“Tucumanazo”: brutal represión policial
|ESPECIAL.- Miles de tucumanos denunciaban fraude electoral y pedían nuevas elecciones, cuando un inadaptado pretendió disuadir a los manifestantes primero con un matafuegos y luego otro policía lanzó una granada de gas lacrimógeno desatándose el caos en la Plaza Independencia de San Miguel de Tucumán. Corridas por doquier. Heridos. Caballos que al galope se llevan puesto lo que encuentran a su paso. Familias intoxicadas por el humo de los gases lacrimógenos. Llantos. Gritos. Insultos. Golpes y más golpes. Detenidos. El mundo habló de tan feroz represión policial.
La concentración de gente en la plaza Independencia comenzó cerca de las 20, de anoche, de manera pacífica, para manifestar tras las elecciones que se desarrollaron el domingo en la provincia. Con cacerolas, botellas, bombos, carteles y algunas banderas, miles de personas y algunos grupos militantes de la oposición, se mezclaron en el principal paseo público y reclamaron presuntas irregularidades en los comicios.
El caudal de gente fue creciendo con el paso de las horas y alcanzó su pico alrededor de las 22.30. La marea humana copó las escalinatas y los accesos de la Casa de Gobierno por 25 de Mayo y con cánticos protestó contra el Gobierno.
Momentos después, por circunstancias que no están claras, la Policía lanzó el contenido de un matafuegos y seguidamente gases lacrimógenos y balas de goma para despejar los accesos al palacio gubernamental. Allí se produjo un quiebre en la protesta y la tensión y la violencia se apoderaron de la plaza provocando heridos, detenidos, corridas y algunos destrozos.
Mujeres y niños llorando, hombres enfrentándose con los enardecidos Policías, lluvia de piedras, centenares de balas antitumultos y al menos una docena de poderosas bombas de gas lacrimógenos se mezclaron para configurar una de las peores represiones que se registraron en la Provincia durante los 12 años de gobierno alperovichista. Fue sólo comparable con la de los tristes días de diciembre de 2013, cuando otra multitud descontenta se había concentrado en la misma plaza, también para expresar su bronca y que también se retiró herida.
La escalada de violencia no cesó. Cuando algunos policías y manifestantes intentaban negociar una tregua, el tronar de los cascos de caballo repiqueteando contra el suelo del corazón céntrico encendió, otra vez, la mecha de la triste batalla campal.
Primero, los efectivos de la Policía Montada intentaron irrumpir por calle San Martín. Un grupo de jóvenes ventiañeros les cerró el paso con vallas. Parecía que allí iba a terminar todo, pero los montados intentaron avanzar hacia calle 9 de Julio, por el camino interno de la Casa de Gobierno. Tampoco pudieron lograrlo.
En el centro de la escalinata, una treintena de policías de Infantería comenzó con otra ráfaga de balas de goma y gases. Detrás de ellos, el jefe de la fuerza, Dante Bustamante, impartía órdenes. Fue el momento en que la violencia tocó su punto máximo: los policías a caballo desplegaron su furia por calle San Martín hacia la plaza, repartiendo latigazos entre la multitud.
Esto dejó como saldo varios heridos a su paso y a uno de sus compañeros caído de su caballo. Pero nada terminó allí.
La multitud retomó su marcha hacia el frente de la casona cantando el Himno Nacional. Sentados y entonando las primeras estrofas de la canción patria, recibieron los cascos de los animales y la furia policial contra sus cuerpos. “No estamos reprimiendo, nos estamos defendiendo. ¡Mire, mire!”, fue la explicación de Bustamante en medio del caos.
Las corridas continuaron hasta cerca de la medianoche. Los manifestantes, más tranquilos, regresaron al centro de la plaza. Pero ya la triste escena había quedado en las retinas de todos como otro lamentable capítulo en la historia negra de los tucumanos.