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A 50 PUNTOS CAMBIO DE ARO…

ESPECIAL, por Leopoldo Ruiz Moreno #7 (*).- En el Mundial de Básquet de 1986 Argentina vencía a los Estados Unidos concretando una hazaña inolvidable. Ese 13 de Julio nuestra selección triunfo sobre quien finalmente seria el campeón de dicho torneo. Con 3 de los integrantes de esa selección Argentina tuve el honor de compartir equipo en la Liga Nacional de Básquet: Sergio “Vasco” Aispurúa, Miguel Cortijo y el DT Flor Meléndez.

Ambos jugadores fueron protagonistas de ese Mundial. El Vasco quedo inmortalizado por las cámaras de televisión con esa puteada lanzada al aire luego de convertir los 2 libres que sentenciaron la victoria histórica sobre USA por 74 a 70 y Miguel también hizo lo suyo consagrándose como el mejor pasador de ese Mundial.

Sin embargo, el partido protagonista de la historia que quiero contarles tuvo su comienzo unos días antes, en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, España, sede del grupo D del Mundial de Básquet, donde se jugó un encuentro correspondiente a la fase de grupos. El partido en cuestión fue Argentina vs Yugoslavia; en dicho enfrentamiento la selección Yugoslava se impuso 87 a 68.

Tiempo después, este encuentro se repetiría muchas veces durante los años 1986/87 pero a más de 10.000 kilómetros de distancia del partido original, con diferentes protagonistas y diferentes reglas pero con el mismo espíritu de honrar la pasión por el básquet.

El básquet y la maldita guerra

La escuela Yugoslava de básquet era (y es) reconocida como la mejor de toda Europa, tenían absolutamente todo lo necesario para reinar en el mundo FIBA por muchos años. Sin embargo, les sucedió la peor catástrofe que le puede ocurrir a un país: una guerra civil provocada por diferencias étnicas y religiosas. Dicho conflicto dividió a Yugoslavia y privo al mundo del baloncesto de poder ver, al menos por un tiempo más, al mejor básquet de todo el planeta tierra (a excepción de la NBA, claro esta). Aun hay quienes se preguntan qué hubiese pasado en una hipotética final en Barcelona 92 entre el Dream Team Americano y el Dream Team Yugoslavo, de haber estado este último completo. Referido a esta situación hay un artículo muy interesante de Alexander Wolff de la revista Sport Illustrated en el cual titula a esta generación como: “Prisioneros de Guerra”.

El Mundial 90 disputado en Argentina marcaría la última aparición de este equipo plagado de talento, magia y mística y nosotros como organizadores fuimos testigos privilegiados. Yugoslavia corona dicho torneo con el campeonato y en medio de los festejos por el título obtenido, es que Vlade Divac realizo la desafortunada acción que marcaría un antes y un después en la vida de esta generación: arrebata de las manos y retira de la escena una bandera de Croacia que era sostenida por un argentino, hijo de croatas, en un intento de hacer una declaración de independencia, lamentablemente en el lugar y momento incorrecto.

Ese fue el principio del fin para la relación entre los jugadores serbios y croatas. Dicho suceso dio origen al famoso documental “Once brothers” (“Una vez hermanos”) que produjo ESPN y protagoniza Vlade Divac.

El Estadio de los Sueños, al menos el nuestro

– ¿Vos tenes el picaporte para abrir el estadio? – me pregunto el Yutu.
-No, le dije – debe estar guardado en el mismo lugar de siempre.
– Mejor le preguntamos al Puca.
Y allá fuimos a buscarlo a Pucara.

Permítanme ponerlos en contexto: el estadio es la cancha del Atlético Echagüe Club, que fue terminado en el año 1979 y se le coloco parquet en el año 1982, cuando se realizó el Panamericano Juvenil. Las vueltas de la vida hicieron que 32 años después yo comprara un pedazo de dicho parquet como colaboración para la compra y colocación de un nuevo piso.

Ese piso era objeto de un cuidado casi religioso por parte de los empleados del club por lo que poder jugar de forma clandestina sin autorización y sin ningún adulto responsable era casi una misión imposible. Digo esto, porque en ese tiempo nuestras edades eran de 14 y 15 años. Éramos categoría KDT Menor, hoy llamada U15.

Por mucho tiempo, poder acceder al estadio fuera de los horarios habilitados era una verdadera proeza, casi una hazaña y nos obligaba a poner en funcionamiento una logística de espionaje y tácticas dignas del servicio secreto y como todo servicio secreto teníamos un infiltrado en el grupo de empleados de mantenimiento del club, nuestro querido Pucara. El Puca termino siendo un jugador clave para nosotros. Para que se entienda bien: sin Puca no había picaporte, sin picaporte no había estadio y sin estadio no había partido.

El objeto preciado en cuestión generalmente estaba escondido en algún sector de la sala de mantenimiento donde los empleados se juntaban a charlar, tomar unos mates y repasar las actividades del día. Era también el lugar donde dejaban todas sus herramientas de trabajo y cuando no quedaba ninguno ponían candado. Este candado era nuestro primer escollo, pero como les dije antes… teníamos al Puca.

Luego era cuestión de agudizar el ingenio y buscar sin desordenar tanto, para no dejar rastros y finalmente hacernos de la “llave mágica” que abría nuestro lugar de diversión, fantasías y sueños.
Eran partidos en soledad acompañada. Solamente 10 adolescentes y la compañía de 5000 personas que incluíamos en nuestra imaginación.

La única vez que vi y sentí el estadio con tanta gente fue en el Argentino del 89 (como espectador) y el Argentino del 2002 (como jugador).

Un tributo y reconocimiento sin saberlo

Muchas veces me pregunté porque era Yugoslavia la selección que habíamos elegido para nuestros partidos memorables y no, por ejemplo, una selección más conocida como USA, Brasil o Rusia.

La verdad es que no lo sé. A mi entender fue después de ver el Mundial 86 donde Yugoslavia sale tercero perdiendo la semifinal vs Rusia en un partido que quedara grabado para siempre en mis retinas por la forma increíble en que se dio: ganaba Yugoslavia por 9 puntos a falta de un minuto, Rusia se lo empata con 3 triples consecutivos y se lo gana en suplementario; luego Rusia perdería la final a manos de Estados Unidos.

Supongo que sentimos empatía instantánea por ese grupo de jugadores, creo que inconscientemente reconocimos en ese equipo la magia, el talento y lo distinto que jugaba esa gente. Respetaban y glorificaban el juego de una forma digna de ser emulada, se divertían, vivían el juego en su estado más puro. Jugadores de la talla de Petrovic, Divac, Radja, Vrankovic, Cutura y Dalipagic cobraban vida en ese estadio y en esos partidos inolvidables representados por gurises de 14 y 15 años.

Un paréntesis para Toni

A pesar de haber mencionado a fantásticos jugadores yugoslavos, la ausencia más notoria en esos partidos era la de Toni Kukoc. ¿Por qué?, simplemente porque Toni “apareció en nuestras vidas” recién en el Mundial 90. En mi caso particular, más precisamente en forma real y palpable el día que lo vi jugar contra Puerto Rico en la Tecnológica de Santa Fe (una de las sedes del Mundial). Un viaje mágico que hice con mi hermano Leandro y mi padre en el Chevrolet Rally Sport modelo 72, del cual teníamos serias dudas que nos pudiese llevar y traer. Por suerte, “El Chivo” se portó de 10 y pudimos tener esa experiencia casi extrasensorial, “un viaje cuántico” según palabras de mi hermano.

Siguiendo con Toni, en el 87 (no fue a España 86) en el Mundial U19 disputado en Bormio, Italia, la rompió toda. Fue nombrado MVP del torneo saliendo con su selección campeones invictos (junto a Divac, Radja, Djordjevic entre otros) y es donde muchos dicen que se inició esta Generación Dorada Yugoslava. Sobre esto también hay un documental que recomiendo muchísimo llamado “250 Steps”. Esta generación es la que se suma a la de Drazen Petrovic para el Mundial 90, disputado en Argentina y mencionado en el párrafo anterior.

En fin, una lástima no haber tenido la oportunidad de conocer a Kukoc antes porque me hubiese encantado disfrazarme de Toni en esos partidos vs Argentina. El hecho de ser zurdo y jugar con el número 7 al igual que él, me hubiese llevado a pensar que éramos parecidos, jajaja!!

Volvemos al estadio: la conformación de los equipos

Fue realmente fascinante y me lleno de plenitud y gozo el comenzar a contactar a mis queridos compañeros del básquet de la infancia, a los protagonistas de aquellos memorables partidos, una tarea gratificante (y a su vez todo un viaje de emociones) ha sido localizar a los 9 jugadores restantes.

Sin la magia de la comunicación estoy seguro que esto jamás hubiese sido posible. En 48 horas los pude tener a todos en un grupo para comenzar a compartir esos momentos que rápidamente me di cuenta, ninguno había olvidado. Estamos hablando de 34 años atrás! Y debo reconocer que a algunos de ellos no los volví a ver más.

El primer punto a tratar en este grupo virtual fue determinar cómo estaban conformados los equipos. Obviamente cada uno tenía su versión, lo cual fue muy divertido de escuchar y digo escuchar literalmente, audios de 3 minutos para poder precisar si estaban en un equipo u otro. Luego de varias opciones descartadas y yo chequear con los otros relatos puedo asegurar que los equipos formaban así:

Argentina: Esteban, Ramiro, Sergio, Leandro, Sergio.
Yugoslavia: Leo, Cesar, Javier, Carlos y Pedro.

Y acá me tomo el atrevimiento de poner los “sobrenombres” tal cual yo me acuerdo. Seguramente van a diferir respecto a lo que piensa cada uno, pero sepan disculpar… son las licencias del autor.

Argentina: Tebita, Ramiro, Perax, Vaca y Guilu.
Yugoslavia: Caskito, Yutu, Schonfilain, Charly y Pepe.

Comenzado el partido, tanto los nombres propios como los sobrenombres quedaban a un lado ya que cada uno cada uno se apropiaba del jugador argentino o yugoslavo con el cual se sentía más identificado. Era algo parecido a lo que sucedió tiempo después en la película Space Jam, jaja !

En Argentina cobraban vida Camissasa, Arejula, Maggi, Cortijo, Campana, Milanesio, Montenegro, Aispurua, Oroño,Uranga, etc. y en Yugoslavia… bueno en Yugoslavia ya les conté, solo hay que repasar los nombres del Mundial 86.

La previa del enfrentamiento

Una vez terminado el ritual de vendarse, atarse las zapatillas y demás, cada equipo iba para su lado para ultimar detalles. No dejábamos nada librado al azar. Todo debía estar contemplado y consensuado previamente.

Un tema crucial era la elección de la pelota de juego, a veces teníamos la llave de utilería o Pucara nos dejaba sacar alguna del canasto de pelotas que usaban exclusivamente los de primera, eran nuevas y no estaban tan castigadas como las de las divisiones inferiores, pero la magnitud del enfrentamiento merecía la mejor pelota en cancha y acá el protagonista principal era Ramiro, a quien le habían traído hacia poco tiempo de Miami una pelota Spalding. Igual a la que se usaba en la NBA. Un pedazo de bolo tremendo, fin del debate.

El único problema era que a Ramiro le gustaba que estuviese bien inflada para poder sentirla al tirar, eso a mí me perjudicaba un poco porque no me permitía poder tomarla bien con mi mano izquierda cuando iba hacia el aro, pero seamos realistas, no cualquiera tenía el privilegio de poder jugar con semejante tipo de esférico. Ahora que lo pienso bien, era un partido muy particular, equipos del mundo FIBA enfrentándose con balón NBA.

Otra cuestión era la limpieza de la cancha, algo fundamental. Como les decía anteriormente, por lo general la cancha estaba impecable ya que los empleados la tenían siempre en perfecto estado, es por eso también que cuando no se usaba cerraban todo para que nadie la ensucie.

Las reglas

El primer equipo que llegaba a 100 puntos, ganaba. Así de fácil y sencillo. La discusión del tanteador quedaba en manos de un representante por equipo, era obligación cantar el tanteador cada vez que había una conversión. El tema del famoso: “quien saca?”, fue resuelto de una manera muy eficaz y matemática: una vez cada uno.

Una regla interesante para que fuese lo más cercano a un partido real era que el saque debajo del aro después de una conversión debía hacerse siempre detrás de la línea de fondo, no valía tomar la pelota cuando caía a través del aro y volearla como venía al otro lado. Con esta regla se evitaban los dobles tramposos o pichuleros de contraataque que tanta controversia y discusiones generaban. En síntesis: ajustarse al reglamento, ni más ni menos. Era un amistoso pero jugado a cara de perro.

Un detalle no menor era la ausencia de camisetas o pecheras para identificar a los equipos, por lo tanto había que tener bien memorizadas las camisetas de tus compañeros. Algunas veces, cuando el tiempo lo permitía, un equipo jugaba en cuero y el otro en camiseta. De más está decir que al segundo tiempo se invertía la situación.

Eran partidos de final cerrado siempre. La calentura de perder duraba hasta el próximo compromiso, que por parte de los perdedores era concretarlo lo más pronto posible. Todo lo contrario sucedía con el equipo vencedor.

Durante los encuentros y cada tanto aparecía el Puca (picaporte en mano) para controlar que todo estuviese en orden y darnos el parte de que nadie se había percatado de nuestra presencia en la cancha. Eso sí, no se aguantaba y siempre preguntaba desde el banco de suplentes donde nos observaba: Chicos, ¿como va el partido?

Sobre cuestiones de prensa algunos recuerdan también que dichos partidos eran transmitidos y relatados… por nosotros mismos.

¿Con sol o con luna?

Durante el proceso de recopilar información, fue tema de discusión y opiniones encontradas el horario de dichos partidos. Una parte asegura que eran a la siesta y otros a la noche. Lo magnifico de la memoria, recuerda lo que más le hubiera gustado.

Este es un detalle muy importante ya que la siesta paranaense en verano es calurosa, húmeda, pesada, sentís que por momentos te falta el aire. Acompañada siempre por el ruido de las chicharras. Con la humedad, la pelota se torna incontrolable y el piso pasa a ser una pista de patinaje sobre hielo, antes de comenzar el partido ya estas empapado. Yo siempre digo que en Paraná, en verano, mientras te duchas ya estas transpirando otra vez.

Es más, quienes recuerdan haber jugado en horario de luz natural aseguran que el entretiempo era aprovechado para tomar agua y pegarnos una zambullida en la pileta sin ducharnos, lo que provocaba la ira del piletero de turno.

En cambio el horario de la noche era distinto, y acá me quiero detener un momento para relatar una situación que hoy a la distancia uno recuerda y valora: el esfuerzo que uno de mis compañeros hacía por nosotros por no dejar, al menos en el inicio, a su equipo y al grupo en banda.

En esa época la frecuencia de los colectivos urbanos no era tanta como ahora. En determinado horario se terminaban y no había forma de volver a tu casa. Muchas veces le insistíamos a Pepe Cabral (identificado el mismo como Vrancovic) para que se quedara a los partidos de la noche, pero él nos explicaba que sino terminábamos el partido a tiempo, iba a perder el ultimo colectivo que lo llevara de regreso a su casa. El cálculo promedio de duración de los partidos siempre fue de 1 hora, 1 hora y 15 minutos.

Y acá viene la anécdota: cuando uno de los equipos llegaba a 50 íbamos a tomar agua. La única canilla que había se encontraba fuera del estadio, por lo tanto íbamos todos a hacer fila para meter el pico en la fuente de hidratación.

Si Pepe, perdón Vrankovic, tomaba último de la canilla significaba que de ahí directamente subiría las escaleras para tomar la rampa que lo depositaba en la puerta de salida del club. Era en ese preciso momento donde Yugoslavia comenzaba a perder presencia en los tableros. Con toda la razón del mundo Pepe sacaba cuentas que si seguíamos a ese ritmo, al segundo tiempo lo íbamos a terminar después de la medianoche y como consecuencia de esto sus chances de poder regresar a su casa en colectivo se desvanecían. Así, muchas veces el equipo yugoslavo se encontró que para la segunda mitad del juego su pivot de peso, Pepe Vrankovic, había concretado una puerta de atrás furiosa e indefendible y se disponía a tomar el último colectivo de la noche que lo depositaria finalmente en su casa. Amábamos el básquet y Pepe nos hacía el aguante hasta las últimas posibilidades pero en algún momento teníamos que volver al hogar.

Acá también hubo varias coincidencias entre los que apoyan el horario nocturno al afirmar que de noche quedábamos prácticamente solos en el club y que luego del partido nos íbamos a jugar al waterpolo a la pileta. Desde mi punto de vista una verdadera locura y demostración de intensidad y efervescencia adolescente.

El Lengua, nuestro “Hado Padrino”

– ¡Che!, ¿como vamos?
– 77 a 70 gana Yugoslavia.
– Y… ¿que hora es?
– 23:40…
– Mmm… no llegamos a terminarlo me parece…

Este dialogo se daba frecuentemente en los partidos nocturnos. La preocupación venia por el lado de que sabíamos que teníamos permiso lumínico solo hasta las 12 de la noche.

Cinco minutos antes que el reloj marcara las 00:00 y el inicio de un nuevo día, aparecía en escena el entrañable y querido “Lengua”, el encargado de la guardia del club, en otras palabras, el sereno. El tenia la obligación de apagar las luces del estadio si o si a esa hora. Al ver que dirigía sus pasos de forma implacable hacia el tablero de las luces para comenzar a bajar las teclas, nuestros gritos de desesperación enunciaban:

– ¡Falta un doble nomás Lengua! ¡Aguanta 5 minutos mas, ya terminamos!

En realidad faltaba mucho más que un doble, Lengua lo sabía y con toda la paciencia del mundo y complicidad silenciosa pegaba media vuelta y volvía al rato, permitiéndonos finalizar a todas luces el partido.

Bien podría decirse que el Lengua en esos momentos le ganaba la pulseada a la Cenicienta y atrasaba las agujas del reloj, para que nuestra fantasía durara un rato más.

La moraleja de esta historia

Cuantas veces gano Argentina? Cuantas veces gano Yugoslavia? Sinceramente no las recuerdo, pero lo que si recuerdo 34 años después es la pasión, alegría, compromiso e intensidad con que jugábamos esos partidos. Los lazos indestructibles que un deporte en equipo como el básquet forjo en lo más profundo de nuestros corazones.

En mi carrera profesional tuve el privilegio de compartir equipo con Juan Ignacio “Pepe” Sánchez, Andrés “Chapu” Nocioni, Fabricio Oberto, Leandro “Torito” Palladino, todos integrantes de la Generación Dorada. Ellos transmitieron toda la pasión, el espíritu, EL ALMA, que un basquetbolista debe poner en una cancha de básquet más allá del resultado.

Recordando a este grupo de fanáticos que jugábamos partidos a 100 puntos, siento que en cierta forma nosotros también fuimos una Generación Dorada.

Una generación plena de alegría, compañerismo, pasión y por sobre todas las cosas, una linda banda de gurises que disfrutábamos del baloncesto, donde en cada partido respirábamos y vivíamos el básquet en su estado mas puro, sintiéndolo con el corazón.

Un básquet libre, sin límites, sin fronteras, un lugar donde solo había que respetar una sola regla: “A 50 PUNTOS, CAMBIO DE ARO”.

(*) Virtuoso y explosivo escolta que brillara en Liga Nacional de Basquetbol, entre finales de la década del ’80 y el 2013, debutando en Echagüe, integrando distintas selecciones nacionales CABB, y destacándose también en el baloncesto del Brasil e Italia. 

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