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“El odio que acecha en Brasil”

ESPECIAL (por Jorge Busti).- “A veces hay que preguntárselo: ¿Qué es el odio? Del latín odium, es un sentimiento de antipatía, aversión o repulsión hacia algo o alguien cuyo mal se desea”, comienza el editorial escrito por el exgobernador Jorge Pedro Busti, en referencia a las sarcásticas bromas de las que fue víctima el expresidente de Brasil Lula Da Silva tras la muerte de su pequeño nieto.

 

Una aguda columna de Juan Arias en “El País” de España titulada <La muerte del nieto de Lula desata los monstruos del odio> dice: “Quienes se alegran, ven en la muerte de Arthur, de siete años, un castigo de Dios al expresidente. Un comportamiento que solo revela hasta qué punto pueden llegar la ceguera y la insensibilidad humana”.

 

Eduardo Bolsonaro, senador e hijo del actual presidente -pese a que luego trató de matizarlo-, movido por el odio, se burló e ironizó sobre la terrible pérdida que sufrió Lula. Del mismo modo, los sarcasmos y bromas estuvieron a la orden del día en las redes sociales, sin contemplaciones ni el mínimo sentimiento de piedad humana por el adversario político transformado en enemigo.

 

En “Página/12”, Eric Nepomuceno, escritor y periodista que fue crítico de algunos aspectos de las gestiones del PT, relató la monstruosidad que también fue el velatorio del pequeño Arthur: “Lula es Lula: se quedó dos horas. Lloró varias veces. El despliegue de seguridad fue otra aberración: uno de los policías federales que lo escoltó usaba chaleco antibalas, gafas de sol, ostentaba un fusil y en el pecho exhibía un escudo de la SWAT de Miami, Florida. Docenas de policías militares cercaron la capilla en que velaban el cuerpo del niño Arthur y al menos diez entraron en el recinto, en una grotesca falta de respeto a la familia. Más que un circo absurdo, una muestra clara del pavor que Lula sigue despertando entre los abyectos de este país podrido”.

 

Frente a este calvario, Lula aún se sostiene como un hombre con una entereza propia de otro mundo. El mismo Lula que gobernó ocho años Brasil respetando a todos los pensamientos y a las instituciones republicanas, garantizando la libertad de prensa e incluyendo a millones de brasileños en la educación, el trabajo y el consumo, dándole dignidad a sus compatriotas que estaban “fuera del sistema”.

 

Por supuesto que su gobierno, y sobre todo el de Dilma Rousseff, tuvieron errores. La corrupción de muchos funcionarios del PT y la falta de autocrítica sobre la misma también fue un caldo de cultivo para el terrible presente que está atravesando Brasil.  Pero no olvidemos la injusticia de la prisión a Lula, sentenciado por meros indicios, y como dice Nepomuceno: “Ha sido condenado en un juicio totalmente manipulado por un juez de provincia llamado Sergio Moro, transformado por los grandes medios hegemónicos de comunicación en una especie de paladín de la justicia. Un sujeto cuya integridad moral tiene la consistencia de las alas de un mosquito transmisor de rabia. Arbitrario hasta mucho más allá de los límites de la decencia, ese juez ocupa ahora el ministerio de Justicia y Seguridad Pública del gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro. Ha sido el premio por meter a Lula preso, en una sentencia absurda -’acto indeterminado’ dice literalmente, para luego aclarar que está basada en ‘convicciones’, o sea sin prueba alguna- e impedirlo de disputar y ganar las elecciones presidenciales del año pasado”.

 

¡Pobre Lula y pobre América Latina si ésta es la opción de gobierno que se impondrá en nuestro continente! Lo principal es la dignidad del ser humano; lo accesorio son nuestras rencillas internas de baja estofa, decía con sabiduría Juan Perón.

 

En este momento histórico que estamos transitando, hay que tener cuidado con que las diferencias internas nos hagan olvidar que acecha la ponzoña y el odio a lo popular. Brasil es un espejo en el cual observarse: es necesario reflexionar y anteponer lo esencial a lo secundario, la unidad en la diversidad de pensamientos es una consigna imprescindible.