Monseñor Puiggari: “Por gracia de Dios, soy lo que soy. No elegí el camino, Dios me llamó”
|Este lunes 8 de Mayo se celebró en la Catedral Metropolitana la Santa Misa en Acción de Gracias por los 25 años de Consagración Episcopal de monseñor Juan Alberto Puiggari. En su homilía, el arzobispo destacó la figura de la Virgen de Luján, Patrona de Argentina, y su vocación de Madre.
Con la presencia de Mons. Eduardo Martin, Arzobispo de Rosario; Mons. Sergio Fenoi, Arzobispo de Santa Fe; Mons. Luis Collazuol, Obispo de Concordia; Héctor Zordán, Obispo de Gualeguaychú; Pedro Torres, Obispo de Rafaela, Mons. Gustavo Help, Obispo emérito de Venado Tuerto, como así también autoridades civiles, entre ellas el presidente de la Honorable Cámara de Diputados de Entre Ríos; militares, fuerzas vivas, vecinos, Puiggari resaltó: “En la Virgen de Luján vemos claramente su vocación de Madre, la que Jesús le dio en la Cruz, cuando una humilde imagen de la Virgen quiso quedarse en nuestra pampa, para decirnos a los argentinos: ‘Aquí estoy, soy su Madre’”.
En este sentido, el arzobispo remarcó que, frente a la imagen de la Virgen de Luján, se congregan miles de argentinos llevando sus tristezas, alegrías, proyectos e ilusiones, y sobre todo el agradecimiento tan propio de nuestro pueblo noble.
Asimismo, monseñor Puiggari agradeció y alabó a la Trinidad Santísima por su obra creadora, redentora, santificadora y de prenda de Vida eterna, y celebró la fidelidad del Señor que lo ha cuidado y sostenido durante estos años.
“Por gracia de Dios, soy lo que soy. No elegí el camino, Dios me llamó, me eligió sin ningún mérito de mi parte, por puro amor de predilección, me eligió débil para confundir a los fuertes, para que en todo se manifieste su poder. Me tomó de entre los hombres, para entregarme al servicio de mis hermanos, me hizo experimentar mis debilidades, para que fuera capaz de comparecerme de las debilidades de los hombres”, expresó el arzobispo.
En este sentido, monseñor Puiggari recordó que el episcopado es oficio de amor, como lo enseña San Agustín, y que fue llamado para colaborar en la glorificación del Padre y en la salvación de los hombres. “Este servicio no es fácil, como recordaba el profeta Jeremías: ‘Antes de haberte formado en el seno materno te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado, Yo, Profeta de las naciones te constituí’. Por eso, me siento necesitado de exclamar con San Pablo: ‘Por gracia de Dios, soy lo que soy’”, afirmó el arzobispo.
Finalmente, monseñor Puiggari destacó que el mundo actual espera de los sacerdotes y obispos que les muestren y entreguen al Dios que necesitan, al Cristo que salva, al Espíritu de Amor que da Vida. “Y este tiempo secularizado y desesperanzado, nos exige que seamos hombres de lo Absoluto, profetas de esperanza y signos del Reino escatológico”, concluyó el arzobispo.
Texto completo de la homilía
Queridos hermanos:
Estamos celebrando la Solemnidad de Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria, la Virgen gaucha, la del manto humedecido por el rocío de nuestra pampa y cubierto de abrojos, como señal de su caminar en medio de nuestro Pueblo peregrino.
En la Virgen de Luján vemos claramente su vocación de Madre, la que Jesús le dio en la Cruz, cuando una humilde imagen de la Virgen quiso quedarse en nuestra pampa, para decirnos a los argentinos: “Aquí estoy, soy su Madre”. Frente a su imagen humilde y silenciosa, se congregan miles y miles de argentinos llevando sus tristezas y alegrías, proyectos e ilusiones, y sobre todo el agradecimiento tan propio de nuestro pueblo noble.
Frente a su imagen, hoy, tengo la necesidad de alabar y agradecer a la Trinidad Santísima por su obra creadora, redentora, santificadora y de prenda de Vida eterna.
Doy gracias y alabo al Padre que tanto amó a los hombres que envió a su propio Hijo para la salvación del mundo.
Y de una manera especial, quiero agradecer y alabar por los veinticinco años de vida episcopal que me ha concedido. Celebro y quiero cantar la fidelidad del Señor que me ha cuidado y sostenido durante estos años. Elevo mi mirada agradecida y emocionada a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Sólo desde Él comprendo algo del gran misterio del sacerdocio y del episcopado.
El profeta Jeremías me recuerda: “Antes de haberte formado en el seno materno te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado, Yo, Profeta de las naciones te constituí”. (Jr. 1,15). Por eso en esta noche me siento necesitado de exclamar con San Pablo: “Por gracia de Dios, soy lo que soy”. No elegí el camino, Dios me llamó, me eligió sin ningún mérito de mi parte, por puro amor de predilección, me eligió débil para confundir a los fuertes, para que en todo se manifieste su poder. Me tomó de entre los hombres, para entregarme al servicio de mis hermanos, me hizo experimentar mis debilidades, para que fuera capaz de comparecerme de las debilidades de los hombres.
Me eligió por amor; me exigió una respuesta de amor. “Pedro me amas”…“apacienta mis ovejas”. Una vez más quiero recordar que no me es lícito apacentar el rebaño del Señor, si no lo hago por amor, como el de Jesús, hasta la entrega total, hasta dar la vida por las ovejas. El episcopado es oficio de amor como lo enseña San Agustín.
Y me llamó, para que configurado con Él, fuera instrumento suyo, para colaborar en la glorificación del Padre y en la salvación de los hombres. Como Él tengo que ser Maestro, Sacerdote y Pastor. Por Él, con Él y en Él tengo que actualizar cada día para los hombres de hoy, su Sacrificio de la Cruz.
Y nuestro mundo hambriento y sediento espera de nosotros, los sacerdotes, los obispos, que le mostremos y entreguemos al Dios que necesitan, al Cristo que salva, al Espíritu de Amor que da Vida. Y este tiempo secularizado y desesperanzado, nos exige que seamos hombres de lo Absoluto, profetas de esperanza y signos del Reino escatológico. Esperanza que toma su fuerza en la certeza de la voluntad salvadora universal de Dios y de la presencia constante del Señor Jesús, el Emmanuel, siempre con nosotros hasta el fin del mundo.
Servidor de Cristo, servidor de los hombres, para eso he sido elegido. Este servicio no es fácil, (como recordaba el Venerable Cardenal Pironio), exige una permanente disponibilidad para contemplar, convertirnos y morir. Servir a los hombres es entenderlos, asumirlos, salvarlos, multiplicarles el pan, abrirles los misterios de la Palabra, comunicarles la Vida de Dios, que es don del Espíritu.
Recordando todo esto, la acción de gracias se transforma también en un sincero pedido de perdón, a Dios, a la Iglesia, y a ustedes mis hermanos, porque no he sido epifanía del rostro del Buen Pastor que ustedes se merecen; por mis debilidades y pecados, he obstaculizado la obra que Dios ha querido hacer, por mi intermedio, a favor de su Pueblo.
También necesito pedir a Dios y a ustedes para que me ayuden a vivir más a fondo la oblación eucarística que es lo central del obispo: donación total que se manifiesta y toma su fuerza de la Eucaristía. En el corazón sacerdotal tienen que resonar muy hondo las palabras de Jesús “Éste es mi Cuerpo entregado…ésta es mi Sangre derramada”. Que Dios me ayude para que éste sea mi programa hasta el final de mi vida.
Adoración, acción de gracias, pedido de perdón, súplicas son los sentimientos que hoy quiero tener en lo más profundo de mi corazón. Les pido que me acompañen a elevarlos a Dios…
Pero esta acción de gracias, no sería completa, si no lo hiciera, con los instrumentos que Dios ha puesto en mi camino.
Sería ciertamente muy largo hacerlo, porque me siento especialmente bendecido por Él, y peligroso de ser injusto por olvido, pero permítanme mencionar en pocas personas las grandes etapas de mi vida.
A la Iglesia, mi Madre, a ella le debo todo, a Ella quiero servir con fidelidad hasta mi último aliento.
A mis padres, les debo el don de la vida, el don de la fe, el apoyo permanente en mi vocación, y las grandes enseñanzas que se descubren con el tiempo y que fueron grabadas en mi alma con el cincel del ejemplo silencioso y testimonial. Me dieron una familia en donde fue fácil vivir el Bautismo, fuente de todas las gracias.
Al siervo de Dios Padre Etcheverry Boneo, instrumento para escuchar el llamado de Dios, modelo ejemplar que me entusiasmó con metas grandes, me transmitió ese fuego irresistible del amor a Jesucristo, del celo por la Gloria del Padre y la entrega sin reservas por mis hermanos. También me dio una familia espiritual.
A muchos sacerdotes, consagrados y laicos que Dios puso a lo largo de mi vida que han sido un ejemplo apoyo y estímulo. Sería muy largo enumerar.
Al Cardenal Karlic, que junto con Mons. Eichor y Mons. Cargnello por la imposición de sus manos me introdujeron en el Colegio Episcopal. En los primeros años como Obispo Auxiliar, cuánto agradecer, aprendiendo a serlo con la sabiduría del Cardenal.
Luego, mi primera experiencia de Pastor en la querida Diócesis de Mar del Plata. Llegaba a un lugar desconocido y en pocos días me hicieron sentir el calor, afecto y entusiasmo para trabajar en comunión para el anuncio del Evangelio.
Luego el Señor me llamó para venir desde el “mar” hasta el “hermano de mar”, nuevamente a Paraná.
Gracias a todos los sacerdotes por su cooperación, por su trabajo y disponibilidad; gracias a los diáconos, a los consagrados, a los seminaristas. A los agentes pastorales, a las instituciones y movimientos, a los colaboradores de la Curia y a los laicos en general. Una vez más los invito a escuchar la suave y vigorosa voz del Maestro “duc in altum” y renovar nuestro compromiso para caminar juntos, como comunidad evangelizadora, eucarística y misericordiosa, comprometidamente misionera y en salida hacia las periferias espirituales y existenciales, que ame con predilección a los pobres, a los que más sufren. Agradezco también a los sacerdotes de otras Diócesis que han querido acompañarme en este día.
Gracias, por la mucha oración con la que me han acompañado y fortalecido en momentos difíciles y también por mi salud. No tengo duda que soy un milagro de la oración de ustedes.
Y por último, y no porque sea la menos importante, quiero contemplar con agradecimiento filial a Nuestra Madre Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján. Siempre he sentido fuertemente su protección; Ella es apoyo eficaz en mi camino personal, energía poderosa en el apostolado, consuelo en las dificultades, fortaleza en las pruebas. Hoy quiero renovarle mi pedido filial: “Haz que mi paso por esta Arquidiócesis sea nada más que para sembrar el amor a Dios y a Ti, en todos aquellos con los que me encuentre”.
Quiero recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente para evangelizar, y abrirme con confianza al futuro, a Él le pertenece, es el Señor de la historia.
Como San Pablo quiero, fortalecido por esta acción de gracias y las oraciones de ustedes, “lanzarme hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús”.
Que en esta Eucaristía suba hasta el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, mi agradecimiento por estos veinticinco años de obispo, y mi súplica confiada por todas las necesidades de la iglesia, de nuestra Arquidiócesis y de cada uno de ustedes.