lo que se tiene o ha logrado, o que se amenace el sistema de creencias y valores predominante.

Por el otro, como garantía de seguridad pública, militar, económica, jurídica o social y salvaguarda ante las amenazas y peligros, reales o imaginarios, existentes.

Un vasto sector de la clase política sabe que en una sociedad democrática, ganará el poder el individuo o grupo de individuos que mejor gestione, aproveche y articule o desarticule, según sea el caso, las estrategias del miedo.

Aquellos más capaces de movilizar las emociones de la gente y que hagan que los votantes teman, rechacen y luchen contra sus adversarios, haciéndolos creer que son sus propios adversarios. Los que convenzan o aparenten, también, de cara a la sociedad, ser más aptos para combatir la inseguridad pública y dotar de garantías de estabilidad, bienestar y desarrollo futuro a los electores.

El dilema que generalmente se les plantea a los votantes, durante una campaña sustentada en el miedo, es que de llegar los adversarios al poder se perderá o pondrán en riesgo la estabilidad, la paz, el progreso, el bienestar, el futuro, la seguridad, los valores y los logros alcanzados por los ciudadanos, por lo que se les convoca a sufragar para evitar el riesgo o para detener la posible calamidad que vendrá en el futuro.

Para ir concluyendo apuntaremos al voto “cautivo” por las tendencias que marcan medios o en especial comunicadores.

Este tipo de voto u efecto, se genera cuando los electores votan por aquellos candidatos o partidos que es probable que resulten ganadores (o que son proclamados como tales por los medios de comunicación, o por comunicadores plenos de carisma y formadores de opinión, como mediante las encuestas sobre preferencias electorales), esperando estar en el ‘lado ganador’ al final.

Esta teoría considera que la mayoría de los ciudadanos no están interesados en la política, no perciben un beneficio de la política y, generalmente, se encuentran muy alejados de los procesos político-electorales.

Sin embargo, durante las elecciones estos ciudadanos, cuando deciden participar y votar, lo hacen básicamente tomando en cuenta la información sobre el posicionamiento de los candidatos y partidos que les proporcionan, decidiendo su voto a favor de quien lleva la delantera o tiene más posibilidades de ganar.

Es decir, el voto ganador es aquel que se obtiene por el simple hecho de que algún partido o candidato lleve la delantera en las preferencias electorales de los votantes. De esta forma, el ciudadano determinará orientar su voto favoreciendo al posible ganador, ya que no quiere verse el mismo, y menos socialmente, como perdedor. Lo cual ocurre muy especialmente con el sector joven del electorado, el cual, mediante una sagaz estrategia comunicacional elucubrada e instalada en Redes Sociales, se ocupa de realzar como un mesías a aquel candidato que le cae bien a los chicos tan solo porque es el personaje del momento y dice lo que ellos quieren escuchar aunque en verdad no tienen idea de lo que plantea y prefieren decirles a sus Mayores: “Queremos equivocarnos nosotros. Ya se equivocaron demasiado ustedes”; negándose a una realidad incontrastable en lo inherente a que apuestan peligrosamente su futuro en líderes sin ideas originales, que sólo rehacen planteamientos de otras personas haciéndolos suyos; reinventores de la nada con el único objetivo de seducir como innovadores.

Una juventud que atraviesa tiempos de desorientación, que patina ante su desconocimiento propio y convaleciente o hasta careciente de una orientación madura, que provenga del hogar, de la Familia, y así escoge como predilecto al protagonista central caricaturista de memes, gift, stickers, atrapando a sus devotos con estridentes actitudes o gestualidades y promesas sobre el bidet.

Cerramos esta Columna con el voto retrospectivo o voto de resultados, el cual se define en razón a la evaluación que hacen los votantes respecto de las actuaciones de los partidos que están tanto en el Gobierno, como en la oposición.

Es decir, los electores evalúan el desempeño de los partidos y sus gobernantes (y dirigentes) y en razón de esta evaluación, deciden orientar su voto.

Por lo cual, la percepción de un mal gobierno impulsará a muchos electores a votar por la oposición. En este sentido, el voto se convierte en un plebiscito en la que los ciudadanos evalúan el desempeño de los partidos, principalmente del partido en el gobierno, y en razón de esta evaluación, deciden la orientación de su voto.

En conclusión, en este siglo XXI, caracterizado por la democratización de los sistemas políticos y el aumento de la competencia inter-partidista, es imprescindible que los partidos y sus candidatos conozcan a los ciudadanos, sepan qué los mueve o los motiva, conozcan sus deseos, sueños, esperanzas, expectativas, emociones y sentimientos.

Quien conozca en profundidad a los electores, sepa de sus razones y sinrazones, sepa de sus simpatías y antipatías y sea, además, competente para articular estrategias inteligentes orientadas a ganar su voto, ha encontrado la llave maestra para acceder y conservar el poder político bajo un sistema de impronta democrática sin necesidad de debates vistos por una minoría, o de caras e inútiles campañas.

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