No aclares que oscurece… A veces se da lo contrario
|ESPECIAL (por Francisco “Pancho” Calderón).- Lo confesamos… Nos gusta y mucho investigar, indagar, más aún cuando una coyuntura refleja signos tan contradictorios como injustos. El ya tristemente célebre Muro de Los Arenales desnuda actitudes demandantes poco reflexivas y sí sugestivamente rígidas a destiempo como posturas penosas en cuanto a incontinencia verbal y gestual. Inquirimos en archivos y nos sorprendimos al ver que el “culebrón” data de una década y algo más.
El predio de Los Arenales, luego de haber marcado una década histórica con un balneario que maravilló a turistas y ser orgullo de la ciudadanía, en especial de los jóvenes, transmitiéndose desde allí programas televisivos y radiales en vivo, como montándose recitales y espectáculos de repercusión nacional e internacional, fue resignando paulatinamente cotización.
No hubo una causa. Factores como el efecto de la naturaleza, inundaciones y erosiones, fallas administrativas y desidias gubernamentales, más el interés cíclico, variable bajo influjo de las modas por parte de la juventud y el creciente riesgo que se afrontaba para llegar por caminos naturalmente peligrosos y una inseguridad progresiva al irse instalando gente que iba tomando parcelas lindantes, se erigieron en obstáculos insalvables para salvar ese predio otrora paradisíaco.
Tras algunos intentos frustrantes y/o decepcionantes de resucitar la zona, hasta propendiendo a realizar un corredor de “Turismo Aventura”, desaparecieron los propietarios porteños que habían adquirido esas tierras hoy en cuestión. El lugar pasó a ser tierra de nadie, y si bien pudieron emplazarse algunos tomadores de fracciones con las mejores intenciones de alcanzar su “Tierra Prometida”, se acentuó la peligrosidad en acceder allí hasta para ir a pescar pues los robos y hechos de sangre le agregaron un tinte dramáticamente comprometido, delicado.
Ese abandono total derivó en un remate judicial durante la gestión de Don Humberto Cayetano Varisco, con todos los pasos procesales respectivos públicamente dados a conocer y sin objeciones por parte de autoridades provinciales y comunales de turno como tampoco del Ente Túnel Subfluvial, o ni siquiera investigación periodística que ponga un manto de dudas a la acción.
En esa instancia, el empresario Sergio Lifschitz, sin nada que objetarle pues lo actuado se ajustó a Ley, en un procedimiento judicial y público, invirtió y pasó a ser el nuevo terrateniente de lo que en ese momento era un páramo desahuciado, yermo, con algunos ocupantes que no habían logrado su acreencia legal sino que habían usufructuado esa dejadez, esa apatía.
Con el tiempo, Lifschitz proyectó lo del barrio privado (hoy Amarras del Sol). Cuando surge la idea y se dan a conocer periodísticamente bosquejos de la misma, recién ahí irrumpen voces contrarias y hasta presentaciones sin el asidero imprescindible para contar con éxito e impedir que el empresario continúe con su emprendimiento. De hecho que desde la propia Comuna se libra la consecuente ordenanza para que el proceso continúe y allí se suscitan actuaciones judiciales contrarias al propósito fracasando las mismas en diferentes instancias.
En medio de acusaciones y defensas, el empresario se comprometió a tributar los servicios básicos hasta ese momento inexistentes para la zona, lo cual beneficiaría a los vecinos que alguna vez se adjudicaron parcelas adyacentes sea por vía de intrusión o por compra de alguna índole no cuestionada por Lifschitz ya que lo único que a él le interesaba era plasmar su propósito buscando que nada repercuta en negativo y menos aún cause perjuicio alguno.
Así llevó agua potable, cloacas, luz, sea con acompañamiento comunal o asumiendo gran parte de la inversión de su peculio. Era obvio que buscaba evitar circunstancias controversiales brindando beneficiosos servicios y se propuso otorgar con especialistas cursos para incentivar la producción en la zona.
Luego, mientras se sucedía el devenir de juicios con resultados favorables al empresario, y esporádicos manifiestos cada vez más débiles, se dio un hecho desafortunado. Ante la consecutiva problemática de un crecimiento desmesurado de la población no autóctona, y de los hechos de inseguridad y violencia extrema, Lifschitz apeló a edificar un muro.
Lo raro de ello, como expresáramos hace unas horas, es que el mismo no se levantó en minutos o breve lapso. Y sin embargo la queja demoró. Pudo frenarse a tiempo con un recurso de amparo y blandir rápidamente la bandera que hoy se enarbola hasta requiriendo intervención a medios porteños como CQC. Pero no… El paredón se construyó y ahí sí, como necesitando del mismo para ejercer un manifiesto contundente, aparecieron todas las protestas voz en cuello por parte de un grupo de personas que “apoyaban” a los vecinos.
Se planteó la posibilidad de establecer un muro natural y de forma aberrante los amigos de lo ajeno hurtaron los árboles en tres oportunidades. Pero aún hay más… En plena construcción del muro, fueron incesantes las sustracciones de ladrillos y material. De eso no se habló por parte de los grupos demandantes.
En concreto, Lifschitz hizo su negocio, pero asimismo apostó al progreso y su emprendimiento el primer impacto que arrojó fue mejoras a la zona. De eso no se habla desde el sector querellante.
Como lo decíamos éste lunes por la tarde, tampoco los funcionarios provinciales, municipales o del Ente Interprovincial del Túnel se opusieron, o los medios de prensa menos aún organizaron o se plegaron a una movida multitudinaria, con argumentos irrebatibles. Solo fueron quejas aisladas y sin peso argumental que frenara el proyecto.
Por eso es que rechazamos la llegada de Gonzalito (CQC) solo para reflejar una queja parcial, de un grupo reducido, no de toda una ciudad consustanciada con el clamor de quienes dicen sentirse perjudicados cuando en los hechos se denota lo contrario más allá de un paredón que con el tiempo podría reformularse mientras se apela a nuevas medidas de seguridad implementadas por el empresario, y reforzadas por el imprescindible control de las fuerzas pertinentes.
Al país se le vende una visión fatalista, segregacionista, discriminatoria, pero no se aporta lo positivo, lo que implicará la concreción de ese emprendimiento que urbanizará una zona hasta ese remate, totalmente desmantelada y obviamente desatendida, como paradójicamente las obras que allí se ejecuten forjarán oportunidades de empleo diverso.
Al parecer, hay intereses espurios de gente que pudo habituarse a que allí exista un erial útil a sus fines oscuros. Es ridículo oponerse al progreso que debe ir acompañado por un profundo, serio, responsable, control del Estado supervisando que nada se haga fuera de la ley o con efectos perjudiciales inmediatos o a futuro, lo que en definitiva REALMENTE faltó, pues es precisamente el Estado el que debe poner límites, el que debe brindar servicios, garantías y SEGURIDAD. Así, no se hubiese llegado a ésta coyuntura la cual mucho tiene que ver con la dejadez de los gobernantes de turno.
¿Estuvo mal erguir el paredón? Bajo nuestra perspectiva no fue afortunada, pero hay que estar en los pantalones de otro cuando se es víctima una y otra vez de sucesos delictuosos. Somos sinceros, siempre hay instancias propendientes a evitar lo controversial. Quizás Lifschitz no fue bien asesorado o se hartó de tantos hechos punibles de los que nadie habló ni se manifestó en contra.
Pero esa conducta del empresario, seguramente desesperada, pudo tener asimismo una intervención tendiente al consenso por la otra parte. Peor aún, se asumieron posiciones irreductibles y hasta se sucedieron agresiones verbales discriminatorias pues se habló de ricos y pobres con una ligereza incomprensible.
Paradójicamente, mientras se lo agrede, el empresario busca llegar con el asfalto para beneficiar a todos los vecinos, en especial a aquellos trabajadores que para tomar un micro tienen que hasta arriesgar sus vidas.
A buen entendedor pocas palabras, pero nos extendimos para contarles que Cuestión Entrerriana sí se tomó el trabajo de -objetivamente- conocer un poco más (nos faltan algunos detalles que prometemos evaluar) respecto al cómo se llegó a ésta situación.
Podrán haber impresiones, apreciaciones, subjetividades las cuales tal vez en algunas partes podríamos llegar a coincidir, pero no hay lugar a debate sobre la transparencia de los actos JURÍDICOS que acaban de desvirtuarse llevando la demanda a un plano nacional con la presencia de un programa tan sagaz como histriónico a la hora de develar reclamos diversos. Claro que en ésta ocasión, Gonzalito, no fue al Archivo y se quedó con una zona campana.
Y para aquellos anónimos que nos insultaron telefónicamente les clarificamos un poco más la cuestión: no apoyamos construcción de muros, y menos emprendimientos que puedan conllevar ardides o artimañas legales los cuales puedan derivar en perjuicios para nuestra comunidad.
Como tampoco hemos tenido contacto alguno con Sergio Lifschitz, un empresario con el cual desde la década del ’90 no mantenemos charla alguna por disidencias en el trato informativo de algunas críticas deportivas, limitándonos a saludarnos respetuosamente en distintos encuentros esporádicos en restaurantes o bares de la ciudad.
Solo damos nuestro parecer, especialmente por esa ridiculez mayúscula de algunos que frente al perspicaz Gonzalito empuñaron la bandera de los “desposeídos” agraviando a los pudientes. Solapadamente, gestando un litigio absurdo entre “ricos” y “pobres”.