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El básquet argentino llora la muerte de Alejo Sonich

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Incisivo, punzante, propenso a los debates acalorados no exentos de raciocinio, conocimiento, sabiduría. Uno de esos periodistas que atrapan por sus convicciones férreas, firmes. Ese era Alejandro Sonich quien nos deja por esta maldita pandemia. Su deceso provoca un vacío que duele, no solo a su familia, sino a quienes sabíamos valorar cada charla mantenida.

Hacía muchos años que no charlábamos frente a frente. La última vez fue un café en Paraná, acompañando a su querido Ferro en uno de sus cientos y cientos de viajes a lo largo y ancho de la república basquetbolera argentina.

Esa tarde, obviamente, el diálogo fue riquísimo en matices, propio de dos cabrones testarudos que, a su estilo, defienden sus posiciones y concluyen coincidiendo más allá de puntos de vista o visiones subjetivas.

Alejo era de esos tipos poco afectos a complacer con su discurso. Más bien era controversial, confrontativo, pero jamás por ello faltaba el respeto o incurría en la descortesía producto de esa soberbia que a tantos embriaga, en especial cuando llegan a ocupar puestos de privilegio en la escena periodística nacional.

Transmitía su erudición con sencillez e irradiaba sus convencimientos con ardor, sin vacilar a la hora de alzar la voz para acentuar una idea. Sin embargo, insisto, nunca transgredía los límites del respeto incólume por el razonamiento del otro.

Uno de sus puntos “débiles” era Ferro. Por ahí se ponía muy tenaz y costaba consensuar criterios, sobre la actualidad y/o realidad “Verdolaga”, aunque solía aceptar la visión argumentada de manera consistente.

Su solidaridad, su siempre estar listo para dar una mano, lo caracterizaban de modo esencial. Y otro valor más encomiable: su capacidad para ejercer la docencia con la dosis imprescindible de sabiduría y la humildad que solo los grandes reflejan.

El basquetbol argentino sufre su muerte. Que Dios le conceda eterna paz y brille incandescente su luz desde el Cielo, donde seguro ya está con su entrañable amigo Drazen Petrovic.

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