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Performance histórica para el canotaje argentino en París 2024

En el lago de Vaires-sur-Marne, una pintoresca población ubicada a unos 40 kilómetros al este de la capital francesa, bajo un sol que no daba tregua, Agustín Vernice se golpeó el pecho, apretó los músculos de sus brazos, paleó y paleó, y logró cruzar la meta de la final del K1 1000 del canotaje de París 2024.

Festejó el olavarriense una actuación enorme, la mejor de la historia de un palista argentino en unos Juegos Olímpicos, porque mejoró aquel inolvidable quinto puesto de Javier Correa en esta misma prueba de Sydney 2000. “Es un sueño hecho realidad. Aunque no me gusta entrar en comparaciones en ese sentido porque son contextos diferentes y a veces un resultado es circunstancial, también. Pero al vivirlo en carne propia, tener la posibilidad de estar en una final olímpica y estar peleando hasta el último metro, no puedo tener más orgullo”, aseguró.

Festejó también porque en la regata por las medallas -que completó con un tiempo de 3m28s10- estuvo a la altura de los mejores palistas del mundo: Dostal (oro con 3m24s07) es dueño de una plata y tres bronces olímpicos y Varga (plata con 3m24s76) y Kopasz (bronce con 3m25s68) habían sido subcampeón y campeón en Tokio 2020, respectivamente. Agustín hasta llegó por delante del portugués Fernando Pimenta, quien tiene un impresionante registro de 17 medallas en mundial y dos en Juegos Olímpicos y quedó sexto con 3m29s59. Pero sobre todo festejó porque se fue con la satisfacción de haber rendido como sabía que podía hacerlo y no haberse guardado nada.

“En otro momento, si terminaba en un cuarto puesto me iba a quedar mal por no haber podido ganar una medalla. Pero este fue un cuarto puesto en el que di todo, no tenía más nada. Y por eso estoy muy contento”, comentó un rato después Vernice, de 29 años, que le dio a la delegación celeste y blanca su sexto diploma olímpico en París (sin contar las tres medallas).

“Es cierto que llegué un poquito cansado a la final, porque las competencias de los Juegos Olímpicos tienen semifinal y final muy pegadas y hay que adaptarse, que es por ahí nuestro punto débil. Pero estoy contento porque fui con lo que tenía y di el cien por cien. Faltando pocos metros era consciente que había perdido la zona de medallas, pero traté de no entregarme a pesar de eso. Me quería quedar con la satisfacción de darlo y todo. Y lo hice”, continuó, quien dos horas antes había quedado segundo en su serie semifinal detrás de Varga.

Se lo veía contento a Vernice, feliz con el papel que había hecho en ese enorme espejo de agua que se transformó en un escenario de competencia olímpico para esta edición de los Juegos. Su semblante, sus gestos y hasta sus palabras fueron muy distintos a los de Tokio 2020, cuando en su debut olímpico, encaró la final con una estrategia equivocada y se llevó un octavo lugar que le dolió. Pero aprendió de esa experiencia y acá firmó una actuación con un sabor mucho más dulce.

“Crecí muchísimo desde Tokio. Ahora ya no me sorprende que me tiemblen las patas cuando voy a competir”, afirmó, entre risas. “Trato de aprender, si no, sería un tonto. No soy el mismo de Tokio y en Los Ángeles, si tengo la suerte de estar, no voy a ser el mismo de París. De eso se trata también. Más allá de las medallas, de los resultados. Lo que te llevás es lo que aprendiste, la experiencias y lo que pudiste hacer en base a eso”.

Con la mochila de lo vivido, Vernice hizo una previa diferente para esta final: se permitió disfrutar de algunas cosas ajenas a la competencia y así llegó con la cabeza más despejada a la hora de la verdad.

Anoche hice algo impensado, que no me hubiese animado a hacer en otro momento: fui a cenar con mi novia en un lugar cualquiera. Gustavo, mi psicólogo, me dio el OK. Me dijo ‘Vos tenés que estar concentrado mañana, no hoy’. Y mi novia es una grosa, una genia, porque sabe que estoy con los huevos en la garganta -perdón la expresión-, con muchísimos nervios y que me cuesta comer y me decía ‘Dale, comé un poquito más’. Comía un bocado y me decía ‘Comé otro bocado’“, relató.

“Me acuerdo que en Tokio casi no había comido. En esta oportunidad sí. Además, hablamos de otras cosas y eso me hizo relajar mucho y me ayudó a dormir como un bebé después. Es algo que trabajé con mi psicólogo toda la temporada, porque he pasado noches sin dormir más de una vez. Anoche dormí y lo primero que pensé cuando sonó el despertador fue que el primer paso ya estaba dado. Con mi entrenador soy imbancable también. Tengo un temperamento durísimo, exigente, a veces habló mal y él me tiene que bancar todos los días. Por eso y por un montón de otras situaciones es que no remo solo. Mi familia, mis allegados y mi equipo reman conmigo. En ellos pensé cuando crucé la meta”, aseguró.

El olavarriense irrumpió en la escena internacional cuando se consagró campeón mundial sub 23 en K1 1000 en 2017. Entonces entró en una curva de crecimiento casi constante que lo llevó a ser finalista en tres de los últimos cuatro mundiales de mayores y en las dos citas olímpicas que disputó, además de conseguir cuatro oros y una plata en Juegos Panamericanos. Este cuarto lugar en París significó un nuevo paso adelante en su carrera, que él se tomará su tiempo para dimensionar.

“Trato de ser objetivo y tomar el análisis de las personas que están día a día conmigo. Nosotros sabemos el detrás de escena, todo lo que trabajamos, todo lo que podemos dar y lo que no. Después valoraremos si estuvo bien. Yo creo que sí, pero no le doy muchas vueltas. He sido séptimo en un Mundial, a tres décimas del cuarto puerto, y era un séptimo puesto que sabía amargo. Y hoy fui cuarto, por photo finish, y estoy contento. Es injusto a veces solo hacer el análisis en base al resultado”, reflexionó.

¿Se valora más este cuarto lugar por la desigualdad de condiciones en las que se prepara respecto de los mejores del mundo? “En Sudamérica es todo más sacrificado, empezando por el hecho que tenemos el calendario a contramano. En nuestro deporte, entrenar una prueba de velocidad en el agua con 0° de temperatura es muy complicado, te obliga a estar muchísimo tiempo fuera de tu casa. Y desde ahí todo es más difícil”, explicó.

El presupuesto debe ser mayor, porque tenés que estar mucho tiempo fuera de casa. Hasta querer formar una familia es muy complicado. Otro colegas europeos tienen esa posibilidad porque de acá se toman un vuelo y en dos horas están en casa. Y yo no: estoy a 13 mil kilómetros de mi casa. Y todo lo demás… Igual no quiero que suene como excusa, todos tenemos dos brazos y dos piernas. Y los argentinos tenemos un corazón muy grande”, agregó.

Con las dificultades que siempre forman parte del día a día -él no lo mencionó, pero la falta de una pista de entrenamiento propia es una falencia que viene desde hace años-, Agustín igual fue protagonista en el estadio náutico de Vaires-sur-Marne. Porque además de la pala, llevó en el kayak la garra y el orgullo que siempre son bandera de los atletas argentinos.

“En la línea de partida no me le achico a nadie. Yo tengo un Red Bull. Al menos quiero pensar eso”, afirmó entre risas, prestándose al juego de comparar su regata con una carrera de Fórmula 1. “Es cierto que no partía como favorito pero también es cierto que entrenando he hecho cosas increíbles. No me gusta decirlo yo, pero hemos trabajado mucho, hemos entrenado un montón. Cosas que años atrás creíamos que no se podían hacer, en cuanto a calidad y a cantidad de entrenamientos, ahora las hicimos”.

Y cerró: “Pensé que un podio era posible. Pero también que no. Porque son competencias muy cerradas y una cosa es entrenar y otra es competir. Con lo que tenemos fuimos a pelear. Y el auto es de los mejores, porque estuve en una final y quedé cuarto. No está nada mal”.

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