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Meteorólogos en la mira

El pronóstico meteorológico, que forma parte de los contenidos de cualquier medio de comunicación (prensa, radio, televisión e Internet), compromete una información que en la Argentina se sigue devotamente. Los debates y críticas que se producen sobre la inexactitud de las predicciones dan una idea de la trascendencia del parte climático para los más variados ámbitos de la vida periódica.

 

A diario, vemos, escuchamos, acerca de qué sucederá con el clima en los próximos días. La información, más allá de su  importancia a la hora de planificar actividades al aire libre o de prevenir los efectos de las catástrofes naturales  influye además en potenciar la socialización de las comunidades y, de hecho, “hablar del tiempo” es una fórmula que se ha lexicalizado como referencia a la forma más apelada de iniciar una conversación o llenar un embarazoso vacío comunicativo.

 

El actual pronóstico numérico y técnico del tiempo existe desde los años ’60 cuando el primer satélite meteorológico comenzó a enviar imágenes a la Tierra y éstas fueron evaluadas con asistencia de ordenadores.

 

Pese a las modernas y sofisticadas tecnologías aplicadas a la observación y prospección de los climas, la predicción precisa del tiempo más allá de las setenta y dos horas continúa siendo una quimera: la meteorología es una ciencia compleja y basta que sólo se altere un pequeño factor de la atmósfera para que cambie completamente el pronóstico.

 

La ayuda de mapas, gráficos, infografías, decorados virtuales e imágenes de satélites ha ido enriqueciendo la representación visual de los pronósticos meteorológicos en televisión. Además, en aquellas emisoras que cuentan con teletexto, el servicio de información escrita, la predicción del tiempo es un recurso que no puede faltar.

 

Sin embargo, la experiencia demuestra que, en momentos y lugares determinados, la más rigurosa predicción es relativa. Nadie puede prever de lo que son capaces un estrechamiento de isobaras, una caída de cinco milibares o el efecto de la mutación en la velocidad determinada de un viento, y así los meteorólogos lidian cada día con una ciencia exacta, de presagios inexactos más allá que esa información por ellos vertida jamás fue tan completa ni tan rigurosa como la que tenemos ahora. En verdad, nunca se afinó tanto, aceptando el margen de error inevitable. Admitido…

 

Un meteorólogo establece tendencias y calcula probabilidades con predicciones de carácter general; pero no puede determinar el viento exacto que hará en la esquina de la calle Fulano con Mengano, los centímetros de nieve que van a caer en el kilómetro tal de la autopista cual, o los litros de agua que correrán por tal o cual cauce.

 

Tampoco puede hacer cálculos particulares para cada calle, cada tramo de carretera, cada playa y cada ciudadano, ni abusar de las alarmas porque al final acaba pasando como en el cuento del pastor y el lobo.

 

Sin embargo, hoy en la Argentina, crece la desconfianza, la incredulidad, la suspicacia con respecto a los datos tributados por los especialistas en clima.

 

Es que los comunicadores de esta especie han pasado a ser vedettes de los noticieros en canales principales del país, y algunos de ellos no tienen pudor a ponerse las plumas y exhibirse como “divos” del clima.

 

Hay mesurados, medidos, poco afectos a la ampulosidad, digamos… consejeros, pero surgió y crece de modo acelerado el protagonismo frívolo de una camada más marketinera, de gestos grandilocuentes, tonos pomposos, actitudes aparatosas que bombardea con datos los cuales en un abrir y cerrar de ojos se modifican inescrupulosamente.

 

Los meteorólogos televisivos se han convertido en celebridades, en íconos, aprovechando chromas, imágenes satelitales, el desarrollo de la realidad virtual y efectos especiales de toda índole, consiguieron generar una especie de show trivial, ligero, insubstancial.

 

Pero no todo es circo… Todavía se puede rescatar la sobriedad de Fernando Confessore, Pablo Lastra, Daniel Cortés y Nadia Zyncenko, Gabriela Andrietti y Miriam Andrioli, la cordial prudencia y/o sensatez de Mauricio Zaldivar, la espontaneidad de Diego Ángeli.

 

Pero quienes han “conspirado” con la credibilidad de todos son los “rebeldes” Matías Bertolotti y José Bianco, más el primero que el pintón.

Ambos, jóvenes ellos, han gestado un nuevo estilo. Sus sellos, sus improntas ya son una marca registrada que no solo se aprecia en la pantalla sino también a través de las Redes Sociales.

 

El punto en cuestión es que sus personalidades magnéticas y excepcionales habilidades comunicacionales no logran compensar el caos imperante evidenciado por una ambiente terrestre que no resiste vaticinios meteorológicos con porcentual de acierto alto y son más los alertas infructuosos que los episodios atmosféricos graves inesperados.

 

De éste modo, no les queda otra que la resignación y acostumbrarse a ser blanco de todo tipo de críticas histriónicas (hasta por parte de compañeros de trabajo los cuales ya se animan a apostarles por lo que aseguran ocurrirá), burlas en cierta manera merecidas por la teatralización cada vez más exacerbada que le otorgan a cada predicción, más allá de sus carismas, sus simpatías, erudiciones innegables y hasta el arrojo por salir a oficiar de “Caza Tormentas”.

 

¿Qué dirían hoy de ellos “meteorólogos en las sombras” como Wegener, Mendeleiev, Hertz, Stevenson, Descartes, Kant, Lamarck, Volta o Goethe, o hasta el mismo Galton? Quizás expresaran, “éstos pibes saben…, pero se los comió el personaje”. O, por qué no, les darían un consejo: “chicos… bajen un cambio en lo actitudinal; menos frivolidad… , menos superficialidad, más solvencia, más consistencia profesional”.