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Cambiemos y/o el Macrismo gobiernan por TV

Los principales dirigentes de Cambiemos, muy especialmente María Eugenia Vidal, recorren las pantallas de televisión y atraviesan el aire de las radios, para aleccionarnos sobre lo que nos pasa. Rechazan las críticas hacia una gestión que no tiene mucho logro terrenal para mostrar. Cualquier crítica, es partidaria. Y opositora.

 

El macrismo tiene una marca registrada. Se le conoce, como a ninguna otra oferta electoral, al “ideólogo” de su campaña. Durán Barba, el estratega mediático de Cambiemos, es más famoso entre los argentinos que la mayor parte del gabinete nacional. No es casual que su popularidad gane adeptos cuando la comunicación se transforma en el escudo protector ante la falta de resultados de una gestión que cada día aleja más al Gobierno, de sus propias promesas.

 

Se pueden justificar algunas penurias económicas alegando causas exógenas, y este Gobierno ha hecho uso y abuso de esa estrategia. No se puede, sin embargo, ocultar la evidente estafa electoral que surge de contrastar las promesas electorales selladas en el debate presidencial, con sus propios actos de gobierno.

 

El rol protagónico del ecuatoriano en el equipo de gestión de Macri se riega por todo el espacio. Le gusta al oficialista contar su particular versión de la realidad cada vez más alejada de la percepción social. Los principales dirigentes de Cambiemos, entre ellos María Eugenia Vidal, recorren las pantallas de televisión y atraviesan el aire de las radios, para aleccionarnos sobre lo que nos pasa.

Con tono firme e impronta catedrática, rechazan las críticas hacia una gestión que no tiene mucho logro terrenal para mostrar, encasillándolas en el campo de la natural confrontación política. Cualquier crítica, es partidaria. Y opositora. Es la negación misma de la existencia de problemas. Si cualquier queja está teñida de kirchnerista, entonces deja de ser un reclamo genuino y se transforma, muchas veces, en una embestida desestabilizante.

 

Cambiemos supo sembrar en la sociedad, gracias a una escandalosa maquinaria mediática dispuesta a complacerlo, que el ‘relato’ siempre es ajeno. Relato es, según el diccionario de campaña macrista, la visión de una gestión de Gobierno armada para engañar al electorado. Y aplica, naturalmente, sólo para el Gobierno anterior.

Hay que decirlo: el kirchnerismo se la hizo fácil. Permitió que ese discurso prendiera en un sector de la sociedad, entre otras cosas gracias a la equivocada utilización de las estadísticas dibujadas que hicieron durante su gestión. O ni que hablar por los actos de corrupción que hoy se investigan, algunos de ellos ya con condena.

 

Si el kirchnerismo alimentó una parte de su respaldo en el relato, como dicen los amarillos, el macrismo utiliza por estas horas la misma estrategia directamente para sobrevivir.

Sumidos en una profunda crisis económica que, para colmo, permanecerá un tiempo más, en Cambiemos se aferran al discurso como su único aliado. Se abrazan a su propio relato, que –muchas veces- niega la realidad con frases de escritorio que jamás pasarían el filtro de la confrontación terrenal, como “la gente se dio cuenta que este es el camino”.

 

De ahí que Durán Barba sea uno de los principales referentes del equipo de gestión del oficialismo. Una rareza: en el país del relato kirchnerista, el único frente que tiene ‘ideólogo’ de discursos famoso, es el macrismo.

Ejemplifiquemos… La pasada semana Vidal se mostró más en los estudios de televisión que en su propio despacho. Había que “contar”, lo que no se ve. Incluso desvirtuando la realidad al denunciar que el promedio del sueldo de los docentes de la Provincia es de $33 mil, cuando, en realidad, la media del salario en las escuelas públicas apenas si araña la mitad.

¿Hay algo más parecido a un “relato” que decir que los docentes ganan, en realidad, el doble de lo que efectivamente cobran? Pareciera que no.

 

La Provincia de Buenos Aires tiene que afrontar un año complicado. La Rosada transfirió sobre sus espaldas el peso de la mayor parte del ajuste sin más respaldo financiero que la promesa de revisar, vaya uno a saber cuándo, el impacto de la devaluación sobre el principal logro que tenía para mostrar Vidal: haber recuperado parte del Fondo del Conurbano que ninguna gestión –peronista- anterior había siquiera forzado a negociar.

En medio el debate, la gobernadora salió, otra vez, a afianzar un relato según el cual la culpa del ajuste que les espera a los bonaerenses, recae sobre sus pares peronistas de otros distritos. Un argumento forzado para deslindar al presidente de la responsabilidad única que le cabe a quien diagrama los gastos, proyecta las transferencias y negocia los acuerdos. Fue, junto al del sueldo de los docentes, otra versión más del relato oficialista que se regó en la semana.

 

¿Puede una gobernadora que dice que defenderá sus recursos, enojarse porque sus pares hacen lo propio con los de sus distritos? No

Pero hay que buscar la forma de construir un relato según el cual, en realidad, Macri no es el culpable del criminal ajuste que transfirió a la Provincia de Buenos Aires y a tantas provincias más.

 

¿Puede una dirigente política que ha consagrado la pérdida del poder adquisitivo en la paritaria de su propia gestión –los empleados públicos de la Provincia perdieron todos por goleada contra la inflación- aleccionar a los pilotos, que “con lo que cobran” no están en condiciones de ejecutar ninguna medida de fuerza?

Por lo pronto, lo hizo. Una pieza más de oratoria que suele caer bien en un sector de la clase media, perezosa para analizar los dichos de algunos dirigentes políticos.

 

El relato oficialista empezó esta semana a frecuentar los grandes medios masivos de comunicación. Son los que suelen seducirlos a caballo de dos de sus grandes virtudes: el poderoso poder de penetración sobredimensionado por la maquinaria de reproducción que garantizan, y la evidente predisposición a no confrontarlos que despliegan, sumisos, las figuritas que ofician de anfitrión.

Al fin y al cabo, el relato no es más que la manifestación pública de una ilusión. Es hora de que Cambiemos asuma que a su gestión le cuesta más “mostrarla”, que “decirla” por televisión donde se mueve como pez en el agua gracias a la complacencia de una prensa obsecuente, sumisa, sometida por intereses asquerosos.