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Papa Francisco: En la Iglesia hay sitio para todos, es el momento de la acogida

El papa Francisco celebró hoy, miércoles 29 de junio, la misa en la Basílica Vaticana con ocasión de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, mártires y patronos de Roma. Durante la homilía, el Santo Padre reflexionó sobre los textos bíblicos que propone la liturgia de hoy y que nos hacen ver el testimonio de los dos grandes apóstoles de la Iglesia, Pedro y Pablo.

Como es tradición cada año en esta solemnidad el pontífice bendijo los palios de los arzobispos metropolitanos que nombró durante el año pasado.

En esta ocasión, debido a su problema con la rodilla, el Francisco no entró a la basílica con la procesión, sino que ingresó antes en silla de ruedas, luego con bastón, y permaneció sentado a un costado del altar de la Cátedra.

El Papa bendijo los palios, presidió la Liturgia de la Palabra, pronunció la homilía y asistió al resto de la Misa que fue celebrada por el decano del Colegio Cardenalicio, cardenal Giovanni Battista Re.

Al inicio de la Eucaristía, tres diáconos rezaron ante la tumba del apóstol Pedro que se encuentra debajo del altar de la Cátedra, recogieron los 44 palios y se los llevaron para que el Santo Padre los bendijera.

Después de la bendición, el Papa entregó uno en representación a los 44 nuevos arzobispos metropolitanos, algunos de ellos estaban presentes en la basílica de San Pedro y los saludó al final de la Misa.

Participaron de la Eucaristía también algunos cardenales residentes en Roma y una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, a quien el Papa agradeció su presencia y subrayó que “caminamos juntos, porque solo juntos podemos ser semilla del Evangelio y testigos de la fraternidad”.

Una Iglesia que se levanta y no se cierra
En su homilía, Francisco destacó la hermosa tradición de la bendición de los palios y explicó que “en comunión con Pedro, ellos están llamados a ‘levantarse rápidamente’, no dormir, para ser centinelas vigilantes del rebaño y a ‘pelear el buen combate’, nunca solos, sino con todo el santo Pueblo fiel de Dios”.

El Santo Padre advirtió que, a veces, como Iglesia, “nos abruma la pereza y preferimos quedarnos sentados a contemplar las pocas cosas seguras que poseemos, en lugar de levantarnos para dirigir nuestra mirada hacia nuevos horizontes, hacia el mar abierto, a menudo estamos encadenados como Pedro en la prisión de la costumbre, asustados por los cambios y atados a la cadena de nuestras tradiciones”.

El Papa añadió además como “el Sínodo que estamos celebrando nos llama a convertirnos en una Iglesia que se levanta, que no se encierra en sí misma, sino que es capaz de mirar más allá, de salir de sus propias prisiones al encuentro del mundo. Una Iglesia sin cadenas y sin muros, en la que todos puedan sentirse acogidos y acompañados, en la que se cultive el arte de la escucha, del diálogo, de la participación, bajo la única autoridad del Espíritu Santo”.

“Una Iglesia libre y humilde, que “se levanta rápido”, que no posterga, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora, que no se detiene en los recintos sagrados, sino que se deja animar por la pasión del anuncio del Evangelio y el deseo de llegar a todos y de acoger a todos”, continuó el Papa.

El pontífice pidió “no quejarnos de la Iglesia, sino comprometernos con la Iglesia. Participar con pasión y humildad. Con pasión, porque no debemos permanecer como espectadores pasivos; con humildad, porque participar en la comunidad nunca debe significar ocupar el centro del escenario, sentirnos mejores que los demás e impedir que se acerquen. Iglesia sinodal significa que todos participan, ninguno en el lugar de los otros o por encima de los demás”.

Asimismo, el Papa lanzó una pregunta: “¿Qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que el mundo en el que vivimos sea más humano, más justo, más solidario, más abierto a Dios y a la fraternidad entre los hombres?”

“Es evidente que no debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales y quedarnos atrapados en ciertas discusiones estériles, sino ayudarnos a ser levadura en la masa del mundo. Juntos podemos y debemos establecer gestos de cuidado por la vida humana, por la protección de la creación, por la dignidad del trabajo, por los problemas de las familias, por la situación de los ancianos y de los abandonados, rechazados y despreciados”.

“En definitiva, ser una Iglesia que promueve la cultura del cuidado, la compasión por los débiles y la lucha contra toda forma de degradación, incluida la de nuestras ciudades y de los lugares que frecuentamos, para que la alegría del Evangelio brille en la vida de cada uno: este es nuestro “buen combate”, dijo el Papa.

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