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Injusticia: perdón Daián por tanta indolencia de una sociedad contradictoria

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Este sábado se cumplió un año del fallecimiento de Daián Cristian Domínguez, joven trabajador y estudiante que se movilizaba en una motocicleta 110 cc y en Avenida de las Américas, a unos 100 metros antes de la intersección con Crisólogo Larralde, fue embestido de frente por una Pick up que ingresaba a Paraná, cerca de las 6.30 de la madrugada. Los sentimientos, las sensaciones se entremezclan. Inseguridad, bronca, injusticia. ¿Tragedia circunstancial? ¿Accidente? ¿O irresponsabilidad del colisionante? ¿Qué dirá la Justicia? ¿Algún día reaccionará el Pueblo tras tanta pereza?

 

Domínguez era un reconocido “Canillita” que no solo emprendía a diario esa labor -como en esa jornada- en pos de afrontar económicamente sus estudios, sino también para darles una mano a sus Viejos que cuentan con un Kiosco de diarios y revistas en la esquina de Carbó y Belgrano. De hecho que, amén de esa actividad, había adquirido recientemente un auto para trabajarlo como remisero, erigiéndose en fuerte soporte de la Familia.

 

Daián conocía muy bien ese sector del sur capitalino. Hacía varios años recorría esas calles. Por ende, más allá de cualquier versión que se intentara (¿estratégicamente?) o pretendiera invocar e instalar hasta desde esferas policiales como en especial desde la parte demandada mediante abogados o asesores en materia de Seguros, respecto al estado de la calzada o condiciones climáticas, la parte querellante cuenta con indicios indiscutibles acerca de lo ocurrido.

 

Unos pretenden ejercer una indirecta defensa o atenuar culpabilidad desde lo referido a la humedad del pavimento y pozos o desniveles existentes en esa área donde se junta agua, como a la falta de luz por deficiencias del alumbrado público.

Otros exhortan que hubo imprudencia del embistente tras una maniobra de sobrepaso a otros automovilistas.

 

José Luis Domínguez y su señora criaron a Daian desde bebé en esa profesión y conociendo los gajes de ese oficio, con abnegado sacrificio, trabajando mientras la mayoría descansaba en sus hogares.

Por eso Daian entendió que era vital seguir el ejemplo de papá y mamá Daian, agregándole el loable compromiso de ir a la Facultad.

 

Y la Justicia argentina sigue en deuda con Daián. El conductor involucrado en el siniestro aún no ha declarado en la causa.

Pero la Sociedad, o nuestros gobernantes también han demostrado una apatía inconcebible: pasó un año y poco cambió la geografía del sector de tan aciago episodio o peor… las condiciones de transitabilidad mantienen una peligrosidad inconmensurable o algo tan simple de solucionar tampoco se ha remediado: la falta de luminarias adecuadas.

 

O sea… Un año de impunidad y una muerte como la de Daián que no sirvió de nada. Inevitable el sumirnos en la inquietud, en la consternación.

¿Tan fácil puede alguien quitarle la vida a otro y no activarse los resortes, los mecanismos de una Justicia cada vez más abúlica? ¿De qué sirve la carrera de Abogacía si tenemos una Justicia tan lenta y tan negativamente paradigmática?

 

¿Será que la profesión de legista, de letrado, de jurisconsulto está sensiblemente desvirtuada? ¿Es irrevocable percibir una impresión inherente a que ser buen abogado es sinónimo de ser hábil en exponer todos los vericuetos legales posibles para defender lo indefendible?

 

Quien refrenda esta nota es hijo y hermano de abogados como ex estudiante de esa carrera y lamentablemente presupone que para ser un buen abogado se requiere una alta dosis de astucia tutelada para alcanzar beneficios económicos y en ciertos casos espurios, soslayando la máxima de ayudar a la gente a ampararse en la Justicia.

 

Por eso no podemos obviar el preguntarnos: ¿Cuál es el rol real de un abogado: cristalizar el mejor beneficio para su cliente, o propender a la mejor garantía de Justicia para las partes?

 

La teoría más sagaz sería… ¿Querés ser un buen abogado…? Construí y dirigí la más sofisticada ingeniería jurídica, y poné al servicio de tus clientes un eficiente lobby que mejora las posibilidades de éxito en la resolución de sus conflictos, logrando apoyar y/o consolidar ello mediante el eficiente vínculo con ciertos funcionarios del Poder Judicial del más alto nivel que pueden pergeñar las estrategias más apropiadas sin importar que el fallo sea INJUSTO.

 

En nuestros primeros años de estudio en la UNL captamos algunas frases que aún perduran en nuestra memoria. Como por ejemplo:

“Los jueces son como los que pertenecen a una orden religiosa. Cada uno de ellos tiene que ser un ejemplo de virtud, si no quieren que los creyentes pierdan la fe”.

 

O… en especial se nos grabó: “La ciencia jurídica era el conocimiento de las cosas divinas y humanas, la ciencia de lo justo y de lo injusto”.

 

Ahora… los abogados, los jueces, ¿admitirían públicamente que la hipocresía y la deshonestidad son ingredientes, a veces necesarios, del trabajo que ejercen y al cual dedican sus vidas?

Ya en el imaginario colectivo existe un estereotipo generalizado que trata de la presunta bajeza moral de esta profesión y surge inequívoco el cuestionamiento… ¿Es el Derecho una profesión “esencialmente” inmoral?

 

Para no caer en la torpeza deslucida de los planteamientos desmedidamente generales y abstractos, es imprescindible convertir este interrogante a otros aún más concretos, tales como: -¿Es viable cultivar la profesión jurídica de una manera honesta, sin faltar a la verdad y cumpliendo con los requerimientos que usualmente dicta la ética profesional?

-¿Implica la práctica habitual de la profesión (juez, abogado, fiscal, asesor) un ejercicio que raya con la inmoralidad?

-¿Se pueden suprimir las experiencias inmorales del ejercicio del Derecho?

-¿Es posible lograr este objetivo?

-¿Cómo?

 

Nos duele haber comprobado que el Derecho es una profesión en la cual su ejercicio cotidiano en los foros judiciales, administrativos y privados conlleva, a pesar de la buena voluntad de quienes laboran allí, conductas que atentan contra algunos preceptos de la moral pública dominante.

Y más consternación ocasiona que de no aceptarse -a veces de manera colectiva- esas pequeñas (o grandes) inmoralidades, entonces la práctica de la profesión se haría muy difícil y acaso hasta imposible.

 

De esto se desprende que para ingresar al “juego” denominado Derecho parecería ser irrebatible el respetar las reglas y códigos implícitos que se imponen en esa profesión. Y si uno no acepta esas reglas, entonces está en desventaja.

 

Si estamos equivocados, ponemos como ejemplo MÁS FRESCO la muerte de Daián Domínguez. Un año SIN LA MÁS MÍNIMA EXPLICACIÓN, SIN LA MÁS MÍNIMA RESPUESTA a sus derrumbados padres. Mientras… la sociedad, la comunidad, contempla atónita, impávida, abúlica como la INJUSTICIA hoy abate a este desconsolado matrimonio. Esa apatía, esa indolencia, esa INDIFERENCIA, NOS ESTÁ MATANDO.