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Controles en Playa Grande: prohíben bajar a la arena con alcohol y parlantes y volvieron el mate y el sonido del mar

Se escuchan las olas al romper en la orilla. También el murmullo de una conversación a un par de metros. Mate y termo vuelven a lucirse cuando parecían en retirada. Cerveza, fernet y vodka están proscriptos y brillan por su ausencia. Al menos desde que el arrancó el operativo de concientización y prevención que este viernes se puso en marcha oficialmente.

 

Unas 70 personas de la Inspección General del municipio, Policía de la Provincia, Infantería, Tránsito y Defensa Civil se plegaron en los cinco accesos públicos de Playa Grande para evitar el ingreso de bebidas alcohólicas y de parlantes. “Buscamos colaboración y concientización en la sociedad. No se trata de prohibir sino de disuadir”, apunta Darío Oroquieta, secretario de Seguridad del partido de General Pueyrredón.

 

Playa Grande, epicentro del control, no parece la Playa Grande del famoso descontrol de hace 48 horas, donde el libre albedrío estaba a la orden del día. Las 17 del viernes, hora pico del boliche a cielo abierto como era este balneario para los jóvenes de entre 18 y 25 años, muestra un escenario muy distinto, con gente pero no la multitud habitual, quizás más parecido a las tranquilas playas del sur, con mayor presencia de familias.

 

“No es control, es prevención. Pretendemos que todos los habitantes de la playa la pasen bien, y terminar con los disturbios y la molestia a terceros. Hemos recibido quejas de lugareños y de muchas familias, expulsados por un ambiente molesto rodeado de música de alto impacto y alcohol”, explica Oroquieta.

 

Clarín está apostado en uno de los puestos de control, junto al complejo de bares y boliches La Normandina, donde se realiza el ingreso más numeroso. El malón va llegando y buena parte se sorprende del operativo, intentando alguna maniobra para esconder latitas, botellas o, en última instancia, vertiendo fernet en una botella de Coca, o vino blanco en una de Sprite.

 

“No es control, es prevención. Pretendemos que todos los habitantes de la playa la pasen bien, y terminar con los disturbios y la molestia a terceros”, sostiene Darío Oroquieta, Secretario de Seguridad del partido de General Pueyrredón.

 

Personal de Inspección General, con diplomacia, aplica buenos modales para buscar “cierta onda” para pedir abrir una heladerita, bolso o mochila. En la mayoría de los casos es correspondida, a veces hasta bienvenida la iniciativa -sobre todo de los de 30 en adelante-, aunque una importante porción de jóvenes decide no entrar, se aleja unos metros, escudriñando el movimiento.

 

“No sabemos qué hacer, tenemos tengo vodka, fernet y cerveza en las mochilas, queremos entrar, no sé, estamos viendo si los metemos como sea o nos vamos a otra playa”, revela Marina (22), de Capital, con el ánimo por el suelo. “Tenemos ganas de tomar alcohol en la playa, hace una semana que venimos siempre acá y nunca tuvos problemas con nadie”, acota Ayelén (23), del mismo grupo de cinco amigas de Córdoba.

 

Estacionamiento de heladeritas. Muchos jóvenes retrocedieron ante los “imprevistos controles”, y analizan los pasos a seguir. “O nos vamos o entramos de alguna manera”, dicen.

 

Valeria (20) de Capital, junto a otros cinco porteños, cargan dos enormes heladeritas. Permiten espiar a este cronista y el arsenal etílico sorprendería hasta al mismo Trump. “No se los vamos a dar, tampoco los queremos dejar en el baúl”, dice oteando otras entradas a la playa. “Si lo que quieren es que nos vayamos a otra playa, lo van a lograr y va a quedar todo esto vacío, acordate lo que te dijo”, tira a modo de ultimátum.

 

Parece el ingreso a un estadio de fútbol, donde la fila de gente, que avanza en forma ágil, va in crescendo. Los inspectores y demás personal solicitan chequear, pero no es obligatorio acceder a la requisitoria. “Apelamos a la buena voluntad de la persona, pidiendo de buena manera, pero si nos niegan, no podemos hacer nada”, hace saber Carlos Paiva, uno de los integrantes del control. “Pueden decirnos que tienen una cerveza y no ingieren, o que traen un parlante y no lo encienden… Aunque suene ridículo puede ocurrir”.

 

Daniel de Capital protagoniza un cortocircuito con personal policial y se niega a que revisen su heladerita. Ingresa, se queda diez minutos en la playa y vuelve a la zona de control. “Mirá, ves, no tenía nada. Quise probar el control y demostrar que no funciona una medida tan extrema. Yo puedo tener una botella o un faso y una vez adentro nadie me controla”.

 

Indignado por “los extremos, por la falta de grises”, Daniel le dice a este medio que “no se puede de un día para el otro pasar de la total libertad a la prohibición absoluta. Tiene que haber algo intermedio. Yo me mato laburando todo el año y me quiero tomar una cervecita en la playa. ¿Qué tiene de malo?”.

 

Extremo, falta de grises, dice el turista, algo que Oroquieta le cuenta a los colegas de Clarín que así será. “No, no se trata de tolerancia cero, sino de encontrar un equilibrio, que sea una medida gradual y también apelamos al sentido común. Lo que estaba sucediendo no podía seguir, era una desmadre, pero una cervecita se podría conversar”. En el retén, uno de los supervisores es explícito. “Nada, ni una lata de cerveza. No se puede ingresar con alcohol a la playa”.

 

El Municipio de General Pueyrredón decidió reivindicar “su” ordenanza 15743, que claramente afirma que se prohíbe la venta y el consumo de cualquier bebida alcohólica en un lugar público. Lo mismo que la 14050 que prohíbe toda “trascendencia de música”, por eso los parlantes rebotan tanto o más que el alcohol.

 

Con más perspectiva. Desde arriba, a la altura de la calle que lleva al balneario, los “portadores de bebidas” semblantean el paisaje.

 

¿Qué sucedería si alguien ingresa e ingiere alcohol en la playa? “Se le incauta inmediatamente”, afirma uno de los supervisores. “Si bien no podemos imponernos en revisar el contenido de sus bolsos y heladeritas, sí tenemos la facultad de secuestrar las bebidas alcohólicas que se ingieran. Porque su estamos realizando estos controles y hay uno o dos que están bebiendo, lo tomamos como una provocación”.

 

“Provocación” es lo que le dice un integrante de Infantería a un grupito mixto que está tomando fernet casi en la cara de las autoridades, pero fuera del área de control. La situación se pone áspera, surge un ida y vuelta entre una posición y otra. Llega más personal policial, que cumple con alejar a los bebedores. No pasó a mayores. Otros, testigos de la escena, se corren pero no se dan por vencidos. Esperan vaya a saber qué…

 

“Buscamos un cambio cultural y terminar con que el disfrute de unos invada la tranquilidad de otros. Por eso es necesario poner un límite a través del orden. ¿El objetivo? Que el alcohol no sea la opción para pasarla bien, porque se podría poner en peligro la vida de los demás si después de beber toda una tarde alguien conduce un auto”, ahonda Oroquieta, que cuenta que se han reunido con empresas gastronómicas que rodean a Playa Grande “para pedir colaboración y no incentivar el consumo de alcohol”.

 

Resta saber por cuánto tiempo más seguirán con estas medidas. Si se trata de una actitud mediática o si resulta una iniciativa convincente que abarcará a otras playas. Y, también, esperar alguna reacción de los “damnificados”, quienes todavía -pasadas las 18.30- “estudian” desde una calle superior que desemboca en el balneario cómo encontrar algún huequito virgen para infiltrarse.