Maran Suites & Towers

Estamos mal… ¿Podemos estar peor?

El presidente Mauricio Macri vociferó en el Congreso de la Nación: “La inflación va bajando”. Bastó un par de días para refutar su mentira, con la publicación del nuevo índice de inflación: 2,9% en enero, tres décimas por arriba de la de diciembre; y una suba interanual récord: 49,3%, la más alta desde 1991. Y, lo más grave, es que esta tendencia no se detendrá en febrero, que trae los nuevos tarifazos en el transporte, aumentos en peajes, prepagas y educación, dando un nuevo mazazo al bolsillo popular y empeorando, sin duda, las canastas de pobreza e indigencia.

 

Todo esto se une a la catarata de números que muestran la caída en picada de la economía durante 2018: la industria terminó cayendo un 5%, regresando al nivel de 2009, se perdieron 123.000 puestos de trabajo en el sector; la construcción cayó 20,5%; el poder adquisitivo promedio de los salarios se redujo entre un 13 y un 17% según los diversos cálculos y un larguísimo etcétera, ya que día a día se conocen nuevos números del desastre.

 

Pero este ajuste muestra por todos los poros su costado clasista: del otro lado del sufrimiento de trabajadores, jubilados y miles de nuevos desocupados, están los grandes ganadores. Los que estuvieron “de fiesta” todo el 2018: el sector financiero, que hicieron ganancias récord el año y, junto con los acreedores externos, obtuvieron tasas de retorno superiores a las de prácticamente cualquier país del mundo.

 

Para los ilusos que se preguntan “¿acaso este ajuste construirá un sendero que nos permita ‘ir mejor’ en un futuro próximo? La respuesta es contundentemente negativa.

Y no solo respecto a una hipotética “reactivación” durante 2019, que sólo está en la fantasía de Dujovne. A lo sumo, plantea que podremos ver algunos números positivos en el último trimestre del año, por el espejismo estadístico de comparar anualmente con los momentos más bajos de la crisis 2018. Que no evitará, ni aun en ese caso, que 2019 termine con un número de crecimiento del PBI negativo.

 

Lo peor, sin embargo, viene después. En 2020, 2021 y sucedáneos: cuando ya no haya entrada de dinero del FMI y, por el contrario, llegue la hora de devolver ese dinero. Que se sumará a la bola de nieve del resto de los vencimientos que generan y autogeneran una deuda que, sumada la nacional, las provinciales y la del Banco Central, supera largamente los 400.000 millones de dólares. ¿Vamos bien, entonces?

 

Negativo. Todo el ajuste de 2018 y el que se está empezando a desarrollar en 2019 nos conducirán a velocidad astronómica al desastre, a crisis como las que ya vimos en la historia argentina, en la hiperinflación de 1989, o en 2001, por citar los dos ejemplos más recientes. Y no habrá, “renegociación con el Fondo”, ni reestructuración de los vencimientos de la deuda que nos salven.

Por eso, la única salida pasa por evaluar nuestras relaciones “carnales” con el FMI y evaluar la suspensión paulatina de los pagos de la deuda externa, volcando todos esos recursos a un programa que atienda las urgentes necesidades de trabajo, recomposición salarial, educación, salud y vivienda.