Argentina: el País del nunca pasó…
|ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Más dueña que nunca de sus silencios, Cristina Kirchner retornó a la escena pública con un acto donde lo más obvio fue hacer de cuenta que en este país no pasó absolutamente nada en los últimos dos meses.
La presidenta anunció un nuevo programa para jóvenes, se refirió mordazmente a las caricaturas con las que cree que se la estigmatiza, parlamentó acerca de las polémicas estampillas de “la Década Ganada”, hizo una defensa acérrima en cuanto a los sólidos e “intocables” fondos de la ANSeS, y banalizó incongruentemente la tragedia de los desaparecidos relacionándola con su propia ausencia.
Indudablemente, habló muchísimo de sí misma, pero no emitió ni una palabra suya para los miles que sienten que su salario se volatiliza de las manos, para los que sufren a diario los costos de un modelo que en los últimos dos meses deshizo los ingresos de una manera atroz, de quienes sufrieron y aun sufren los cortes de luz.
Nuestra presidenta volvió a olvidarse de una palabra clave: sufrimiento. No hubo la más mínima empatía con la gente que la viene pasando mal en estos días, víctima de la incapacidad de un Estado Nacional ineficiente y dadivoso.
Fue inevitable el deja vú con aquel nefasto acto por el Día de la Democracia, cuando bailaba mientras los saqueos -pergeñados o no por una sediciosa minoría turbulenta- devastaban a buena parte de la geografía del país.
Mientras el Pueblo reclama soluciones para problemas específicos, la presidenta mostró -con una acritud execrable- los límites de su Gobierno: a falta de nobles gestos y de sólido acompañamiento, solo ofrece plata, esta vez en forma de planes sociales para estudiantes.
Con sarcasmo, con ese histrionismo repudiable que no oculta, solicitó que “nadie critique la Cadena Nacional”, como si la iniquidad con la cual ocupó esa herramienta en su segundo mandato no fuera similar a la anormal ausencia categórica de la escena pública a la cual optó en los últimos tiempos, en medio de la inclemente ola de calor, colapso energético, disparada del dólar paralelo, devaluación del peso, descontrol de precios, fuga de reservas, internas harto elocuentes del Gobierno, escándalos con funcionarios, y contradictorios (nefastos) anuncios y contraanuncios de un jefe de Gabinete que parece no saber nada de retórica y/o discursiva.
Nada de ello interrumpió el silencio ni la etérea imagen presidencial.
Cristina solo retornó a la pantalla con un anuncio dirigido a la franja social de los “ni-ni”, que tras la “década ganada”, según reconoció la propia Presidenta, trepó a más de un millón y medio de jóvenes sufriendo una coyuntura antes negada por ella misma y vociferada por sus periodistas chupa medias como rentados por millonarios acuerdos espurios (¿dónde irán a parar cuando termine todo esto? … Terminarán peor que Gómez Fuentes y otros de la Dictadura nos imaginamos…).
Pero amén de ello, dichos tristemente célebres 600 pesos no alcanzan para hacer progresar a nadie, y en breve lapso, esos chicos comenzarán las clases con una inflación que habrá evaporado esa suma para valer mucho menos que tras el grandilocuente anuncio.
Una noticia, sin hesitar grata, pero de disfrute fugaz para los beneficiados, en medio de una crisis que muestra un equipo de funcionarios enredados en fracasos, marchas y contramarchas, anuncios fallidos y un terco relato oficial pulverizado por la intransigente realidad.
La presidenta dedicó pocos minutos a su anuncio, y optó por mostrarse cáustica, castigando a los medios de comunicación no obsecuentes y mucho menos obedientes.
Lanzó datos inexactos y, como ya es un hábito recibió la adoración de militantes NO GRATUITOS, y pocos de ellos REALMENTE FIELES o DEVOTOS, algo que puede verificarse con el resultado de los últimos comicios.
De la inflación/devaluación era obvio que no iba a hablar. No hacía falta tampoco para un Gobierno, más ansioso y agitado por inventar una realidad paralela y acusar a los medios por no creérsela.
Tampoco iba a hablar de otras insólitas medidas anunciadas o, sin ir más lejos de lo que se anunciaría pocas horas más tarde. Para ella, nuestra inmutable presidenta, nada pareciera haber cambiado.
Cristina ratificó que Argentina es un país con una severa crisis económica en ciernes, de compleja solución, acompañada por la ausencia de liderazgo y capacidad de gestión, suplida por elevadas dosis de improvisación que revelan la carencia de un plan.
Inquieta la inflación, la escalada del dólar, la caída de las reservas del Central pero más consterna es el -segundo a segundo- deterioro del poder presidencial.
No dudamos que la presidenta habla con sus ministros y da órdenes. Pero ello no es suficiente para desactivar la sensación de que, ante la gravedad de los problemas, hay un Gobierno al que no se le cae una idea.
Ante tan aciago panorama, surge insoslayablemente la pregunta: ¿Es la ausencia presidencial fruto de una prescripción médica para no exponerse a situaciones estresantes o de una prescripción política para preservar su figura de las incesantes noticias negativas?
Consideramos, lamentablemente, que ambas cosas.
Frente a los obstáculos financieros, el plan original del “Cristinismo” parecía pasar por aferrarse al poder por los próximos dos años sin hacer cambios profundos en materia económica, dejándole tierra arrasada a quien llegue a la Casa Rosada en diciembre de 2015. Pero el Gobierno debe pensar en otro plan urgente pues la bomba parece a punto de estallar y con dramática onda expansiva.
Los datos de la economía son contundentes, aunque Capitanich pretenda desviar la atención con declaraciones tan pueriles como ridículas.
¿Por qué no habla del rojo fiscal con cifras indudables comparando el ejercicio 2013 con el del 2012?
¿Por qué no habla del déficit real del Estado nacional?
¿Por qué no hace alusión con datos precisos sobre las obligaciones con organismos internacionales y la estrecha relación con las reservas netas aun existentes?
¿Por qué no se refiere a que mientras siga creciendo la emisión monetaria para paliar el elevado gasto del Estado, aumentando la base monetaria y disminuyendo las reservas, el precio del dólar informal difícilmente se detenga?
¿Por qué no admite que nos hallamos al borde de un proceso recesivo, en el que los empresarios prefieren quedarse con la mercadería antes que venderla y empieza a desaparecer el empleo?
Sí, es INCONTRASTABLE, que sectores concentrados de la economía que vivieron de la ESPECULACIÓN motorizan una operación para desestabilizar la economía nacional. Y ojo… esto no es una hipótesis conspirativa. Hay que ser muy imbécil para no percatarse de ello.
Pero la imagen de jefe de Gabinete debería transmitir más firmeza, más seguridad, más confiabilidad y Capitanich está haciendo todos los deberes para provocar que la ausencia presidencial se note con mayor elocuencia.
Sin dudas que, la comunicación difícilmente puede paliar lo que la gestión no es capaz de solucionar. Sobre todo en un gobierno donde manejar el silencio de la presidenta es más difícil que manejar el relato oficial. No obstante estamos sorprendidos, asombrados, por la falta de tacto en materia de maquillar la oratoria.
Por consiguiente, el problema central de la Argentina es que el Gobierno Nacional ha perdido toda credibilidad. Es más, se ha encargado de asustar a la gente con anuncios incongruentes que promueven pánico y corridas.
En otras palabras, no solo el contexto macro lleva a una dinámica de suba del tipo de cambio, sino que, además, el Gobierno toma medidas y hace declaraciones que espantan más a la gente.
Se quiera o no admitir desde presidencia y/o jefatura de Gabinete, el problema radica en la desconfianza palmaria al contexto institucional político del Estado Nacional.
Si bien algunas medidas propenden a tomar el rumbo correcto, en el sentido adecuado, al anunciarse deshilvanadas y de una en una, no generan el mismo efecto positivo que el que se podría lograr con un plan general anunciado con coherencia y de una sola vez.
Pareciera que los “cráneos” asesores de la Clase Política Oficial no estudiaron NADA acerca de persuasión comunicacional.
Y peor aún… Cristina, con esa tozudez abominable, esa soberbia horripilante, no quiere dar el brazo a torcer. No quiere conceder y/o convenir que es fundamental poder cambiar las expectativas de la población para que las medidas tengan éxito y para esto hace falta un plan integral, explicado en detalle, que incluya una política anti-inflacionaria explícita.