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Leandro Erlich fascina con “Liminal” en el Malba, una antología mágica y misteriosa

Leandro Erlich (1973) es un encantador, un ilusionista de la vida cotidiana. Encanta al público, especialmente al asiático, que se vuelca en masa a sus exhibiciones para interactuar con sus obras. Atrae visitantes a sus muestras y los engaña de manera sutil, divertida e invita a fotografiarse y compartir las imágenes.

 

El artista acaba de inaugurar “Liminal” en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, su primera antología argentina, con obras producidas en los últimos 20 años entre las que se encuentra uno de sus hits, La pileta.

 

La exhibición, curada por el estadounidense Dan Cameron, dio que hablar antes de que inaugurarse.

 

Entre las veintiuna instalaciones se destacó un cartel colgado en la fachada del museo que anuncia la venta del lugar. “Erlich Propiedades” ofrece 7455 m2 entre los que se cuentan un auditorio, tres salas de exhibición, biblioteca y 680 obras de arte. Los vecinos comenzaron a preguntar, hasta especularon sobre un proyecto inmobiliario.

 

Las fotos y las redes sociales masificaron la noticia en pocas horas; en pocas horas también se supo: era una ilusión de Erlich.

 

“Dentro de lo cotidiano siempre hay escenas que pueden dimensionarse poéticamente”, explica el artista mientras recorre con un puñado de periodistas la muestra. A esa mirada particular que siempre aplicó a su trabajo le agrega el componente de la ilusión. Para el curador, “la apariencia arquitectónica de lo cotidiano funciona como una especia de trampa perceptiva: conduce al espectador desprevenido a una paradoja visual que desafía los presupuestos del orden y las reglas del mundo material”.

 

En las obras de Erlich se repiten los falsos reflejos, las escenas cotidianas que ahora se desarrollan dentro del museo, las ventanas a través de las cuales se ven imágenes que no deberían estar allí. El desvío sobre lo esperado es la base de su producción artística. El artista nos exige entrar en su juego – aunque el truco este a la vista- detenernos para prestarnos a la ilusión. A veces nos obliga a ser voyeristas. El trabajo está completo si el espectador se presta a ella. “Las lecturas son para mi el 50% de la obra. Hay una acción creativa en quien la hace y en quien interpreta”, sostiene.

 

Erlich inició su carrera a los 18 años y apenas un par de años después representó a la Argentina en la Bienal de Venecia de 2001. A la exhibición de arte contemporáneo más importante del mundo llevó La pileta, una de sus obras más conocidas al día de hoy, que por primera vez se montó en el país para esta muestra. La estructura, una piscina tradicional en forma rectangular, permite ubicarnos debajo del agua. Estamos adentro, pero no nos mojamos.

 

En Hair Salon recreó una peluquería donde se puede ver a través de los espejos.

 

En La Vereda se camina por una calle donde los charcos de agua reflejan el paso del día a la noche en apenas unos minutos. Las veintiuna obras fueron dispuestas de manera que los espectadores se vayan encontrando con ellas, sin guías. Erlich, el gran ilusionista, invita a prestarse al truco.