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Lealtad… Paradójica, lealtad…

Hoy se celebra el Día de la Lealtad Peronista. Y así como dicen que del amor al odio hay un solo paso, de la lealtad a la traición, también. Es que la traición, en política, solo es cuestión de fechas. Es el ADN, la esencia misma de muchos políticos que hoy nos gobiernan o son oposición.

Una forma de hacer política está basada en la traición; es una cuestión de oportunismo y ambición personal para simplemente lograr poder (o más poder).

Pero, además, junto a la traición política existe otra forma, muy similar de traición, que podríamos llamar de “metamorfosis camaleónica”.

Esta última, que generalmente se puede ver reflejada y amplificada en los medios, es para dejar de lado, aunque sea por un rato, todo linaje político preexistente.

Se pasa de ser “radical” a “peronista”, de derecha a “progre”. También se pasa a formar coaliciones que parecían imposibles en otros tiempos.

Más bien basados en el oportunismo que en métodos eficientes de hacer política, de consensos y de alianzas, muy pocos políticos recuerdan su pasado y algunos, prefieren lucir como desmemoriados.

También, mucho más grave y reprochable es la actitud de los que aman las cámaras, las portadas de diarios y canales televisivos, habiéndose alejado del Justicialismo (o Radicalismo, o alguna línea del Peronismo, por recordar algunos) y con no santos recordatorios, invocando en sus oratorias, el desprecio o mala experiencia del partido que lo vio nacer, crecer y percibir algunas excelentes retribuciones.

Pero a los que cruzaron el charco y ahora son candidatos inimaginables de sectores o alineamientos políticos alejadísimos a sus bases y estructuras, como una carrera política camaleónica, no les quedará (en breve) lugar o segmento ideológico-político a representar con el fin de llegar a un sillón inherente más al apetito personal, que a los fines fieles de quienes los depositaron allí.

Por otra parte, no hace falta cruzarse de bando para ser un miserable intrigante, un tránsfuga de novela. El mapa político argentino está lleno de estos crápulas.

Por lo tanto, ¿de qué hablamos cuando hablamos de traición y levantamos el dedo acusador? Traiciona uno su conciencia y sus principios, cuando ante el temor de ser acusado de traidor, se queda complaciendo la miseria de los otros con deliberado silencio.

En política, el asunto no es quién es traidor y quién no, sino quién tiene más o menos manchas en la espalda. La traición, en política, ya lo dijimos, es sólo una cuestión de fechas.

Winston Churchill, el más brillante político inglés del siglo XX, siendo del partido liberal se pasó a las filas del partido conservador. Por esto fue duramente castigado por la prensa. Y cuando le preguntaron por su cambio de lealtades, dijo: “Quien quiera mejorar, tendrá que transformarse, y quien quiera llegar a ser perfecto, tendrá que transformarse muchas veces”.

Después de todo, traicionar (en política) sólo es cuestión de no ser fiel a una(s) persona(s) y a uno mismo, es no ser firme en los afectos, ni en las ideas. Es faltar a la palabra; es no tener memoria. Es despreciar a quienes lo apoyaron, lo votaron, confiaron en él, para rodearse de quienes, seguramente, tarde o temprano los traicionarán.

En definitiva, es respetar el ADN, la esencia misma de incontables políticos, que integran un clan raro que no cuenta con linaje, ni lo precisa, y que deshonran los ideales, los principios, la doctrina del General Juan Domingo Perón u otros caudillos loables de la política nacional que se deben estar revolviendo en sus tumbas viendo tanta ingratitud, tanta perfidia, tanto egoísmo execrable.

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