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Murió el expresidente Fernando de la Rúa

El expresidente Fernando De la Rúa, de 81 años, murió hoy a las 7.10 en el Instituto Fleni de la ciudad bonaerense de Escobar, donde había sido internado a raíz de una falla cardíaca y renal, confirmaron fuentes de su entorno. Los restos del exmandatario serán velados, a partir de las 16, en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación.

 

Obligado a renunciar a los dos años de haber asumido la presidencia de la Nación, De la Rúa quedó marcado por la peor crisis política, social y económica de la que los argentinos contemporáneos tengan memoria. Fue para muchos el dirigente que más se preparó para llegar a la más alta magistratura y la mayor desilusión de una clase media que buscó una alternativa política al peronismo.

 

Su gobierno empezó el 10 de diciembre de 1999, con la esperanza de regeneración que encarnó la Alianza después de 10 años de menemismo, y terminó con los trágicos sucesos del 20 de diciembre de 2001, que marcaron también el fin de su carrera política. Antes había sido el primer jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y tuvo una larga trayectoria como senador nacional.

 

En los últimos años, el exmandatario radical fue sometido a varias operaciones: en enero de 2016 sufrió una afección en la vejiga y en agosto de 2014 le realizaron una angioplastia y le colocaron dos stents; y, un mes después, volvió a ser internado en el IADT (Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento) para una intervención programada. Ya había sido sometido a prácticas similares en 2001 y en 2010.

 

En los albores de 2019, el expresidente volvió a ser noticia por su delicada salud, tras permanecer internado 28 días en el Hospital Universitario Austral de Pilar. Allí, el 1° de enero fue sometido a una intervención quirúrgica por un delicado cuadro cardiovascular. Tras ello, el 28 de enero ingresó al Instituto Fleming, para una rehabilitación recomendada por el debilitamiento muscular que le causó la extensa internación. A mediados de mayo volvió a ser internado en terapia intensiva, por una complicación renal.

 

De la Rúa nació en Córdoba el 15 de septiembre de 1937. Nieto de un emigrante gallego que supo hacer fortuna e hijo de Antonio de la Rúa y Eleonor Bruno, pertenecía a una familia de clase media alta.

Ya desde su infancia, Fernando de la Rúa presintió su futuro. Su padre ejerció la abogacía y llegó a ser presidente del Tribunal Supremo cordobés, pero también se dedicó a la política desde la UCR y fue diputado provincial y ministro de Gobierno del gobernador Amadeo Sabattini. Y en la escuela primaria, oyó de algunos de sus compañeros que iba a ser presidente de la Nación.

 

Estudió el bachillerato en el Liceo Militar General Paz y se recibió como abogado, con las mejores calificaciones, en la Universidad Nacional de Córdoba, a los 21 años. En esos años universitarios, comenzó a militar en el radicalismo. Cinco años después, en 1963, se afincó en la ciudad de Buenos Aires y fue nombrado asesor jurídico del Ministerio del Interior, entonces a cargo de Juan Severino Palmero, durante la presidencia de Arturo Illia. Allí se ganó el apodo de “Chupete”, por su aspecto juvenil.

 

En las elecciones nacionales de 1973, el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) arrasaría en prácticamente todo el país. Pero De la Rúa se impondría en la Capital Federal al extrapartidario del frente peronista Marcelo Sánchez Sorondo y llegaría por primera vez al Senado de la Nación. Poco después, fue compañero de Ricardo Balbín en la fórmula presidencial que fue derrotada, con el 24% de los votos, por el binomio integrado por Juan Domingo Perón y su esposa, María Estela Martínez, que alcanzó casi el 62%.

 

Tras el golpe de Estado de 1976, dejó la política y volvió al ejercicio profesional de la abogacía, aunque pasó largas temporadas fuera de la Argentina y brindó conferencias en universidades de Estados Unidos, México y Venezuela.

 

Cuando se produjo la reapertura democrática, en 1983, intentó ser candidato presidencial por la UCR, pero la lucha interna le dio el triunfo a Raúl Alfonsín, quien luego llegaría a la Casa Rosada. En cambio, volvió a ganar una banca de senador nacional por la Capital Federal, esta vez superando al peronista Carlos Ruckauf. En la Cámara alta, presidió la Comisión de Asuntos Constitucionales y tuvo una prolífica actuación. Fue autor de no pocas leyes de trascendencia; entre ellas, la ley de habeas corpus, la ley contra la discriminación de las personas, la de transplante de órganos, la de violencia en espectáculos deportivos, la de política indígena y la de pensión al viudo.

 

Pudo haber sido candidato presidencial en 1989, tras la debacle económica que sufrió el país, pero no contaba con el apoyo del alfonsinismo, que alcanzó un acuerdo con el gobernador cordobés Eduardo Angeloz, quien finalmente fue derrotado por Carlos Menem. Optó, entonces, por ser reelegido como senador porteño y fue quien obtuvo la mayor cantidad de votos, pero el sistema de colegio electoral que regía entonces le birló esa posibilidad, a partir de un acuerdo entre el peronismo y la Ucedé, que terminó llevando al Senado al justicialista Eduardo Vaca con el apoyo de María Julia Alsogaray.

Desde el llano, De la Rúa reanudó su carrera por los cargos en 1991, cuando, en un país donde el menemismo acrecentaba su poder a nivel nacional, volvió a triunfar en la Capital y obtuvo una banca de diputado nacional. Y un año después, volvió al Senado, tras imponerse a Avelino Porto. Sus diferencias con el alfonsinismo se hicieron más evidentes con el Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín que, en 1993, fue la antesala de la reforma constitucional de 1994, que entre otras cosas habilitó la reelección presidencial consecutiva y la inclusión del tercer senador nacional por distrito.

 

Pese a su oposición al Pacto de Olivos, De la Rúa terminó beneficiándose con la reforma de la Constitución, puesto que la ciudad de Buenos Aires dejó de ser un municipio con un intendente elegido a dedo por el presidente de la Nación y se transformó en ciudad autónoma. Y en 1996, De la Rúa se transformó en el primer jefe de gobierno elegido por los porteños. Durante su gestión, se aprobó el Código de Convivencia Urbana, que eliminó los edictos policiales y reguló la oferta de sexo en la vía pública, y se le dio un importante impulso a la extensión de la red de subterráneos. También se inició el primer tramo de la red de bicisendas.

 

Pero estaba claro que el objetivo político de De la Rúa era llegar a la presidencia de la Nación. Su herramienta fue la construcción de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, integrada por la UCR y el Frente País Solidario (Frepaso), donde convivían sectores del peronismo disidentes de las políticas menemistas.

 

La Alianza UCR-Frepaso dirimió en 1999 la candidatura presidencial en una original elección interna abierta, en la que De la Rúa venció con el 62% de los votos a la postulante del Frepaso, la reconocida dirigente de derechos humanos Graciela Fernández Meijide. Para garantizar la unidad de la coalición, uno de los líderes frepasistas, Carlos “Chacho” Alvarez, quien cosechaba una elevada imagen positiva por su rebeldía ante el menemismo, fue el compañero de fórmula de De la Rúa.

 

Las elecciones presidenciales del 24 de octubre de 1999 fueron casi un trámite para la Alianza. La fórmula De la Rúa-Alvarez alcanzó el 48,5% de los votos contra el 38% del binomio peronista, integrado por Eduardo Duhalde y el cantante y exgobernador tucumano Ramón “Palito” Ortega. Tercero, con el 10% de los sufragios, terminó Domingo Cavallo, ministro de Economía de Menem y padre de la ley de convertibilidad, que permitió mantener durante una década la paridad de un peso por un dólar.

La campaña proselitista del candidato radical apuntó a que se percibiera un contraste entre la sobriedad de De la Rúa y la frivolidad del gobierno menemista. En un todavía recordado spot televisivo, ideado por el publicista Ramiro Agulla, De la Rúa expresaba la frase “Dicen que soy aburrido…”, antes de diferenciarse de los escándalos de corrupción de la gestión de Menem. En otro spot, apuntaba a llevar tranquilidad en materia económica: “Conmigo, un peso, un dólar”, decía, desmintiendo a quienes auguraban el fin de la convertibilidad y una devaluación gigantesca de nuestra moneda.

 

Pero lo cierto es que el esmero puesto de manifiesto en esa impecable campaña comunicacional terminó convirtiéndose en un búmeran para la gestión delarruista al poco tiempo de iniciada.

 

El primer golpe político para la presidencia de De la Rúa fue la renuncia de su vicepresidente, Carlos “Chacho” Álvarez, en el año 2000, luego de que estallara un escándalo por supuestos sobornos pagados a senadores para que se aprobara una resistida ley de reforma laboral. Mientras el gobierno desechaba cualquier relación con esa cuestión, Álvarez pedía que se investigara a fondo y aseguraba que “para bailar el tango se necesitan dos”, en referencia a que detrás de un legislador que pidiera coimas debía haber funcionarios del Poder Ejecutivo que las pagaran.

 

La dimisión de Álvarez constituyó el principio del fin de la coalición gobernante, aunque varios integrantes del Frepaso continuaron en el gobierno hasta el final de su gestión. Representó una dura señal de debilidad política, que el peronismo, agazapado para recuperar el poder, supo con el tiempo usufructuar.

 

El alejamiento de Álvarez significó también una llaga para un presidente que trataba de diferenciarse de su antecesor en virtud de su transparencia republicana.

 

Que De la Rúa fue esclavo de sus palabras en la campaña electoral también lo muestra el hecho de que quedó preso de una ley de convertibilidad que sólo existía en las formas. El déficit fiscal que heredó de Menem y que se financiaba con un elevado nivel de endeudamiento externo se combinó con un aumento de la recesión económica. El malhumor social se acrecentó a los pocos meses de iniciada la gestión delarruista, cuando su ministro de Economía, José Luis Machinea, impulsó cambios en el Impuesto a las Ganancias que, a partir de una ya célebre “tablita”, imponía mayores retenciones, que afectaron a un amplio segmento de los trabajadores en relación de dependencia.

 

Siete paros generales dispuestos por un sindicalismo cada vez más combativo, que ya tenía al camionero Hugo Moyano entre sus principales referentes, minaron la fortaleza del Gobierno. La difícil situación de la economía, que se negaba a arrancar, hizo el resto.

 

En marzo de 2001, se produjo la renuncia de Machinea y De la Rúa recurrió para reemplazarlo a su entonces ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, quien proponía un ajuste ortodoxo para bajar el gasto público y alcanzar el equilibrio fiscal. Pero sus proyectos provocaron una feroz resistencia en el sindicalismo y en sectores juveniles y universitarios, que entendían que se buscaba achicar el financiamiento público de las universidades nacionales, algo que siempre fue desmentido por el flamante titular del Palacio de Hacienda, quien debió renunciar apenas 16 días después de asumir esas funciones.

 

En medio de la desesperación, De la Rúa recurrió a un adversario para que domara la economía: Domingo Cavallo. Este llegó con respaldo de buena parte de la oposición peronista y del propio “Chacho” Alvarez, pero sin mayor apoyo en el radicalismo, especialmente en el sector liderado por Alfonsín. El ex ministro de Economía de Menem buscó llevar confianza y proyectó de entrada un crecimiento de la economía del 5% a través de rebajas de impuestos distorsivos y planes de competitividad para el sector productivo, junto a una cuestionada delegación de facultades del Poder Legislativo en el Ejecutivo: los conocidos “superpoderes”.

 

Los mercados y el FMI, sin embargo, no reaccionaron positivamente. Cavallo entonces presentó el plan “Déficit cero”, junto a un nuevo recorte de gastos en el Estado. Se inició, además, una reestructuración de compromisos de la deuda externa, llamada “megacanje”. Pero hacia fines de noviembre de 2001, los retiros de depósitos bancarios se profundizaron, provocándose una corrida bancaria y cambiaria. Para intentar frenarla, Cavallo impuso restricciones al retiro de dinero en efectivo de los bancos, lo que aumentó la desconfianza general y el desagrado en una gran parte de la población que no estaba para nada acostumbrada a manejarse con tarjetas de débito o con transferencias electrónicas. Las colas en las entidades bancarias se hicieron interminables. Estaba en marcha el llamado “corralito” bancario.

 

Paralelamente, la situación social comenzó a agravarse y la violencia callejera se volvió incontrolable. Los saqueos de supermercados, incentivados por sectores del peronismo y de la izquierda que buscaban algo más que el debilitamiento del gobierno, pusieron en vilo a la ciudadanía. El 19 de diciembre de 2001, De la Rúa decretó el Estado de Sitio, hecho que desató aún más rebeliones callejeras, en las que confluyeron los sectores más sumergidos de la población, afectados por la recesión y la falta de dinero en efectivo, y los sectores medios, damnificados por la crisis bancaria. Los cacerolazos se hicieron sentir hasta en los barrios más elegantes de la ciudad de Buenos Aires donde dos años atrás De la Rúa había arrasado en las urnas.

Sin el apoyo de su propio partido político, De la Rúa presentó su renuncia al Congreso a las 19.45 del 20 de diciembre, luego de que los enfrentamientos entre manifestantes y efectivos policiales dejaran un saldo de 27 muertos y unos 2000 heridos.

 

La partida del primer mandatario de la Casa Rosada en un helicóptero quedaría grabada para siempre, como símbolo de un síndrome argentino, por el cual hasta hoy ningún presidente argentino de signo no peronista elegido por el pueblo ha podido concluir su mandato legal desde la existencia del peronismo en la vida política nacional.