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La nefasta perpetuidad de sindicalistas

ESPECIAL.- Reafirmar los derechos del trabajador es un deber. Todos aquellos que ponderamos el valor del trabajo como elemento dignificante en la vida de los hombres, tenemos la obligación de “ponernos la camiseta” a la hora de la defensa de los derechos de los trabajadores, que son los derechos de todos. Cada momento en que lo hacemos, estamos consolidándonos como tales. ¿No será hora de garantizar la gestación de una nueva dirigencia con valores morales incuestionables?

 

Reafirmar un derecho, cualquiera que sea, de género, del niño, de adultos mayores, humanos, del trabajador, etc, es admitir su condición histórica y cultural; es comprender que los derechos no son un elemento de la naturaleza, sino la consecuencia de condiciones históricas y culturales, y mucho más aún, son el resultado de fuertes disputas y luchas.

 

Admitir su origen histórico y cultural, es saber que no siempre existieron, ni el salario, ni las vacaciones, ni las asignaciones familiares, ni la participación en las ganancias… sino que son producto de la revolución industrial, de la separación entre trabajadores y dueños del capital, y de profundas luchas sociales.

No es la intención de esta editorial hacer una columna histórica, pero es importante volvernos hacia el pasado para comprender dónde estamos, ya que pareciera que algunos padecen de amnesia, olvidando con facilidad de donde vienen, desconociendo no solo su origen personal sino también los derechos que dicen defender.

 

En ciertas ocasiones desde nuestros escritos hemos revindicado el valor de las organizaciones sindicales y de dirigentes que dieron la vida en nombre de los trabajadores y la lucha por sus derechos.

Pero como dijo un dirigente sindical, si nos quedamos sin diarios, “la verdad debe escribirse en las paredes” y así como cuestionamos a empresarios y políticos de turno, es preciso que defendamos la verdad sobre todo, aunque también debamos cuestionar a sindicatos y dirigentes gremiales.

 

Hace algún tiempo que en la Argentina gran parte de la dirigencia sindical dejó de representar los derechos del trabajador, algunos decidieron ser aplaudidores y descuidaron a sus representados, los otros solo los nombran en sus discursos y se han dedicado a entorpecer y poner palos a todo aquello que se pretenda hacer.

Cuesta creer que dirigentes de la talla de Hugo Moyano o Pablo Micheli, que en algún momento denunciaron y se opusieron fervientemente a la entrega del país, hoy se hayan transformado en la fuerza de choque de los grupos económicos concentrados, convocando a paros  en nombre de los derechos del trabajador, cuando sus gremios ostentan sueldos por arriba de los treinta mil pesos.

Pareciera ser que sus autos blindados y sus camperas de cuero les hicieran olvidar que hay más de un treinta por ciento de trabajadores que no pueden hacer paro, básicamente porque están en negro, o que la mayoría de los trabajadores no superan los siete mil pesos, o que los transportes y los servicios que paran solo entorpecen a trabajadores menos afortunados que hacen uso de estos.

 

Básicamente, no queda muy claro si algunos sindicalistas tienen como objetivo principal la defensa de los derechos de los trabajadores o, el enfrentamiento con el gobierno para convenir oportunamente beneficios espurios y mezquinos para sí mismos. Un punto áspero es que, muchas veces en el área estatal, algunos dirigentes gremiales apañan a quienes no cumplen con sus funciones, dificultando la aplicación de cualquier sanción, y perjudicando no solo al Estado, sino a los empleados que sí realizan sus tareas como corresponde.

Y si hablamos de sueldos, cuesta creer que algunos trabajadores o funcionarios cobren sueldos exorbitantes que superan los noventa mil pesos, cuando a la gran mayoría, le cuesta inmensos sacrificios cubrir siquiera lo básico de la canasta familiar. Lo peor es que,  si esto pretende modificarse a favor de las mayorías, aparecen las amenazas, los cortes de calle, las denuncias…

 

Ahora, ¿alguien nos puede decir por qué Baldassini, Suárez, Moyano, Barrionuevo, Caló, Venegas, Viviani, Daer, Piumato, Cavalieri, Lingeri, Rodríguez, West Ocampo, Martínez, etc, etc… se han perpetuado en sus puestos y no surgen nuevos dirigentes gremiales a nivel Nación? ¿No será que los propios trabajadores dejamos que ocurra ello? ¿No será que nos falta comprometernos con la insoslayable transformación de los sindicatos? ¿O será miedo?

 

La hegemonía personal es un fenómeno de numerosas entidades gremiales, cuyos secretarios generales han estado atornillados a sus cargos a lo largo de más de dos décadas.

Hay casos emblemáticos, como el de la Federación de Obreros y Empleados de Correos y Telecomunicaciones (Foecyt), donde el dirigente Ramón Baldassini supera todos los récords entre los sindicalistas vivos: con 85 años de edad, lleva 52 al frente del gremio y dentro de un año podría igualar al ya fallecido Enrique Venturini, que condujo durante 53 años el sindicato de los electricistas navales.

 

 

Un caso escandaloso es el de Enrique Omar Suárez, apodado “el caballo”, quien maneja el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU) desde 1992. Acusado de bloquear puertos y de extorsionar a empresas navieras, la Cámara Federal confirmó recientemente su procesamiento, al tiempo que sus bienes han sido embargados por 5 millones de pesos, pese a lo cual buscará su séptimo mandato consecutivo en elecciones que, llamativamente, buscó adelantar para evitar que una condena judicial lo prive de buscar su reelección.

 

El afán por aferrarse al poder ha sido cuestionado por los opositores internos a Suárez, quienes critican su deliberado desconocimiento del propio estatuto del SOMU, que establece suspensiones para los dirigentes procesados o condenados judicialmente, aunque el jefe sindical se escuda en una chicana: afirma que el estatuto precisa que la suspensión sólo tendría lugar cuando el afiliado al gremio se encuentre procesado “por la comisión de un delito en perjuicio de una asociación sindical de trabajadores”. La explicación de Suárez no tuvo desperdicios: “No estoy procesado por joder a un sindicato. Estoy procesado por joder a una empresa y parar barcos”. A confesión de parte, relevo de pruebas.

 

Los ejemplos de jefes sindicales a perpetuidad son muchos más: Luis Barrionuevo conduce el gremio gastronómico desde hace 36 años; Omar Viviani está al frente del gremio de los taxistas desde hace 32, al igual que Amadeo Genta en la entidad que agrupa a los empleados municipales; también Carlos West Ocampo (Sanidad) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias) están al frente de sus gremios desde hace más de 30 años; Armando Cavalieri lleva 29 en la secretaría general de la Federación Argentina de Empleados de Comercio y Servicios (Faecys); Hugo Moyano llegó a la conducción del gremio camionero hace 28 años, en tanto que Andrés Rodríguez gobierna la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) desde hace un cuarto de siglo.

 

Más allá de la falta de renovación de las energías morales, tan necesaria en cualquier institución, una crítica que se hace a las reelecciones indefinidas guarda relación con las normas estatutarias de no pocas entidades sindicales, que generan barreras infranqueables para las minorías y para la libre participación en elecciones.

 

Lamentablemente, la tan mentada democratización sindical, de la que tanto se habló cuando se produjo la recuperación de la democracia en 1983, quedó en el olvido. Los precandidatos presidenciales no han dicho una palabra sobre esta cuestión, con la excepción de Sergio Massa, quien tiempo atrás insinuó una propuesta para terminar con las reelecciones indefinidas en el sindicalismo, aunque no volvió a hablar del tema.

 

Entretanto, muchos jerarcas sindicales siguen atornillados a sus sillones, imbuidos de una vocación mesiánica y de una vergonzosa borrachera de poder, que apunta a evitar rendir cuentas y aferrarse a sus privilegios.

 

Cerramos con un breve relato de principios del siglo XX: “en medio de la calle un hombre cae al suelo, producto del hambre; al levantarlo descubren que en su bolsillo tenía siete pesos. La gente le pregunta porqué con ese dinero no compró comida para alimentarse, el responde que no podía, porque ese dinero pertenecía al sindicato”.