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Falta de empatía en épocas de Coronavirus

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Caminando por las veredas de Paraná, observando el fluido tránsito de vehículos de distinto porte y contemplando el contenido de las Redes Sociales, resulta inevitable deducir que se ha perdido casi todo rasgo de empatía en medio de una despiadada pandemia como la del Coronavirus.

La reapertura de actividades gastronómicas, deportivas y culturales ha potenciado la circulación de gente por la ciudad, mientras, las cifras de contagios y de fallecimientos alarma a quienes no solo respetan tan letal enfermedad epidémica sino en especial a quienes más la sufren: los héroes y/o heroínas del sistema sanitario entrerriano.

La sensación inequívoca que se capta es de hartazgo por la extensión de la Cuarentena (llámese Aislamiento / Distanciamiento o la Fase que quiera interpretarse de marzo a hoy…), pero a la vez una angustia suprema por la coyuntura económica-financiera de miles de paranaenses que no tienen un sueldo mensual garantizado y que necesitan desplegar sus actividades –independientes-  sin restricciones o hasta de aquellos que terminaron desempleados.

Obviamente…, también están los adolescentes, los jóvenes, no solo con sus libertades habituales cercenadas sino con el drama de no poder estudiar con normalidad y hasta concluir sus ciclos (incluyendo viaje de egresados, colaciones, recepciones, etc…).

Ni hablar de los niños, desorientados con lo que ven en sus hogares, sin lograr interpretar siquiera qué ocurre con tan fatídica problemática.

O los abuelos, resignados a estar más encerrados que nunca, y hasta con el temor que el más casual contacto pueda perjudicarlos.

Pero al cansancio global, a la zozobra, a la insatisfacción, al desconcierto, a la confusión y a la profunda tristeza se suma como elemento discordante la falsa sensación de seguridad (o resignación…), al advertirse cifras epidemiológicas, y en especial al escucharse discursos políticos.

Y nuestras autoridades no mienten, no engañan, al reflejar que el sistema sanitario creció un montón por la incorporación de camas e infraestructura; pero de lo que no se habla convenientemente es del porcentaje de ocupación de camas que está en continuo aumento, no solo por el Covid-19 sino por una acumulación de patologías, ni que hablar de lo concerniente a accidentología o los tratamientos/intervenciones quirúrgicas por emergencias/urgencias de por sí ya retrasadas/postergadas, y ni que hablar -en el sector pediátrico- de algo tan precioso como son los nacimientos.

Como tampoco se aborda convenientemente la saturación en cuanto a personal, teniendo en cuenta el crecimiento diario sostenido, que puede llevar a un colapso del sistema.

Es que se pone de relieve la expansión en cuanto a estructura o infraestructura y equipamiento, pero no se trata adecuadamente la rotación profesional, y así se está ante una inminente reconversión de funciones para tener apropiadamente cubiertas las salas respectivas.

Y de esto precisamente queremos referirnos: a los signos de saturación ya se están haciendo visibles precisamente en los integrantes del equipo de salud. Es que hubo una carrera para asegurarse camas y respiradores, pero el cuello de botella del sistema no es ningún equipo físico o tecnológico, sino el recurso humano.

Más allá que pueda ocultarse o disimularse con discursos retóricos, los médicos están sobrecargados, extenuados física y psicológicamente, y así pueden cometer errores.

Por ende, fijarse exclusivamente en el porcentaje de camas libres como único indicador puede conducir a interpretaciones equivocadas.

Los pacientes con cuadros de Covid graves son realmente complejos; no pueden ser manejados por médicos que no estén especializados y más allá que pueda intentar encubrirse, es inocultable que hay profesionales que están trabajando al 120%, sin descanso proporcionado, desde hace varios meses. No es humano.

Casi no pasa un día sin que un médico, un enfermero, un camillero, un cocinero, un chofer de ambulancia se entere de que un compañero o compañera se infecta; y ese agotamiento lleva a la pérdida de la empatía, a dejar de entender el sufrimiento del otro, a que todo te dé lo mismo. Eso también es saturación del sistema de salud.

Y no es descabellado suponer que se llegue a tal punto que hay gente que diga “ojalá me agarre Covid así me puedo quedar dos semanas en casa”.

Por eso reitero… Si existe un riesgo de colapso, no es tan solo por falta de equipos, sino esencialmente por falta de personal apto en cada trinchera, no solo en efectores sino en todos los sectores que permiten el sostén de la ordenación sanitaria, lo cual incluye personal administrativo, técnico, coordinadores y funcionariado.

Por consecuencia, la única posibilidad de evitar el deterioro absoluto del sistema es que la enfermedad no siga creciendo; que nos cuidemos.

El Covid-19 nos recuerda lo vulnerables que somos, lo conectados que estamos y lo dependientes que somos unos de otros.

En medio de una tormenta así, las herramientas científicas y de salud pública son esenciales, pero también lo es, sostenemos, la empatía. Con solidaridad, poniéndonos en el lugar del otro, lograremos evitar el desborde del sistema sanitario.

Claro que, si esto no se difunde debidamente desde el Estado, y tan solo consiste en un artículo rubricado por un comunicador aislado, pierde consistencia.

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