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Artífices de nuestro propio destino

ESPECIAL (por Francisco Pancho Calderón).- Época de balance, de reflexión, de introspección. Creemos y tenemos esperanza que el futuro de esta República no está solo en manos de unos pocos, sino que a la corta o a la larga dependerá de nuestro compromiso ciudadano y nuestra participación responsable. La esperanza alimentada en estas fiestas navideñas y de Nuevo Año nos compromete a realizar un buen examen de conciencia y a trabajar activamente en ser constructores de una sociedad mejor.

 

Es casi unánime el reclamo de acabar con la injusticia, con tan aberrante desigualdad social que parte desde el obrar de la dirigencia política, sin embargo debemos apelar a una exigente toma de conciencia, a una profunda autocrítica en cuanto a qué porción de responsabilidad (o irresponsabilidad) tenemos desde el llano.

 

Como siguiendo a Poncio Pilatos, nuestra sociedad conserva un mal añejo: el no comprometerse, el blandir el “no te metas…”, y así los gobernantes y sus opositores siguen haciendo lo que quieren, total, nadie se los demanda.

 

Ha llegado la hora de pedir con más energía que termine el asistencialismo y el clientelismo político.

No se llegará a suprimir la pobreza con planes, bolsones o subsidios con dudosos destinatarios.

 

No basta con vivir hablando de la perversa distribución de bienes.

Es absurdo, ridículo y hasta parece un insulto el anunciar obras y/o hasta inaugurar la “piedra fundamental” cortando cintas de tal o cual emprendimiento si luego todo se traba por asuntos burocráticos o por “colores” partidistas.

 

Nos aferramos a la idea que no se puede seguir enarbolando la bandera de un “cambio” si:

– continuamos dándole la espalda a proceder a un giro de 180 grados en materia educativa.

– Si no tenemos un fuerte sistema de Salud.

– Si no contamos con Policía y Fuerzas Armadas equipadas para combatir la delincuencia y/o defender nuestra Seguridad tanto interior como la que segundo tras segundo nos invade desde nuestros puntos limítrofes descuidados, debilitados, corruptos.

– Si no se trata distinto a nuestros Jubilados.

 

No sirve de nada llenarse la boca con falsas promesas, con demagogia pura.

Queremos dejar de ver tantos rostros atemorizados por el futuro incierto.

 

Rostros agobiados por el rencor, la violencia y el odio.

Rostros desesperados de padres y madres de familias que acaban de ser despedidos y pasados los 40 ya no saben cómo recuperarse.

 

Rostros atribulados de padres y madres que son despreciados minuto a minuto por una Patronal cada día más necia, más imperturbable, que acrecienta sus patrimonios de manera ya impúdica y vive enarbolando la frase: “los números no me cierran”… pero luego se los ve en autos Modelo 2064, yates de miles y miles de dólares, vistiéndose con las marcas más caras, otorgando a sus hijos estudios en las Universidades de matrícula más onerosa, o viajando incesantemente por todo el mundo.

 

Rostros afligidos de empleados que ven su situación laboral pender de los vaivenes y caprichos del mercado financiero o de los antojos de sus empleadores.

Rostros consternados en aquellos pequeños productores o comerciantes que ven como las monstruosas compañías son también beneficiadas por el Poder Político y ya no saben como mantener las puertas o tranqueras abiertas de sus emprendimientos.

 

Rostros angustiados de padres que no pueden ofrecer a sus hijos una vivienda digna.

Rostros sin consuelo de niños flagelados por la ignorancia y la falta de salud como consecuencia de la pobreza.

 

Rostros abatidos por haber dado tanto durante más de 30 o 40 años para luego recibir como “recompensa” migajas que ni siquiera alcanzan para los remedios.

Rostros atormentados de indigentes, excluidos y/o marginados por el analfabetismo, la droga, el alcoholismo.

 

Rostros desencajados porque un padre, una madre, un abuelo, una abuela o hasta un adolescente tomaron la infausta decisión de inmolar sus vidas al no tener consuelo, al haber perdido la más ínfima cuota de fe.

Rostros entristecidos de familias destruidas anímicamente por haber sido víctimas de una violencia que parece no tener fin y padeciendo una Justicia lenta, ineficaz, temerosa de lo que opine el Poder Ejecutivo, o miedosa a causa de las amenazas del Poder Delictivo o mafioso.

 

Rostros apenados por las muertes a causa del pésimo estado de nuestras calles, de nuestras rutas -sin la menor seguridad vial- y nuestra falta de respeto a las normas, que hacen de nuestras salidas un camino -en miles de casos- sin retorno.

Rostros apesadumbrados por ver como una inundación o un fenómeno climático que pudo prevenirse, que pudo preverse, causó pérdidas irreparables.

 

Por todo esto y mucho más, hete aquí nuestro anhelo: que la clase política y el sector empresarial se conmuevan al punto tal de erradicar de sus vidas tanta indiferencia y pasividad, empujándolos a que se brinden solidariamente para generar oportunidades que ayuden a tantos hermanos y hermanas a salir adelante, atreviéndose a luchar por cristalizar un futuro diferente.

 

Y nosotros, los ciudadanos que gozamos básicamente de un ápice de coherencia, de discernimiento, impulsados por el instinto de supervivencia, no debemos bajar los brazos.

Ésta inercia algún día debe frenarse y pasar del rumor, del murmullo, al clamor demandando a quienes nos representan empiecen a dar testimonio cabal del compromiso asumido antes de las elecciones con hechos y no palabras.

 

Nuestra clase política durante décadas -tras el advenimiento de la democracia- ha construido un aparato que alimenta la reproducción de una suerte de casta, de estamento privilegiado movido por intereses corporativos con un sistema maquiavélico de ocupación de los cargos públicos repartidos entre punteros, parientes y recomendados con total discrecionalidad, en vez de cumplir funciones gente capacitada más allá de toda bandería partidaria.

 

Así, con tan particular régimen, se ha permitido la naturalización de prácticas autoritarias que ahora serán muy difícil erradicar como la cultura del piquete, del escrache, del corte, conductas despóticas, totalitarias que nadie se anima a extirpar.

 

Ahora bien… Vale la pena formularse esta triste pregunta: ¿por qué razón los políticos van a reformar un sistema que les permite gozar alegremente del poder?

No van a cambiar el sistema si no se ven obligados a hacerlo. No podemos fiarnos de la honestidad de los individuos; tenemos que construir un sistema que los obligue a serlo.

 

Estamos hartos del autismo, de la soberbia, de la arrogancia y hasta de la prepotencia de algunos políticos pero tampoco queremos dejarnos dominar por el desánimo y/o el rencor destructivo. Hay honrosas excepciones a las cuáles no se les ha conferido la posibilidad de conducirnos.

La Argentina es capaz de renacer y de hecho que goza de dirigentes que pueden conducir ese retoñar.

 

Solo deben animarse, tener la valentía, el coraje de cortar con el “establishment”. Ser verdaderos PATRIOTAS.

Representarnos con agallas, con valor, con bravura, y así pasar a la historia con la frente en alto.

 

Necesitamos un líder. Además de un facilitador y de un movilizador de recursos, que sea un referente o modelo, alguien que ayude a pensar, a descubrir y a utilizar capacidades y potencialidades, y alguien capaz de orientar, especialmente en contextos críticos y turbulentos.

La dictadura, además de su autoritarismo y de su masacre, nos condujo a un desastre socio-económico.

 

Los gobiernos democráticos sucesivos no fueron capaces de revertir tremendo daño estructural.

¿Qué estamos esperando para reaccionar?

 

Desde la Colonia, la sociedad argentina nunca fue un dechado de virtudes cívicas, ya es momento que madure y proceda pues se corre el peligro de que el país se estacione en un estado de violencia permanente.

En mi opinión, una de las riquezas más importantes que puede demostrar un país es su fortaleza institucional. Pero en la Argentina de hoy, pareciera estar ocurriendo que “la mala clase política desplaza a la buena clase política”.

 

Sin embargo es menester pronunciar otro interrogante: ¿los políticos son los malos, y nosotros -los “no políticos”, los que no entramos en el gobierno, los que “ahorramos” nuestro tiempo- somos los buenos?…

No nos engañemos!!!…

 

¿De quién es la culpa que las instituciones, incluidos los gobiernos, no funcionen en la Argentina?.

De nadie en particular, sino de todos y cada uno de nosotros.

 

El secreto está, entonces, en que los argentinos podamos romper el círculo vicioso en el que estamos inmersos. El secreto está en que todos y cada uno de nosotros ejerzamos nuestros Derechos y Obligaciones como ciudadanos. Sólo así podremos revivir nuestra conciencia, y así entender que la única manera de cambiar la realidad, es participando.

 

Responder a los desaciertos de nuestros gobiernos con frases como “para qué te vas a meter, si es imposible cambiar algo, si son todos …….”, u otras por el estilo, sólo conducirán a profundizar nuestra decadencia, sólo nos harán más responsables aún de la crisis.

Sólo siendo partícipes activos de la vida político-institucional de nuestra ciudad, provincia, o país (que no significa pura y exclusivamente participar de un partido), podremos mejorar nuestras instituciones y, así tener una mejor “clase política”.

 

Alguien dijo, alguna vez: “…los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Dejemos, entonces, de quitarnos el sayo, y responsabilizar a “los políticos”. Comencemos por cambiar cada uno de nosotros.

Felicidades!!! Que Dios los bendiga!!!