Maran Suites & Towers

Chau Mandy…Hasta siempre

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Llegué a la estación de servicio de calle Buenos Aires y Cervantes, una especie de oficina donde -aprovechando las bondades del WiFi- habitualmente redacto diversos artículos o abordo diversos coloquios publicados en éste sitio o en la página web de LT 14. Pedí el cortadito de rigor y empecé a recorrer las páginas de El Diario. De pronto una noticia me conmocionó, me dejó perplejo: falleció Armando Degani, uno de los periodistas deportivos de mayor predicamento de la provincia. Pero amén de su prestigiosa trayectoria, parte importante de mi vida. El creador de éste “monstruo”. A él, le debo parte trascendente de mi acervo profesional.

A Mandy lo conocí desde pequeño. Primero, jugando en la Mini de Hindú siempre me dio curiosidad que hacía ese señor, de campera azul o de gamulán verde, tomando apuntes con un anotador chico sobre el partido.

Luego, transitando mis primeros pasos como Monitor, me enteré que era el periodista que “más manija le da al basquetbol”, según me contó alguien.

La vida hizo que lo encontrara específicamente en la redacción de El Diario cuando un día fui a contar, allá por noviembre del ’86, mi experiencia en la Academia Olímpica Argentina. Fue ese día cuando Armando me dijo: “ché… hacen falta cronistas para el básquet y también para el fútbol, ¿no te animás a cubrir partidos?…”.

Por aquella época yo era entrenador de Primera a Escuela en el Club San Martín y jugaba al fútbol en Belgrano. Me pareció bárbara la idea. Tan feliz estaba que ni siquiera pregunté, como sí hoy es algo habitual para los jóvenes que se inician en ésta actividad, cuánto cobraría o mejor dicho, si cobraría algo. El solo hecho de haber sido invitado a colaborar con El Diario para mí era un honor.

Previamente a confirmar mi inclusión en el staff de cronistas ‘volantes’ donde estaba Elio Aldo Cantero, Juan Sebastián Pagano, Ricardo Aguiar, más la apoyatura de Daniel Enz y Hugo Remedi, entre otros (luego se sumaría casi simultáneamente Sergio Cantero), Mandy me anticipó que él proponía, pero quien decidía era Hugo Gregorutti.

Hablamos con Hugo y no hubo inconvenientes. Ahí sí, el papá del Dr. Claudio Gregorutti me informó que cobraría a fin de mes todas las crónicas que realizara y que tendría todos los días el diario gratis.

Hoy sería, más o menos, el sándwich y la coca, sin boleto de colectivo, menos taxi (no existían los remises…) o ni hablar de nafta para el Fitito. Pero era un orgullo enorme ser convocado.

En ese momento, no existía otro diario y solo había un par de FM’s que no le daban interés al deporte. O sea, era El Diario y LT 14. Punto. Formar parte de dicho periódico te otorgaba un prestigio singular.

Así arrancó mi derrotero en ésta profesión. Por idea de Mandy y por presentación de Mandy.

Él se jugó por mí y él fue quien recomendó que cubriésemos el 54° Campeonato Argentino de Basquetbol en tierras cuyanas, adonde fui pocos días después de haber nacido Matías, mi primer hijo.

Resultó esa mi primera experiencia “grande” como flamante “periodista”.

Y fue Mandy quien más fuerza hizo para que con el tiempo me pasen de Cronista ‘Volante’ a Cronista dentro de la redacción, algo que se hizo esperar un año entero. Hasta ese momento era primero pasarle la data inicial por teléfono, luego podía redactar la crónica en mi casa y llevarla (yo vivía a pocas cuadras) o sentarse al lado de Hugo o Mandy y que ellos elaboren la nota pertinente dado que las máquinas “picadoras” eran para los redactores y, es obvio…, no había Internet.

Con el pase a Cronista-Redactor fue Mandy también quién dio la idea de insertarme en el sector de teletipo, una responsabilidad grande, sin dudas.

Desde ese día, el compromiso con dicha labor se fue incrementando, como así también en cada responsabilidad conferida mucho tuvo que ver las fuerzas hechas por el “Cabezón” para otorgarme ese deber.

En esa gestión lo conocí en profundidad. Un tipo de enorme corazón. Peculiar. Especial. A veces contradictorio. Muy de amarte o de odiarte al mismo tiempo. Muy de defenderte con pasión ante coyunturas internas, o ser por demás incisivo en alguna que otra crítica y tolerar un sinfín de cargadas o hasta ácidas ironías de compañeros hábiles en eso de “agarrar de pollo” a algún blanco cotidiano para ocultar sus miserias.

Tantas siestas de café o madrugadas pasamos que no me alcanzaría todo un diario para contar lo que él pensaba, lo que él sentía o el por qué de su obrar.

Hay cosas que nunca conté ni contaré, y ya las repasaremos uno de éstos días con el “Cabezón”.

Jamás olvidaré cuando había noches en que me pedía “una cervecita más…” porque no quería irse solo a dormir, con sus miedos, sus temores, sus angustias. Y era la ocasión para descargarse hasta con lágrimas de cuántas cosas sentía y vivía en ese ámbito tan especial que siempre fue la redacción de El Diario.

Y yo, pese a que me esperaba mi joven y hermosísima esposa, o mis pequeños vástagos Mati y Manu, me quedaba porque en cientos de ocasiones temí que algo le ocurriese.

Jorgito Riani, Julio Vallana, Sarita Roda, Danilo Lima, Javier Yzet era un grupo sólido que en no menos de tres veces por semana nos juntábamos o en el bar Victoria, o en el Flamingo, o en la carpa de San Martín y San Lorenzo, entre tantos reductos que teníamos, y Armando era una de las voces más avezadas más allá de sus típicas salidas disparatadas, las cuales a veces te hacían llorar de la risa o te daban ganas de llenarle la cabeza de coños.

Hasta DT del equipo de El Diario fue Armando. Podrán imaginarse sus directivas o instrucciones…

También recuerdo con nostalgia, cuando las autoridades de la Empresa  me distinguieran en otorgarme -en alquiler- un departamento en la torre de calle Urquiza, y por orden del inolvidable Don Arturo Julio (un SEÑOR, así con mayúsculas…) el esperar -si fuese necesario hasta altas horas de la madrugada- el desenlace de estelares veladas de box por títulos mundiales, las cuales cubríamos justamente Armando y yo.

Pero más cerca de mi desvinculación de El Diario, y hablando de box, nunca olvidaré cuando Mandy aconsejó que fuera yo quien cubra las exequias del gran Carlos Monzón, allá por enero del ’95. Un acontecimiento que en mis casi cinco lustros de trayectoria sigo considerando como hito de mis desempeños a nivel redacción.

Después, el destino hizo que se tomasen malas decisiones (de ambas partes…) y se diera mi tristísima ruptura con la empresa perdiendo contacto con la mayoría de mis ex compañeros, entre ellos con Armando quien, cada vez que me lo encontraba, me contaba cómo iba cambiando progresivamente la redacción y cuánto se habían perdido las relaciones.

Nuestro último encuentro, en el cual estuvimos largo rato charlando y actualizándonos, fue en una conferencia de prensa del Club Recreativo (donde tomé la nota gráfica que ilustra ésta Editorial).

Allí me contó de sus males. Ya por esos días noté que, amén de la salud, algo se había roto dentro de él. Y lo confieso… me fui triste del club de calle Italia, pues Mandy tenía ganas de seguir compartiendo unas riquísimas empanadas y unas cazuelitas exquisitas hechas por gente de la subcomisión de básquet de la entidad “Rojiverde”.

Su mirada delataba hasta emoción por ese revivir noches de finales de la décadas del ‘80 y comienzos de los ’90, pero por sobre todo quería contarme lo ocurrido desde agosto de 1995 a la fecha, y honestamente para mí hablar de El Diario, hay días que resulta una daga clavada en el pecho al invadirme una “melancolitis” aguda.

Juro que me fui pidiendo a Dios que no fuese la última vez de encontrarme con el “Cabezón”. Y prometí que para la próxima, evitaría ese duelo que arrastro desde aquel nefasto agosto de 1995. Así, el juntarnos implique un ponernos al día mutuamente.

Hoy, siento un dolor enorme. Primero por la pérdida de mi mentor, segundo por el fallecimiento de un ícono dentro del periodismo deportivo regional, y tercero porque me tuve que enterar así, a través de un obituario. No pude despedirlo. Y la pena desgarra lo más recóndito del alma. No obstante, mi corazón está sereno…Nunca dejé de decirle que gracias a él conocí esta hermosa profesión.