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Vecinos de Lomas del Mirador solicitan la intervención de Gendarmería

Vecinos del Barrio Lomas del Mirador tomaron la decisión de presentar una nota ante Gendarmería para que refuerce la seguridad en ese sector de la ciudad a los fines de terminar con la violencia. Según los colegas de Radio La Voz, el escrito elaborado por la comisión vecinal fue presentado hace unos días e invita a la fuerza nacional a instalarse y patrullar la conflictiva zona de Paraná.

 

En los últimos años el Ministerio de Seguridad de la Nación desplegó gendarmes en distintos puntos del Conurbano bonaerense, la ciudad de Buenos Aires, Mar del Plata, Rosario, Santa Cruz, Chubut, en las líneas del ferrocarril Sarmiento y Mitre y en las rutas nacionales.

La Gendarmería Nacional Argentina (GNA) se convirtió así en el caballito (¿de batalla?) del gobierno nacional.

La intervención de la Gendarmería en las conflictividades sociales no es nueva, de hecho que con el advenimiento de la democracia fueron innumerables sus intervenciones como rueda de auxilio para gobiernos provinciales que debían medirse con protestas que excedían sus capacidades de persuasión y control.

Cuando las movilizaciones aumentaban su beligerancia, las provincias solicitaban “refuerzos” al poder central. Desde entonces, la Gendarmería se convirtió en una fuerza ambulante de despliegue con  capacidad para intervenir rápidamente en cualquier momento de “peligro”, sobre todo cuando la protesta amenazaba con desmadrarse y ponía en crisis la “gobernabilidad”.

Al mismo tiempo, por tratarse de una fuerza de seguridad con inscripción territorial en casi todo el país, se le encargó en diferentes coyunturas el combate al tráfico de drogas, enmarcando su gestión el “fortalecimiento de las tareas de prevención de los delitos por medio de la presencia disuasiva”, “la intensificación de operativos públicos de controles”, “la multiplicidad de allanamientos simultáneos así como la materialización de operativos cerrojos o de saturación en zonas específicas.”

Obviamente, ello no se trata de perseguir el delito sino de prevenirlo situacionalmente a través de la saturación o presencia permanente. Y prevenir significa poner el ojo en aquellas conductas incivilizadas que si bien no constituyen delito crean, supuestamente, las condiciones para que tenga lugar.

Un ingrediente peculiar es la rotación. Los gendarmes están de paso. Y esto genera SEGURIDADES, GARANTÍAS que la fuerza policial no brinda en cuanto a represalias, venganzas, vendettas, revanchas y las más mínimas amenazas a las cuales, usualmente, son víctimas policías radicados y/o nacidos y criados en Paraná junto a sus grupos familiares que, en ciertos casos, sufren hasta la consanguinidad entre custodios del orden y delincuentes.

El despliegue de gendarmes es una postal que está empezando a formar parte de nuestra vida cotidiana.

La premisa en esta espiral del control es una sospecha de sentido común, difícil de rebatir: si saturamos las calles con fuerzas policiales o militares va a disminuir la cantidad de delitos. Pero lo único que disminuye, por un tiempo, es el delito callejero, mientras las organizaciones criminales se mantendrán en pie.

No hay que perder de vista que el delito es móvil y tiende a correrse de lugar.

 

No obstante, a los límites de riesgo que hemos llegado en nuestra Capital, el objetivo de la “militarización” en ciertos sectores es la disminución de la sensación de inseguridad. Cuando la ciudadanía tiene pánico, constatar que hay policías en el barrio o ver en cada esquina a un efectivo con handy en mano, inspira cierta sensación de protección.

El sentimiento de seguridad, nuevo fetiche de las democracias postmodernas, aflora como consecuencia de la puesta en escena de la fuerza.

Este estilo, que propende a aumentar la eficacia operativa de la función policial asumida por el Estado, corre el riesgo de pensar la seguridad desde la tapa de los diarios, barrenando sobre cada nueva ola de delitos sin atender a las múltiples causas estructurales de las muy distintas conflictividades sociales.