Un buen momento para que la sociedad argentina asuma su responsabilidad
|ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- El ideal democrático es solamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona. Con la fiesta del Trabajo proclamamos el valor real de esta actividad humana, para aprobar y bendecir la acción de los trabajadores en la lucha que llevan adelante por obtener mayor dignidad, justicia y libertad.
Más allá de los discursos vacíos de realidad, plenos de demagogia, promesas incumplidas, e intentos de reflejar un presente de ensueño, desde hace muchos años soportamos una crisis indudable que azota no solo a la Argentina, a muchos sectores de sus familias y habitantes, sino que se extiende a lo largo y ancho del mundo.
El cierre de fuentes de trabajo, la cesantía que ello significa, el derrumbe emocional de quienes están en esa situación, los tan dolorosos efectos en la vida familiar, la congelación de estudios superiores, la incertidumbre, son sólo algunos dramáticos efectos.
Pero la crisis financiera mundial, cuyas nefastas consecuencias percibimos a diario, tiene un origen mucho más grave, la relación con el extravío de los valores éticos y la consecuente vida moral.
En pos de superar el costo social de una coyuntura que solo la clase política parece desconocer, urge celebrar debates verdaderos, claros y transparentes para construir un país más equitativo y solidario.
Argentina, nuestra amada Patria, requiere avanzar mucho más en Justicia Social (vituperada por el actual Gobierno nacional…), especialmente desde la perspectiva de los trabajadores.
La organización de los trabajadores es fundamental para defender sus legítimos intereses: una organización que trabaje por la dignificación de todos, libre de toda tutela de partidos políticos, que se esfuerce por la Justicia Social (denostada por Milei, su gabinete y legisladores…), por los derechos de los hombres de trabajo.
En este Siglo XXI surgieron nuevas formas de abuso contra los trabajadores de todos los niveles, que debemos enfrentar con redoblada energía. Citamos algunos…
-El robo de sindicalistas millonarios a los trabajadores de sus respectivos gremios.
-La rapiña de un Estado, que no sabe o no quiere defender los intereses del pueblo, sino de quienes lo usan para engordar sus bolsillos y mantenerse en el poder eternamente.
-Los subsidios que equivalen al pescado y nunca a la caña de pescar.
-La desvalorización de la cultura del esfuerzo y la decencia, que generan males sociales gravísimos, como el crimen y la droga.
-La manipulación de la pobreza y de la ignorancia mediante un impúdico y sostenido soborno.
Los argentinos padecemos el horror del poder al servicio de quien lo ejerce, para su engrandecimiento personal y su enriquecimiento ilegal.
El dinero multiplica el poder y el poder multiplica el dinero, se sabe. Lo hemos visto en alguno de los gobiernos que nos ha tocado padecer, y aun en gobiernos muy democráticos.
El poder económico, que se concentra cada vez más en menos manos, tiene pereza para mirar otros aspectos que los relacionados con sus propios intereses. Por esa razón suele dejar avanzar los males hasta el borde del abismo.
No le importa que haya dictadura o democracia, honestidad o corrupción. Sólo cuando percibe los cimbronazos del terremoto, recién toma conciencia de sus obligaciones sociales.
Por más discursos ambiguos que se profieran, han crecido hasta límites insospechados los males de siempre: injusticia, hambre, analfabetismo, explotación, desempleo, enfermedad, insolidaridad.
Los especialistas no sólo deben esmerarse en que cierren las cuentas sino en forjar un entramado de iniciativas que eviten el quiebre social.
La concepción del Estado ha cambiado mucho desde la tesis marxista (que lo veía como el instrumento de dominio que usaba una clase minoritaria sobre la mayoría oprimida) hasta la idea actual en la que el Estado representa a la mayoría y debe protegerla de minorías injustas y poderosas.
Por eso el Estado debe tener fuerza suficiente para compensar las disonancias del mercado. Una República se construye a partir de la independencia de sus poderes, y del control. Pero el ansia de poder puede corromper a los encargados de vigilar el cumplimiento de las leyes.
La política debe servir al mundo del trabajo con la protección del trabajador, del empresario que es uno de los trabajadores, la protección de los más débiles, especialmente, y la búsqueda permanente de trabajo para todos. Favoreciendo muy especialmente la conciencia de la dignidad del trabajo, favoreciendo la cultura del trabajo. Pero es insoslayable que la sociedad y sus estructuras sociales asuman la responsabilidad que les compete.
El Día del Trabajo significó un gran paso adelante, pero, adheridas a sus conquistas, vinieron las corrupciones.
En nombre de los trabajadores se impusieron dictaduras de derecha e izquierda, se generaron infinitas injusticias y se sigue confundiéndolos con promesas y consignas hipócritas.
Por ende, es insoslayable que junto con su festejo debe profundizarse la reflexión acerca de los deberes que nos incumben en la actualidad.