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Irascible básquet… No todo es culpa de los padres

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Ir a una cancha de básquet local genera sensaciones encontradas: placer de ver a algunas “promesas” interesantísimas, y por contrapartida denotar que se profundizan varios males. Inevitable es repudiar comportamientos inadecuados de jugadores, técnicos, y padres juzgando severamente a los responsables de arbitrar los partidos. ¿Tan malo es el arbitraje en el baloncesto de la Región? ¿O será que técnicamente no se trabaja adecuadamente en los fundamentos acordes a las reglas? Aparte… ¿Cuántos espectadores poseen la suficiente idoneidad para criticar a un juez?

 

No es la primera vez que abordamos este tema. Son innumerables los Editoriales a través de El Diario, Solo Basquetbol del Litoral, LT 14 y desde hace poco más de un lustro en este humilde medio digital. La cuestión central es que todo pareciera agravarse.

Hemos puesto acento en la crítica hacia las defensas de pleno contacto, a los chequeos recíprocos ilegales, a las ventajas que sacan “Pitufos” astutos y agresivos “guerreros” ante grandotes sin tanta coordinación y muy ingenuos; hemos sido enfáticos: preferimos jueces excesivamente rigurosos (aunque didácticos…) y no émulos de Lamolina (“siga, siga…”).

 

Claro… sí… Es veraz. Preferimos éste tipo de conducción férrea que evita roces innecesarios, sin embargo nuestros jugadores viajan al Interior de la Provincia o a otras localidades del país y se topan con otras permisividades inquietantes.

Algo de eso pudo haber ocurrido hace pocas horas en Santa Fe, donde se midieron República del Oeste y Recreativo.

 

Según informan nuestros colegas del medio Paraná Inferiores, el arrebato de un espectador identificado en la parcialidad visitante generó que se suspenda el encuentro por el Interasociativo, luego de una infracción a la cual fue objeto un basquetbolista del “Rojiverde”.

Ahora bien… Hubo una eclosión detonante de esta suspensión, pero no nos cabe la menor duda que el fastidio, la irritación se fue cebando con el correr de los minutos por lo que se transmitía desde dentro del rectángulo.

 

No es lo mismo un exabrupto súbito, que un microclima que se va ensuciando progresivamente. Por ello es que concebimos neurálgicos a los árbitros para saber contener agitaciones o ambientes inflamados con la imprescindible dosis de cordura, de coherencia, de sensatez.

Sin embargo, los jueces necesitan de la mesura de entrenadores y la corrección de contendientes. Si, desde adentro del rectángulo se irradia ese equilibrio, todo se simplifica.

 

El punto de combustión se activa cuando hay equipistas y/o técnicos que a través de sus gestos, sus ademanes, y hasta sus gritos, generan un contexto nocivo, tóxico, belicoso.

Obvio… Suele ocurrir que los encargados de administrar justicia cometen yerros notables, u omiten equilibrar la vara de la aplicación estricta del reglamento ante situaciones de desventajas físico-atléticas, traducidas en movimientos defensivos vehementes, y eso también enciende la mecha.

 

No obstante, si entrenadores y jugadores colaboraran con mayor respetuosidad, no habría quejas tan ampulosas desde los laterales o cabeceras del estadio.

Por eso, el punto clave de amortiguación está en el respeto recíproco de todos los protagonistas sobre el parqué; y los jueces, con norma en mano, son quienes deben hacer valer su investidura, sin posturas soberbias, sin arrogancia, pero con firmeza.

 

No nos gustan los árbitros altaneros. Le hacen MUCHO daño al deporte. Lo decimos desde hace casi tres décadas. La soberbia, la pedantería de algunos jueces desubicados, ha promovido gravísimos hechos en canchas de básquet y esto debe ser corregido de modo urgente.

Solo alcanza con fomentar el acatamiento a las reglas con señas claras y/o indudables, palabras precisas y con la imperiosa cuota de convicción, a partir de tonos de voz prudentes, sin movimientos exagerados o grandilocuentes.

 

Pero a la vez, con un sentido inteligente de autocrítica que permita enmendar errores propios, moderando apasionamientos externos a partir de esa auto-reflexión desprovista de toda pose pedante.

Este sábado pasado, durante un partido de U15, fuimos partícipes de un incipiente problema que pasó a ser una feliz anécdota. Un error corregido en uno de los laterales, motivo una airada reacción de un papá de la visita.

 

Concluido el cuarto, uno de los árbitros pidió a la mesa de control que retiren al espectador del gimnasio. Con pleno respeto hacia el juez le peticionamos hablar con éste padre y se nos concedió esa solicitud. Acometimos la misión, y el juego transcurrió normalmente los tres cuartos siguientes.

Al cabo del match, el joven árbitro se acercó y agradeció el gesto. Valoramos inmensamente esa actitud de bien.

 

Ya la semana anterior, en un encuentro de Mini, sucedió algo parecido, aunque los nervios se habían trasladado a dentro de la cancha y los chicos lucían muy excitados.

El árbitro Diego Vicentín paró el juego, habló con sana pedagogía con todos los gurises, charló con los monitores, y a partir de allí cambió el rumbo positivamente. ¡Muy Bien 10!

 

Está claro que, DIALOGANDO, TODOS podemos entendernos. Y vale la pena analizar algo… Los entrenadores perciben un salario por sus servicios. Idem, los jueces y hasta quienes se desempeñan en mesa de control suelen tener compensaciones por el tiempo valiosísimo que dedican.

Mientras, los padres, son los que bancan el básquet con sus aranceles, sus cuotas societarias, sus entradas a los partidos, sus colaboraciones varias, sus compras de indumentaria, la adquisición de calzado, aportando la alimentación e hidratación adecuada para desarrollar deporte, comprando vendas, vitaminas, remedios, acometiendo tratamientos traumatológicos o kinesiológicos, prevenciones o arreglos odontológicos, inversión en oftalmología, reparaciones plásticas y algunos tributan sus tiempos para que los clubes tengan dirigentes que sustenten esa actividad.

 

No es fácil ser papá. Y sin ellos (nosotros) no hay básquet porque NADIE podría solventar ese costo.

Por consiguiente, deben los entrenadores, en especial los de Formativas, empezar a dar el ejemplo a esos padres que suelen irritarse luego de ver innumerables pantomimas, aspavientos, de quienes deben estrictamente dirigir a sus equipos y no ser jueces de los jueces.

 

Hace varios años propuse FILMAR TODOS LOS PARTIDOS para que se constate dónde nace la violencia en las canchas de básquet. No se me hizo caso. O mejor dicho… los únicos que tomaron la posta aunque AISLADAMENTE fueron los árbitros, y en especial para CORREGIRSE en el seno de su Asociación.

Mientras seguimos viendo técnicos que dirigen dentro de la cancha y PRESIONAN a los jugadores rivales con gritos insoportables. Entrenadores que insultan hasta a sus propios dirigidos. Que gesticulan groseramente.

 

Y lógico… Si los técnicos asumen esa postura, los jugadores, CUÁNTO MÁS CHICOS SON, PEOR…, se contagian y así se empieza a transmitir, a irradiar, la hostilidad.

De repente, la anarquía es inaguantable. ¿Y cómo frenar tanto frenesí?

 

Por ello, le decimos “SÍ” (con mayúsculas…) a los árbitros INFLEXIBLES desde el vamos. Pero ojo… no a aquellos que en el comienzo te pitan dos faltas sucesivas a varios jugadores comprometiéndolos y después permiten TODO. ¡No! Eso es peor… Y es triste decirlo: SOBRAN soplapitos que incurren en ese nefasto desacierto.

O están aquellos, permisivos, “saca partidos” que se bancan cualquier tipo de reprimenda y no tienen la autoridad imperiosa para saber sofocar frenesíes que debieron extinguir a tiempo sabiamente.

 

Hay que ejercer la tarea con la dosis de lógica más excelsa y saber aceptar que pueden cometer errores y rectificar A TIEMPO los mismos.

Y cuando hablamos de DIÁLOGO, nos referimos a que debe pugnarse por enriquecer las charlas entre jueces-entrenadores, jueces-capitanes (hay que RESCATAR URGENTE esa figura hasta en Mini), y por qué no… al menos en Formativas, Menores, y Juveniles, re-impulsar el perfil de sana respetuosidad hacia el público, en especial con aquellos padres que tienden a procurar, con sus sapiencias, se desarrolle el espectáculo en medio de un clima sano, colaborando a desterrar cualquier indicio de eventual reyerta.