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Se concretó el traspaso de la Sede Primada a Santiago del Estero: “Argentina sangra, y necesitamos sanar heridas”

Después de 88 años años y por decisión del papa Francisco, la Ciudad de Buenos Aires dejó de ser la Sede Primada de la Iglesia Católica en la Argentina. Desde este sábado, ese título pasó a Santiago del Estero. El traspaso se concretó con una misa que contó con una fuerte homilía del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva quien cuestionó los “tapones ideológicos” y la “soberbia intelectual” y dijo que “Argentina sangra”.

La Sede Primada de la Argentina era Buenos Aires desde 1936. A fines de julio, el Papa determinó que pasara a Santiago del Estero. “Tiene su fundamento histórico en el hecho de que en 1570 San Pío V creó la entonces llamada Diócesis del Tucumán, con sede en lo que hoy es la antigua ciudad de Santiago del Estero”, explicó entonces el comunicado conjunto que llevó la firma de del monseñor Jorge Ignacio García Cuerva (Buenos Aires) y del monseñor Vicente Bokalic Iglic (Santiago del Estero).

“Que la Sede Episcopal de Santiago del Estero sea elevada al grado y dignidad de Sede Arzobispal, permaneciendo sufragánea de la Sede Metropolitana de Tucumán; además, promover al Obispo de Santiago del Estero, el Venerable Hermano Vicente Bokalic Iglic CM a la dignidad arzobispal; finalmente, transferir el título de Primada de la Argentina desde la Sede Metropolitana de Buenos Aires a la Sede Arzobispal de Santiago del Estero y, según la norma del canon 438 del Código de Derecho Canónico, conceder el título de Primado al Arzobispo pro tempore de esa misma Sede ahora arzobispal”, reza el texto que leyó el Nuncio Apostólico de la Argentina, monseñor Miroslaw Adamczyk.

García Cuerva estuvo a cargo de la homilía, en la que afirmó: “Esta es una reparación histórica y eclesiástica para nuestra Patria; es dar este título de honor a la primera diócesis en territorio argentino, la diócesis del Tucumán, erigida en estas tierras santiagueñas en 1570”.

Su mensaje estuvo atravesado por la actualidad del país y por reclamos a la dirigencia política.

“Así como existen los tapones de cera, que para sacarlos la cultura popular recomienda el uso de cucuruchos de papel, también podemos tener tapones ideológicos que nos hacen intolerantes; tapones de soberbia intelectual que nos hacen dueños de la verdad que opinan de todos los temas; tapones del relato, porque nos construimos nuestra propia realidad dando respuestas a preguntas que nadie se hace y diciendo palabras que a nadie le interesa escuchar ni le sirven; los tapones del siempre se hizo así, apagando la creatividad de lo nuevo; los tapones de la nostalgia, creyendo que todo tiempo pasado fue mejor”, siguió García Cuerva.

Siguió en la misma línea con un pedido: “Curanos Señor, sufrimos de estas sorderas hace mucho tiempo, y por no escucharnos, nos gritamos, nos maltratamos, nos lastimamos”.

García Cuerva habló de “indiferencia” e “injusticia” y de la necesidad de abrirse a “las necesidades de los demás, escapando del egoísmo y la cerrazón del corazón”.

Porque, continuó, “nos hemos quedado sordos y mudos delante del dolor y el sufrimiento de los más pobres y marginados”.

Luego puntualizó el caso del narcotráfico y el consumo problemático, las migraciones forzosas, el hambre, la pobreza infantil y la situación de los jubilados, justo cinco días después del veto de Milei a la reforma previsional.

“Curanos Señor, de la sordera que no nos deja escuchar el grito silencioso de los adolescentes y jóvenes esclavizados por la droga, victimas del narcotráfico, ese gran negocio de los mercaderes de la muerte; que escuchemos el clamor de los enfermos y los abuelos que están solos, y que no les alcanza para sus remedios; curanos de la sordera que nos imposibilita escuchar el dolor de las lágrimas de los hermanos migrantes alejados de su tierra y sus afectos; que también podamos escuchar a tantos niños que en sus ojos tristes denuncian silenciosamente hambre y maltrato”, enumeró García Cuerva.

“Tanto dolor, tanto sufrimiento que clama al cielo; Argentina nos duele hace años, Argentina sangra, y necesitamos sanar heridas”, concluyó ese pasaje el arzobispo de Buenos Aires.

Y en el cierre de la homilía lanzó un llamado a “concretar el sueño de la fraternidad en la mesa de los argentinos”.

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