El Plan que no puede esperar
|ESPECIAL (por Adán Humberto Bahl).- En los últimos días, se publicó una estimación de la pobreza en nuestro país después de 3 años sin cifras oficiales. Un tercio de la población no consigue la canasta básica con sus ingresos. Este es un hecho sobre el que necesitamos actuar con urgencia.
Hace un tiempo, por diversos motivos, se dejó de publicar la estimación de pobreza en los distintos puntos del país. Se proponía mejorar la medición, incorporar elementos que brinden un panorama más claro de una situación que se ve atravesada por múltiples dimensiones. Esto no llegó y estuvimos a ciegas un tiempo. Pero eso no significa que no hayamos estado atentos a la situación que vivimos en el país y en la provincia. La pobreza es un problema de larga data, sobre todo en nuestra región del mundo.
Más allá de los datos, sabemos que cuando cae el empleo, cuando caen los salarios, cuando aumentan los precios, cuando retrocede el presupuesto para educación o salud pública, la pobreza aumenta. No hacen falta muchos cálculos para darse cuenta.
Los últimos años han sido difíciles para nuestro país, con una actividad económica estancada, y sin el impulso que significa la creación de empleo como sucedía antes. No es la primera vez que la Argentina atraviesa un período en el cual una porción importante de nuestra gente ve alejarse las posibilidades de vivir una vida digna. Pero el dato realmente grave que surge de lo que se presentó la semana pasada es que casi la mitad de los niños que viven en nuestro país es pobre. El 47,4% de los niños argentinos vive en la pobreza y el 9,4% en la indigencia. Esto tiene que ser razón suficiente para que todos nos detengamos a pensar si el rumbo que hemos tomado nos lleva a un destino que le garantice calidad de vida a los niños argentinos. Si nos importa el futuro, este es el problema prioritario a resolver.
La historia de nuestro país y de toda América Latina nos enseñó que la pobreza no se reduce sola, que no se sale de ella por arte de magia. Es un proceso complejo en el que todos tenemos algo para aportar, el Estado, las empresas, las comunidades. Quienes venimos trabajando en el gobierno en los últimos años hemos vivido avances y retrocesos, hemos sentido la alegría de ver familias enteras recuperando la esperanza por el solo hecho de tener a sus chicos de nuevo en la escuela. También nos hemos enfrentado a obstáculos difíciles de sortear. Hemos trabajado con políticas para generar empleo y mejorar su calidad. Hemos apostado a salarios dignos, y sobre todo, hemos vivido un período de inclusión social extendiendo beneficios para que aquellos más postergados pudieran volver a la escuela –niños, jóvenes y adultos-. Para que terminaran sus estudios, se formaran en un oficio.
Hoy más que nunca es necesario ampliar la Asignación Universal por Hijo (AUH), la asignación por embarazo y, sobre todo, actualizar su valor. Este año asistimos a niveles de inflación que han hecho retroceder el poder adquisitivo de todos los trabajadores. Para estas familias pobres, ese 10 por ciento de su ingreso que se perdió con la inflación no es un número más o menos chico: es la posibilidad de cenar, de comer algo nutritivo. Hay que trabajar alternativas y políticas que integren. Tenemos que revertir esta tendencia de infantilización de la pobreza. No sirve hablar de modernización, ni de inversiones o deudas si no tenemos un plan para revertir esta situación.
Entiendo que la pobreza es el resultado de un proceso y no algo que crece de un día para el otro. Pero es importante señalar que, aun cuando no teníamos datos para comparar cómo empezó el 2016, no caben dudas que la inflación, la caída de la construcción, de la industria, el menor consumo y el estancamiento económico han empeorado la situación.
¿Qué vamos a hacer para que los chicos no sean quienes paguen los costos de esta situación? Es aquí en donde tenemos un problema urgente y prioritario. La pobreza atrapa a las personas en un círculo del cual es muy difícil salir; es una desigualdad del presente que supone desigualdades para el futuro.
No hay margen para esperar, no deben ser los niños los que esperen para comer.
El gobierno provincial tiene el compromiso de trabajar todos los días para aliviar y mejorar la situación y las oportunidades de nuestra población vulnerable. Pero no podemos solos, el desafío es enorme y la necesidad excede por mucho a Entre Ríos. Toda la sociedad debe exigirlo. Erradicar la pobreza no puede ser una consigna, ni un slogan: debe ser un plan inquebrantable, sensato y responsable de gobierno para la Argentina.
(*Contador. Vicegobernador de Entre Ríos).-