Basta de verso: estamos bien, podemos estar mucho mejor
|ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Sin dudas que las gestiones presidenciales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner permitieron revertir aquella sensación de desazón, de frustración, de fracaso, que sentíamos los ciudadanos y las ciudadanas de éste bendito país, mediante una construcción política, social y económica diferente. No obstante, consideramos imprescindible que ya es tiempo de leer y escuchar otro tipo de discursos, desde el oficialismo -en especial segundas líneas- y especialmente desde la oposición que pareció quedarse sin ideas y solo parece saber difamar.
Es harto elocuente que Argentina comenzó a recuperar el equilibrio social y esencialmente institucional rescatando el orden en lo inherente al rol constitucional que asigna precisamente nuestra Carta Magna, sin desterrar la memoria histórica de dónde viene cada uno, qué hizo cada uno y qué representó cada uno.
Salvo un necio puede negar, que la economía argentina marca una tendencia de saludable crecimiento. Sin embargo, para consolidar con cimientos firmes esa reedificación del modelo de sociedad en la que queremos vivir se debería apelar desde el poder político a una acérrima autocrítica en pos de verificar qué se hizo mal, cuál es el débito inocultable y qué no se hizo para corregir toda tendencia contraria a los propósitos delineados; comprendiendo que se vota a los candidatos para que trabajen por todos, no para sus compañeros, correligionarios o camaradas, y fundamentalmente no se los vota para que se peleen entre ellos.
Deberían interpelarse cada uno de los políticos, más allá de los lugares que ocupen, haciéndose cargo de lo que les corresponde en la construcción de una sociedad más equitativa, mejorando la calidad de vida de la gente, apostando a un modelo que, reconozca y consensúe a la familia, la educación, la salud, el trabajo en blanco y desarrollado en un marco de dignidad, la producción (leáse la sinergia campo-industria), la Justicia, la seguridad y la buena memoria con nuestros jubilados, como fuerzas motrices para permitir que millones de argentinos vuelvan a recuperar las esperanzas y las ilusiones de que una vida mejor es posible.
Somos concientes que lleva tiempo, esfuerzo, perseverar en los objetivos. De hecho que somos miembros de una generación que creyó en ideales y en convicciones y que ni aún, ante el fracaso y la muerte perdimos las ilusiones y las fuerzas para propender a un profundo cambio.
Del mismo modo, como interpretamos que se deben cambiar las cosas que se han hecho mal o hacer las que no se han podido hacer, es injusto el no reconocer las que se hicieron bien. Este tipo de discusión, este tipo de debate es el que nos debemos todos los argentinos.
Y si bien consideramos que cambiar el actual modelo implicaría volver a “consumir” una política pendular no podemos obviar que con grandes objetivos, grandes discursos y grandes ideales hemos llegado a grandes fracasos.
Francamente, el 90 % de los políticos nos genera hoy dudas, desconfianza. Específicamente algunos ministros, legisladores, directores, secretarios que pregonan manifiestos tal cual evidente bajada de línea, y desde facciones de la oposición que en ocasiones apelan a mensajes apocalípticos, a la victimización, o a la diatriba para procurar convencer.
Es que hablan -como varios vendedores de distintos productos lo hacen-, mediante alocuciones o peroratas monótonas las cuales sorprendentemente convencen, y paradójicamente a la hora de firmar papeles transforman los “beneficios” de los adquirentes en deberes, obligaciones y responsabilidades híper estrictas, como hasta la resignación de derechos inalienables.
La dirigencia política debería estar alarmada por la escasa capacidad, de algunos funcionarios como de tantos opositores quienes deberían esbozar una oratoria más depurada, más inteligente, con mensajes creíbles.
Por eso, en definitiva, esperamos de aquí en más escuchar y/o leer discursos sinceros, que con sus palabras transmitan garantías y no retóricas de campaña tradicionales, en algunos casos, y preestablecidas en otros mediante una dialéctica que reproduce una especie de propaganda de gestión la cual, a ésta altura de la vida cívica argentina -salvo excepciones incultas o no pensantes-, nos suelen sonar a burla, a que nos están tomando el pelo.
Hoy tenemos la posibilidad de tener un país diferente. No perdamos la oportunidad, hoy que pudimos superar tantas contradicciones falsas y ridículas antinomias que nos quisieron imponer, sabemos cómo es la historia, aún los que la nieguen, aún los que no la reconozcan en público, aún los que nos puedan intentar engañar, aún los que nos mientan, sabemos cuál es el camino.
En todo caso, en las próximas elecciones se discutirá y la ciudadanía decidirá quién es la persona que más aptitudes tiene para seguir adelante construyendo un país diferente, pero terminen con tanto verso y dejen decidir a la gente que es más fácil, que es más democrático y que permite además saldar todo tipo de diferencias sellándose un gran acuerdo con nuestra propia historia.