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El Pueblo necesita un Justicialismo más unido que nunca

A 46 años del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina luego 18 años de exilio se celebró el viernes el Día de la Militancia en Argentina. La unidad del movimiento fue el eje organizador del proyecto cultural y del pensamiento estratégico peronista. El 17 de Noviembre de 1972 fue una inmensa manifestación de unidad militante. Años antes, el 17 de Octubre de 1945, un movimiento popular policlasista, con base obrera, había dado nacimiento al peronismo.

 

Era un novedoso frente, socialmente heterogéneo, intergeneracional, nacional en su representatividad territorial, que contenía a los trabajadores urbanos y rurales, a los pobres de las regiones ricas y a muchos sectores tradicionales de las zonas más postergadas.

Mestizo en su conformación política, con un asumido eclecticismo en la organización de sus ideas, Perón le daría a su movimiento una doctrina que pretendía ser un saber “de la periferia”.

 

La designaría con el singular nombre de Justicialismo para convertirla en una original teoría de liberación nacional y organización comunitaria que desde América Latina se presentaba como alternativa al liberalismo conservador de raíz anglosajona.

Esa construcción lo obligaba a Juan Perón a mezclar lo hasta ese momento “imposible”, unir los extremos, hacer dialogar lo incompatible.

 

Unir, partiendo desde una diversidad de lecturas y visiones, pero donde la Doctrina Social de su la Iglesia era un contenido fundamental, a dos corrientes del pensamiento argentino que como el nacionalismo y el socialismo habían tenido una intensa presencia política e intelectual pero escaso peso electoral.

La síntesis era una vez más, en un momento de descreimiento en el sistema, la fórmula más apta para salir de la crisis.

 

No era una novedad en la historia de los argentinos. Lo había intentado Alberdi, después de décadas de guerra civil, al cruzar las tradiciones unitarias y federales buscando un modelo apto para organizar definitivamente la República.

También por esa senda avanzó Hipolito Yrigoyen cuando sumó a la tradición federal del siglo XIX la nueva agenda democrática de las clases medias urbanas como propuesta alternativa al régimen oligárquico.

 

Medio siglo después de aquel primer justicialismo, otro presidente peronista, Néstor Kirchner, proponía a principios del siglo XXI, agregarle a la tradición de Perón y Evita la experiencia de los años 70’ y las reivindicaciones y programas del progresismo contemporáneo.

Construir mayorías, conducir lo muchas veces contradictorio, asumir la pluralidad de una comunidad, evitar las fragmentaciones, estar convencido que la representatividad la dá el “todo” y que las partes por sí solas la pierden, trabajar para el conjunto oponiéndose a conductas excluyentes o sectarias, significó para Perón privilegiar lo común por encima de los grupos y facciones.

 

Unidad, eje organizador de un proyecto cultural y un pensamiento estratégico

 

La idea de unidad forma parte esencial de la doctrina Justicialista. También el armado de “frentes”.

El 17 de octubre fue un “frente” en donde convergían diversas tradiciones políticas y novedosos sujetos sociales; casi un mandato fundacional.

 

El “último” Perón pensó la unidad como ordenadora de un proyecto nacional, indispensable para la construcción del modelo argentino de organización comunitaria.

La necesidad de unidad recorre toda la saga peronista. Lo hace desde la convicción de que con todos unidos se asegurará el triunfo, entonada con fervor cada vez que se canta “la marcha”.

 

Repite el mismo ideario en la tan difundida alternativa de mantenerse unidos o permanecer dominados, que proyectaba Perón cuando vislumbraba la llegada, todavía algo lejana, del mítico año 2000.

Había en esa certeza cierta tradición de la poesía martinfierrista que, traducida a la política, aseguraba que la pelea entre hermanos los ponía en la situación de ser devorados por los “de afuera”.

 

En Perón, la idea de unidad abarcaba diversas arquitecturas relacionadas a sus objetivos y necesidades:

– la unidad del peronismo, al que siempre consideró el núcleo de aglutinamiento fundamental para cualquier construcción política más amplia;

 

– la unidad del campo popular, para constituir un frente de construcción nacional que asegurara la independencia en la toma de decisiones y que organizara a la mayoría del pueblo contra los intereses extranjeros y sus socios locales;

– la unidad nacional como proyecto cultural que asegurara la paz y el bienestar para todos los argentinos;

 

– la unidad continental, reaseguro de la liberación nacional, recogiendo la tradición romántica y antiimperialista de la Patria Grande y la convicción pragmática de asegurar un amplio mercado interno latinoamericano que fomentara el desarrollo industrial.

 

La búsqueda de la unidad nacional siempre implicó políticas de acuerdos

 

Con grandes pactos se fue construyendo, trabajosamente, lo que hoy llamamos Argentina. Lo reconoce la Constitución de 1853 cuando se referencia en los “pactos preexistentes”. Tanto el de Pilar (23/02/1820) como el del Cuadrilátero (25/01/1822), el Pacto Federal (04/01/1831) y el Acuerdo de San Nicolás (31/05/1852) valoraban la unidad nacional, el sistema federal, la paz y la resistencia a cualquier invasión extrajera.

 

Desde otra corriente del pensamiento rioplatense, José Gervasio de Artigas también había aportado, a principios del siglo XIX, ideas imprescindibles para la constitución de una nación: independencia absoluta; confederación; libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable; la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y de los Pueblos; división de poderes independientes en legislativo, ejecutivo y judicial; aniquilamiento del despotismo militar con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos; que sea fuera de Buenos Aires donde resida el gobierno de las Provincias Unidas; la forma de gobierno republicana.

 

La propia Constitución dictada en Santa Fe en 1853 ampliaba el pacto en su preámbulo con nuevos compromisos como afianzar la justicia, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad.

 

Un siglo después, la reforma constitucional de 1949, pensada justicialistamente, extendió el programa mínimo de los acuerdos diseñados desde la matriz liberal para asegurar la existencia de la nación y agregó objetivos como promover la cultura nacional y constituir una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

 

Las aspiraciones de desarrollar programas mínimos de acuerdos se manifestaron también en expresiones más simbólicas, e incluso populares, por afuera de decisiones institucionales.

 

En el Himno Nacional se afirman los principios irrenunciables de unión, libertad, igualdad y soberanía; todas enmarcados en una emancipación de dimensiones americanas.

Hacia adentro del Justicialismo la “marcha peronista” expresa de manera popular un programa básico de consenso político:

– la prioridad del trabajo;

– economía;

– la agenda de los principios sociales;

– construir una Argentina grande como la que soñaba San Martin, unida en su destino a la unidad Latinoamericana;

– una oposición a toda política basada en el odio de clase y las desigualdades sociales siendo intransigentes en sostener el amor y la igualdad como principios de convivencia ciudadana.

 

Esta base programática se extendía en la creencia de que la Nación solo puede ser grande si el Pueblo es feliz; pero, también, en la afirmación de que las mujeres y los hombres sólo pueden realizarse individualmente si la patria desarrolla un proyecto colectivo que los albergue.

 

Trabajo, eje ordenador de lo social

 

El sujeto histórico de la transformación es la clase trabajadora. La alianza Estado-Producción-Trabajo es central para sostener un proyecto colectivista que sostenga y garantice las libertades individuales.

 

El peronismo, desde sus orígenes, propuso un modelo de desarrollo cuyas cuentas no dependieran de la anulación de las paritarias, ni que recurriera a la flexibilidad laboral o a un índice de desempleo que contribuya a “cierto ejército de desocupados” que pueda controlar las variables de las luchas sociales

 

Esta idea central extendía en Perón el dispositivo de la unidad hacia el movimiento obrero organizado y la CGT unificada.

 

 

 

El Pueblo amplifica la construcción de la unidad

 

Perón convocaba no solo a la clase obrera sino a los pequeños propietarios, profesionales, comerciantes, intelectuales, al campo, a la industria. En definitiva, a todas las clases y sectores perjudicados por un modelo primario exportador y financiero de crecimiento “hacia afuera” de fuertes raíces coloniales.

Perón se esforzó en reconstruir la idea de Pueblo, pensar desde el Pueblo, en el orgullo de ser el Pueblo.

 

Mirar desde la periferia es un hecho geopolítico y sentir desde el pueblo un acontecimiento social. En esa dirección el peronismo siempre entendió que quien trabaja para el conjunto trabaja para el pueblo.

 

Esta definición debe generar un Movimiento que abraza y que no se cierra, y que entiende que el poder es un servicio obediente de la voluntad popular.

También incluye la predisposición a ceder espacios, tiempo y posiciones, generosamente, en bien del conjunto.

 

En ese sentido, el peronismo tiene en los mártires de su intensa historia, el marco de la honradez y de la moral imprescindibles para la práctica política.

El camino de la unidad siempre fue un medio para reconstruir la Nación, organizar un Estado fuerte y democrático, garantizar la justicia social para el conjunto de la población, y desarrollar un modelo productivista que asegurara educación para los jóvenes, trabajo para los adultos y protección en la ancianidad.

 

Cada vez que la Patria estuvo en peligro fue urgente la unidad del movimiento popular y trabajador para salvarla.

 

Principios firmes, convicciones inclaudicables

 

Todo proyecto político debe tener principios y explicitarlos. Señalar las cuestiones que son innegociables y diseñar un programa mínimo de unidad que convoque a las mayorías.

 

Hay que ampliar el movimiento hasta el límite que cueste más, buscar al lejano, ir a las fronteras, reunir lo disperso.

 

Ampliar hasta que duela. Aceptar temas que “incomoden” para construir la agenda del consenso.

Marchar con firmeza y con paciencia. La paciencia es superior a la coyuntura. La unidad supera al conflicto.

 

La tarea es la descolonización en un plan de transformación cultural. Un proyecto cultural de Nación es la etapa superior de la política. Pensamos desde el sur del sur. Interpretamos el estado actual del mundo con ojos Argentinos.

 

Debemos inventar para no errar. El Pueblo argentino no debe permitir ser engañado por quienes quieren imponer un sólo camino para crecer, un único modo de producir, una sola manera de distribuir los bienes.

Pensar desde la periferia, desde el extremo occidente sur y no desde el centro del poder mundial, es pensarnos civilizatoriamente para construir ese futuro.