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Consagran la basílica de la Inmaculada Concepción

En una celebración eucarística que se llevará a cabo esta noche a las 20, el obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, consagrará la basílica de la Inmaculada Concepción, el templo que dio nombre a la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay. La celebración coincide con la memoria litúrgica de María Mediadora de toda gracia. En el transcurso de la misa se entronizarán las reliquias de los mártires San Carlos Lwuanga y San Bonifacio, y las del beato Brochero.

 

El templo será consagrado luego de las obras de puesta en valor que comenzaron en diciembre de 2010 y que incluyeron numerosos arreglos interiores y exteriores. La iglesia fue reabierta en junio de 2013, quedando pendiente la finalización de algunos frescos artísticos.

 

Durante los cuatro años de puesta en valor, se cambiaron las cubiertas de chapa a dos aguas, canaletas y bajadas Pluviales; se repararon e impermeabilizaron las losas abovedadas de las naves laterales y planas; se sellaron fisuras, se repusieron azulejos y se removieron todos los elementos desgastados.

 

También se repararon y ajustaron los bancos y confesionarios, se lijaron y pintaron con barniz; recibió masillado y pintado de lunetas. También se hizo un hidrolavado y se repararon y revocaron muros del interior y del exterior.

 

La historia del templo

 

El licenciado Adrián Bertolyotti, de la Consejería del Patrimonio y Archivo, explicó que la parroquia de la Inmaculada Concepción fue erigida a fines de la década de 1780 sobre la costa del río Uruguay, fruto de la iniciativa de un grupo de pobladores encabezados por León Almirón, escuchados por el obispo Sebastián Malvar y Pinto y el virrey Juan José de Vértiz.

 

Por entonces fue un humilde edificio de paja y terrón. La primera capilla donde hombres y mujeres rogaban por sus cosechas, por sus animales, por sus familias y en donde el fraile Pedro de Goytía celebró las primeras misas en estos pagos. Fue reemplazada en los últimos años del siglo XVIII.

 

Algunos documentos de la época hablan de una iglesia más sólida en su estructura y más rica en su decoración. Erigido en el solar que Rocamora le reservara, se levanta una “capilla de ocho tirantes, sus paredes de ladrillo y techo de paja con cuatro juntas incluidas la mayor (…) dos campanas que están colocadas en campanario figurado con cuatro pilares sin labrar, con una cruz de fierro labrada como de dos varas de largo colocado en dicho campanario”.

 

En este lugar recibieron las aguas bautismales los mayores próceres entrerrianos: Francisco Ramírez y Justo José de Urquiza. Aquí también rezó misas el obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega. La Noche de Ánimas del 2 de noviembre de 1849, este templo fue consumido por las llamas. Por diez años la vida sacramental se trasladó al Colegio del Uruguay.

 

En 1854, el primer sacerdote nacido en esta ciudad, don Gregorio Céspedes y Calvento, solicitó al general Urquiza ayuda para levantar una nueva iglesia. El presidente de la Confederación Argentina respondió con beneplácito a la solicitud, pero la muerte imprevista del sacerdote detuvo el proyecto.

 

Con el presbítero Domingo Ereño, hacia 1856, tomó nuevo impulso. En febrero de 1857, se aprobaron los planos y presupuestos presentados por el arquitecto Pedro Fossati.

 

El 27 de abril de 1857 comenzaron los cimientos y para el 27 de mayo se habían levantado, casi todos, al nivel del piso de la iglesia. Los trabajos se efectuaron con rapidez. En octubre las paredes principales llegaban a los diez metros. El 6 de junio de l858 se verá flamear la bandera nacional sobre la cúpula ya terminada.

 

Urquiza hizo construir de su peculio el altar mayor dedicado a sus padres, Josef Urquiza y Cándida García. En ambos extremos del crucero, a la derecha otro en memoria de Cipriano José de Urquiza García y a la izquierda un tercer altar en recuerdo de Juan José de Urquiza y García. Ambos, hermanos del general entrerriano, fallecidos en 1844 y 1855 respectivamente.

 

En la mañana del 25 de marzo de 1859, las puertas del nuevo templo de la Inmaculada Concepción se abren por primera vez a los fieles de Concepción del Uruguay. Ante la presencia de Urquiza y su familia, ministros de Estado, funcionarios judiciales y del vicario apostólico paranaense, Miguel Vidal; el delegado papal, monseñor Marini, bendijo el edificio.

 

En las últimas décadas del siglo XIX, por iniciativa de Dolores Costa de Urquiza, se agrega in memoriam de su esposo asesinado, el conjunto de pinturas de la Sagrada Familia, Nuestra Señora de los Dolores, San José y Cristo Resucitado. Todas firmadas por Reynaldo Guidicce, artista que habría transitado en su juventud el taller montevideano de Juan Manuel Blanes.

 

A fin del siglo XIX, el guardado neoclasicismo que invadía el diseño original se perdió en una policromía de retablos plagados de imágenes, crucifijos, candelabros, jarrones, según puede leerse en los distintos inventarios y placas recordatorias. Entre 1901 y 1902, el pincel de Italo Puccioli, desplegará toda su imaginación para dar vida a una profusa decoración que dominó la cúpula, ábsides, techos, columnas y todo espacio interior disponible.

 

Entre 1920 y 1930 se agregó el frontispicio superior y las torres de los campanarios, cambiando definitivamente la fisonomía arquitectónica del templo. Hacia la mitad del siglo XX, la humedad invade el edificio y con ella se destruyen las pinturas decorativas. Cerca de 1960, la decoración interior desapareció definitivamente y con ella también todos los altares.

 

A fines del siglo XX, la basílica de la Inmaculada Concepción recuperó gran parte de su fisonomía interior original, aunque ya no existían algunos elementos que le otorgaban belleza y magnificencia. Igualmente el templo, sigue siendo un testigo vivo del crecimiento de la ciudad, y del desarrollo de una población que ocupa un lugar importante en la historia de la Nación.